sábado, 26 de diciembre de 2009

“Lesbianas transexuales, derribando perjuicios y miedos” Reportaje Revista Mírales 2

Un Proyecto de Mujer: la historia de Rosario

Rosario vive en Barcelona desde hace dos años, casi los mismos que lleva con su vida de mujer. Trabaja en un restaurante y comparte piso con un salvadoreño que cuando se enteró que su compañero de piso se convertiría en chica, le regaló una camiseta rosa que ponía: 100% orgullosa de ser mujer.

“La gente de la que menos me esperaba apoyo me lo mostró. No es una decisión fácil, sobre todo cuando tus más cercanos no te apoyan. Las únicas veces en que me visto de chico es cuando voy al pueblo a ver a mis padres y a mis hermanas. Cada vez voy menos, porque me asquea ver esa imagen en el espejo. Es retroceder diez pasos, siendo que me ha tomado años dar algunos pocos”, comenta Rosario.

Rosario tiene 26 años y es la mayor de tres hermanas. Cuando cumplió 6 y su padre le sugirió que pidiera un deseo antes de apagar las velas de su tarta, Rosario gritó: “pues deseo ser una niña, como mi hermana, y usar sus vestidos” y sopló, dejando a sus padres atónitos y una ilusión en el aire, ilusión que se atrevería a concretar 20 años más tarde.

Desde ese momento su padre se esforzó por hacer de su primogénito un “macho”, llevarle al fútbol, jugar a la lucha y hablar de mujeres como si fueran un objeto sexual. “Me lanzaba una pelota y yo sólo quería vestir muñecas con mis hermanas. Sacaba de quicio a mi padre. Sólo se tranquilizó cuando vio que me gustaban las chicas, y que aunque era un ‘chico raro’, al menos no era maricón”.

A los 18 Rosario comenzó a salir con una chica de su pueblo. “Me enamoré locamente de ella. Pero con el tiempo me di cuenta que lo que yo quería era ser como ella, vestirme como ella, moverme como ella, que era eso lo que a mí me nacía, que yo era una chica, una chica lesbiana. Amaba su cuerpo y cada vez que veía el mío me daba asco. No era yo. Era sólo una parte de mi, de todo lo que yo podía ser”.

Rosario sabía que la transformación no sería posible en su pueblo ni frente a su familia, por eso eligió una ciudad grande donde nadie le conociera, donde pudiera volver a empezar.

“Llevo un año tomando hormonas y aunque ahora no soy una mujer guapa, me hace feliz pensar en el resultado final, en lo que podré ser. Ahora no salgo por sitios de ambiente. Sólo conozco chicas por Internet. Todas mis relaciones son por Messenger. Cuando sugieren que nos conozcamos lo dejo. Una vez me enamoré de una chica por Internet. Nos gustábamos tanto que me arriesgué a decirle la verdad y nunca más volvió a escribirme. Por eso ahora miento o no quedo con nadie, porque prefiero no llevarme la desilusión de aparecer como lo que soy, algo sin forma todavía. Un proyecto de mujer. Nadie quiere a un proyecto de mujer, las chicas quieren a una mujer de verdad, ¿y cómo puedo decir que soy mujer si todavía, una vez cada dos meses salgo de casa disfrazado de chico para ir a comer con mis padres?, ¿cómo puede una chica querer estar conmigo si ni siquiera el maquillaje disimula la barba que empieza a crecer aunque no quiera?”.

A veces Rosario se desanima, se mira al espejo y no le gusta lo que ve, habla con sus padres y se agobia de tantas mentiras. Pero en el fondo sabe que está en el camino correcto. “Es increíble pero con un solo comentario o una sonrisa la gente puede hacerte sentir mejor. Una mañana me desperté mal, había pasado mala noche, había llorado y mi compañero de piso salió del baño y me dijo ‘Rosario, el rojo te queda precioso, cada día estás más guapa’, ya eso fue suficiente, ya eso me alegró más que cualquier cosa. Me dije, lo estoy haciendo bien, voy a convertirme en la mujer guapa y feliz que quiero ser”.



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