martes, 24 de mayo de 2011

Manifiesto de la Mujer Trans - Julia Serano


Traducción del Manifiesto incluido en la introducción al libro de Julia Serano, Whipping Girl. A Transsexual Woman On Sexism And The Scapegoating Of Feminity (Se traduce más o menos: La Chica Azotadora. Una mujer transexual opina acerca del sexismo y el chivo expiatorio de la feminidad.)

ESTE MANIFIESTO pide que se deje de tomar a las mujeres trans como chivo expiatorio, que se deje de ridiculizarlas y deshumanizarlas, como se hace en todas partes.

A los efectos de este manifiesto, mujer trans se define como cualquier persona a quien se le asignó un sexo masculino al nacer, pero que se identifica y/o vive como mujer.

Ninguna calificación se le debería poner al término “mujer trans” basándose en la capacidad de una persona para “pasar” como mujer, ni en sus niveles hormonales, ni en el estado de sus genitales, después de todo, es francamente sexista reducir a cualquier mujer (trans o no) a simplemente las partes de su cuerpo, ni obligarla a vivir de acuerdo a ciertos ideales impuestos por la sociedad respecto a cómo debería ser su apariencia.

Tal vez no existe ningún otro grupo de minorías sexuales más calumniado o peor entendido que el de las mujeres trans.

Como grupo, hemos sido sistemáticamente patologizadas por la clase médica y psicológica, tratadas de forma sensacionalista y ridiculizadas por los medios de comunicación, marginadas por la corriente principal de las organizaciones lesbianas y gays, rechazadas por ciertos segmentos de la comunidad feminista, y, en demasiados casos, hemos sido víctimas de la violencia a manos de hombres que sienten que de alguna manera ponemos en peligro su masculinidad y su heterosexualidad.

En lugar de darnos la oportunidad de hablar por nosotras mismas sobre las cuestiones que afectan nuestras propias vidas, las mujeres trans hemos sido tratadas mas bien como sujetos de investigación: Otros nos colocan bajo sus microscopios, hacen una disección de nuestras vidas y nos atribuyen motivaciones que nos son ajenas, tan sólo para validar sus propias teorías y sus propias agendas en relación al género y la sexualidad.

Las mujeres trans somos tan ridiculizadas y tan despreciadas porque nos encontramos en una posición única, donde se da la intersección de múltiples formas de discriminación basadas en el binario de género: el cisexismo, la transfobia y la misoginia.

La transfobia es un miedo irracional, la aversión, o la discriminación en contra de las personas cuya identidad de género, apariencia, o comportamientos, se desvían de las normas sociales.

De forma muy similar a como las personas homofóbicas a menudo son impulsadas por sus propias tendencias homosexuales reprimidas, la transfobia es ante todo una manifestación de la propia inseguridad que se siente al tener que vivir de acuerdo con los ideales culturales de género.

El hecho de que la transfobia se encuentre tan extendida en nuestra sociedad, refleja la realidad de que todo el tiempo ponemos una cantidad extraordinaria de presión sobre las personas para que se adapten a las expectativas, restricciones, supuestos y privilegios asociados con el sexo que se les asignó al nacer.

Si bien todas las personas transgénero experimentan la transfobia, las personas transexuales son objeto además de una forma de discriminación específica relacionada con (aunque diferente a) la transfobia y llamada cisexismo, que es la creencia en que el género con el que se identifican las personas transexuales es inferior o menos auténtico, que el de las personas cisexuales (es decir, de las personas que no son transexuales y que sólo han experimentado su sexo subconsciente y su sexo físico de forma alineada el uno con el otro.)

La expresión más común del cisexismo ocurre cuando se intenta negar a las personas transexuales los privilegios básicos asociados con el género con el cual éstas se identifican. Los ejemplos más comunes incluyen el uso deliberado de los pronombres equivocados al referirse a las personas transexuales, o la insistencia en que deben usar un baño público diferente al verdadero género al que pertenecen.

La justificación de este rechazo esta fundada generalmente en la suposición de que el género de la persona trans no es auténtico, ya que no se correlaciona con el sexo que se le asignó al nacer.

Al hacer esta suposición las personas cisexistas tratan de crear una jerarquía artificial. Al insistir en que el género de la persona trans es “falso”, lo que hacen es tratar de validar su propio género como “real” o “natural.”

Este tipo de pensamiento es extraordinariamente ingenuo, ya que niega una verdad básica: Todos los días hacemos suposiciones sobre los géneros de las demás personas sin verificar sus certificados de nacimiento, sus cromosomas, sus genitales, su aparato reproductor, su socialización en la infancia, ni su sexo legal.

No hay tal cosa como un “verdadero” género -solo existe el género al que cada quien se siente pertenecer y el género que percibimos y que le atribuimos a los demás.

Aunque a menudo diferentes en la práctica, el cisexismo, la transfobia y la homofobia, tienen su raíces en el sexismo por oposición, que es la creencia de que lo femenino y lo masculino son categorías rígidas y mutuamente excluyentes, cada una con una serie de atributos, aptitudes, habilidades y deseos que son únicos a esa categoría y que no se sobreponen con lo que se considera que es su opuesto.

Quienes practican el sexismo por oposición intentan castigar o rechazar a aquellas de nosotras que quedamos fuera de las normas de género o de sexo, porque nuestra mera existencia pone en peligro la idea de que los hombres y las mujeres son sexos “opuestos.”

Esto explica por qué las personas bisexuales, lesbianas, gays, transexuales, así como otras personas transgénero -que pueden experimentar sus géneros y sus sexualidades de formas muy diferentes entre sí- son tan a menudo confundidas o a agrupadas dentro de la misma categoría (es decir, como raros) por la sociedad en general.

Nuestra inclinación general a sentirnos atraídos por el mismo sexo, o bien a identificarnos como lo que se considera el otro sexo, y/o para expresarnos de una manera típicamente asociada al otro sexo, borra los límites que se requieren para mantener la jerarquía de género centrada en el hombre que existe en actualmente en nuestra cultura.

Además de las categorías de género rígidas y mutuamente excluyentes establecidas por el sexismo de oposición, el otro requisito para el mantenimiento de una jerarquía de género centrada en el hombre es hacer cumplir con el sexismo tradicional -la creencia de que lo masculino y la masculinidad son superiores a lo femenino y la feminidad.

El sexismo tradicional y el sexismo por oposición van de la mano a la hora de asegurarse de que aquellos que son masculinos tengan poder sobre quienes son femeninas, y que únicamente aquellos que han nacido hombres puedan ser vistos como auténticamente masculinos.

A los efectos de este manifiesto, la palabra misoginia será utilizada para describir esta tendencia a rechazar y rebajar lo femenino y la feminidad.

Así como todas las personas transexuales experimentan en cierta medida la transfobia y el cisexismo (dependiendo de si nos presentamos como personas transexuales o de que tan frecuente o que tan fácilmente nos perciben como tales), también es cierto que en mayor o menor grado, todas experimentamos la misoginia.

Esto se hace más evidente en el hecho de que, si bien existen distintos tipos de personas transexuales, nuestra sociedad tiende a señalar a las mujeres trans y a otras personas del espectro hombre a mujer para exponerlas públicamente y hacer el ridículo de ellas.

Esta agresión no ocurre simplemente porque transgredimos las normas del binario de género en sí mismas, sino debido a que, por necesidad, llegamos a expresar lo femenino así como nuestra propia feminidad. De hecho lo más común es que sea precisamente nuestra propia expresión de la feminidad y nuestra necesidad de vivir como las mujeres que somos, lo que es que tratado con sensacionalismo, sexualizado y trivializado por los demás.

Mientras que las personas trans del espectro mujer a hombre enfrentan la discriminación mas bien por romper con las normas de género (es decir, el sexismo por oposición), su expresión de lo masculino o de la masculinidad en sí misma no es objeto del ridículo -hacerlo requeriría que uno cuestionara la masculinidad misma.

Cuando una persona trans es ridiculizada o rebajada no sólo por no cumplir con las normas de género, sino por su expresión de lo femenino y por su feminidad, esto es una señal de que se ha convertido en víctima de una forma específica de discriminación: la trans-misoginia.

Cuando la mayoría de las bromas que se hacen a expensas de las personas trans se centran en reirse de lo que llaman despectivamente, “hombres que se visten de mujer” o bien “hombres que quieren cortarse el pene”, eso no es transfobia -es trans-misoginia.

Cuando la mayoría de la violencia y los asaltos sexuales que se cometen en contra de las personas trans están dirigidos mas bien en contra de las mujeres trans, eso no es transfobia -es trans-misoginia. (1)

Cuando está bien para las mujeres vestir con ropa “de hombre”, pero si un hombre lleva ropa “de mujer” puede ser diagnosticado con el desorden psiquiátrico llamado fetichismo travestista, eso no es transfobia -es trans-misoginia. (2)

Cuando las organizaciones y los eventos para mujeres o para lesbianas le abren sus puertas a los hombres trans, pero no a las mujeres trans, eso no es transfobia -es trans-misoginia. (3)

En una jerarquía de género centrada en el hombre, donde se asume que los hombres son mejores que las mujeres y que la masculinidad es superior a la feminidad, no hay mayor amenaza percibida que la existencia de las mujeres trans, que a pesar de supuestamente haber nacido como hombres y heredar el privilegio masculino, mas bien “eligen ” ser mujeres.

Al abrazar nuestra propia feminidad y nuestra forma personal de vivir lo femenino, nosotras, en cierto sentido, estamos arrojando una sombra de duda sobre la supuesta supremacía de lo masculino y la masculinidad.

Con el fin de reducir la amenaza que representamos para la jerarquía de género centrada en el hombre, nuestra cultura (sobre todo a través de los medios de comunicación) utiliza todas las tácticas de su arsenal del sexismo tradicional para intentar rebajarnos:

  • Los medios de comunicación nos hiperfeminizan al acompañar las historias acerca de las mujeres trans con imágenes donde aparecemos poniéndonos maquillaje, vestidos y zapatos de tacón, en un intento por resaltar la naturaleza supuestamente “frívola” de nuestra feminidad y representando a las mujeres trans como poseedoras de los rasgos de personalidad que suelen ser asociados de forma despectiva con lo femenino: seres débiles, confundidos, pasivos o tímidos.
  • Los medios de comunicación nos hipersexualizan al crear la impresión de que la mayoría de las mujeres trans son trabajadoras sexuales o timadoras que se hacen pasar por mujeres, y también cuando afirman que hacen la transición por razones primordialmente sexuales (por ejemplo, para aprovecharse de los pobres e inocentes hombres heterosexuales o para cumplir con algún tipo de fantasía sexual bizarra). Estas representaciones no sólo le restan importancia a los motivos que tienen las mujeres trans para realizar la transición, sino que implícitamente sugieren que las mujeres en su conjunto no tienen ningún valor más allá de su potencial para ser sexualizadas.
  • Los medios de comunicación convierten en objetos nuestros cuerpos al volver un tema sensacionalista la cirugía de reasignación de sexo y discutir públicamente acerca de nuestras “vaginas artificiales” sin aplicar en absoluto la discresión que normalmente acompaña cualquier alusión a los genitales de cualquier persona en general. Más aún, aquellas de nosotras que no nos hemos realizado la cirugía, nos vemos constantemente reducidas a las partes de nuestro cuerpo, ya sea por los productores de pornografía transexual que enfatizan y exageran una y otra vez el hecho de que tenemos pene (distorsionando nuestra realidad y convirtiéndonos en la imagen de las prostitutas “ella-hombre” -shemales- y de las “chicas con pollas,”) o bien por otras personas que se han llegado a creer a tal punto el lavado de cerebro de la cultura falocentrista, que piensan que la mera presencia de un pene puede anular lo femenino de nuestra identidad, de nuestras personalidad, y del resto de nuestro cuerpo.

Debido a que la discriminación anti-trans se fundamenta en el sexismo tradicional, a las activistas trans no nos basta con sólo desafiar las normas del binario de género (es decir, el sexismo por oposición), también debemos cuestionar la idea de que lo femenino y la feminidad son inferiores a lo masculino y la masculinidad.

En otras palabras, por necesidad, el activismo trans debe ser en su esencia un movimiento feminista.

Algunas podrían considerar polémica esta afirmación. A través de los años, muchas autodenominadas feministas han realizado enormes esfuerzos para rebajar a las personas trans, en especial a las mujeres trans, recurriendo a muchas de las mismas tácticas (hipersexualización, hiperfeminización y objetivación de nuestros cuerpos) que los medios de comunicación utilizan regularmente en nuestra contra. (4)

Estas pseudofeministas proclaman: “Las mujeres pueden hacer todo lo que los hombres hacen”, y a continuación ridiculizan a las mujeres trans por cualquier supuesto rasgo masculino que podamos presentar. Argumentan que las mujeres deben ser fuertes y sin miedo a decir lo que piensan y enseguida nos dicen a las mujeres trans que nos comportamos como hombres cuando expresamos nuestras opiniones.

Afirman que es algo misógino cuando los hombres crean estándares y expectativas que las mujeres tienen que cumplir, y enseguida nos rebajan por no cumplir con los estándares de lo que significa para ellas “ser mujer”. Estas pseudofeministas constantemente predican el feminismo con una mano, mientras practican el sexismo tradicional con la otra.

Es hora de recuperar el término “feminismo,” palabra de la que estas pseudofeministas se han apropiado. Después de todo, como concepto, el feminismo es similar a otras ideas generales como “democracia” o “cristianismo.” Cada uno de estos términos contiene un principio importante en su núcleo, sin embargo hay un número aparentemente infinito de formas en las que esos principios se practican. Y así como algunas formas de la democracia y el cristianismo son corruptas e hipócritas, mientras que otras son más justas y rectas y honestas, nosotras, las mujeres trans, debemos unir fuerzas con aliados de todos los géneros y sexualidades para forjar un nuevo tipo de feminismo, uno que comprenda que la única manera en que podemos lograr la verdadera igualdad de género es abolir tanto el sexismo por oposición, como el sexismo tradicional.

Ya no es suficiente para el feminismo luchar exclusivamente por los derechos de las mujeres reconocidas como mujeres al momento de su nacimiento. Esa estrategia ha impulsado las iniciativas de muchas mujeres a lo largo de los años, pero ahora choca contra el techo de cristal que esta misma forma de pensar llegó a crear.

Aunque el movimiento trabajó duro para alentar a las mujeres a entrar en áreas de la vida dominadas por los hombres, muchas feministas han sido ambivalentes en el mejor de los casos, y resistentes en el peor, a la idea de que los hombres o quienes la sociedad considera hombres, puedan expresar o exhibir rasgos femeninos y de que puedan moverse en ciertos ámbitos tradicionalmente femeninos.

Y mientras que reconocemos la gran contribución de los movimientos feministas previos por ayudar a crear una sociedad donde la mayoría de la gente sensata está de acuerdo con la afirmación de que “las mujeres y los hombres son iguales,” lamentamos el hecho de que aún estamos a años luz de ser capaces de decir que la mayoría de la gente cree que la feminidad y la masculinidad se dan en condiciones de igualdad.

En lugar de tratar de darle poder a aquellas que nacieron como mujeres, animándoles a alejarse lo más posible de la feminidad, deberíamos apreder a darle poder a lo femenino en sí mismo.

Tenemos que dejar de rebajar lo femenino considerándolo como “artificial” o como una mera “actuación”, y en lugar de ello reconocer que algunos aspectos de la feminidad (y de la masculinidad también) trascienden tanto la socialización como el sexo biológico, de otra manera no existirían niños femeninos, ni tampoco niñas masculinas.

Debemos desafiar a todos aquellos que asumen que la vulnerabilidad femenina es un signo de debilidad. Porque abrirse, ya sea para compartir con honestidad nuestros pensamientos y sentimientos, o para expresar nuestras emociones, es un acto atrevido, uno que requiere de mayor coraje y fuerza interior, que la fachada de macho alfa con todo su silencio y estoicismo.

Tenemos que desafiar a todos aquellos que insisten en que las mujeres que actúan o se visten de una manera femenina deben por ello asumir una postura sumisa o pasiva.

Para muchas de nosotras, vestirse o actuar de manera femenina es algo que hacemos para nosotras mismas, no para los demás. Es nuestra manera de reclamar nuestros propios cuerpos y expresar sin ningún temor nuestras propias personalidades, así como nuestra sexualidad.

No somos nosotras las culpables de que se quiera reducir nuestros cuerpos a meros objetos para que otros jueguen con ellos, los culpables son más bien aquellos que torpemente asumen que nuestro estilo femenino es una señal de que estamos dispuestas a subyugarnos sexualmente a los hombres.

En un mundo donde la masculinidad se supone que representa la fuerza y el poder, aquellos y aquellas que son machorros o juveniles como un muchacho, son capaces de explorar sus identidades dentro de la relativa seguridad de esas connotaciones.

En contraste, aquellos y aquellas de nosotras que somos femeninas, nos vemos obligadas a definirnos a nosotras mismas y arreglárnoslas por nuestra cuenta, desarrollando nuestro propio sentido de autoestima como podamos.

Se necesita tener agallas, determinación e intrepidez para que aquellas de nosotras que somos femeninas nos podamos elevar por encima de los significados de inferioridad que constantemente se proyectan sobre nosotras por el mero hecho de serlo.

Si necesitas mayor evidencia de que la feminidad puede ser más feroz y peligrosa que la masculinidad, todo lo que necesitas hacer es pedirle al hombre común y corriente que sostenga tu bolso o un ramo de flores por un minuto, y observar lo lejos que lo mantiene de su cuerpo.

O decirle que te gustaría ponerle un poco de tu lápiz de labios y ver cómo sale corriendo en otra dirección.

En un mundo donde con regularidad la masculinidad es respetada y la feminidad es vista de menos, se necesita de una enorme cantidad de fuerza y confianza para cualquiera, ya sea que tenga cuerpo femenino o masculino, para asumir su ser femenino.

Y sin embargo, para nosotras no basta con que se le de poder a la feminidad y a lo femenino. También tenemos que dejar de pretender que hay una diferencia esencial entre las mujeres y los hombres.

Esto comienza con el reconocimiento de que existen excepciones para cada norma y estereotipo de género, y que este simple hecho descalifica todas las teorías de género que aseguran que masculino y femenino son categorías mutuamente excluyentes.

Debemos alejarnos de la falsa idea de que las mujeres y los hombres son sexos “opuestos”, porque cuando nos creemos ese mito establecemos un peligroso precedente.

Porque si los hombres son grandes, entonces las mujeres tienen que ser pequeñas; y si los hombres son fuertes, entonces las mujeres deben ser débiles.

Y si ser butch o machorra es volverte dura como una roca, entonces ser femme quiere decir que eres maleable y que te dejas manipular; y si ser hombre quiere decir que te puedes hacer cargo de tu propia situación, entonces ser mujer significa que vives de acuerdo a las expectativas de los demás.

Cuando nos creemos la idea de que las mujeres y los hombres son “opuestos”, se vuelve imposible que le podamos otorgar poder a las mujeres sin que esto signifique que estamos ridiculizando a los hombres o que estamos tirando del tapete que se encuentra debajo de nuestros pies.

Sólo cuando nos alejamos de la idea de que hay sexos “opuestos” y dejamos a un lado los valores culturales que se derivan de esta suposición y que le han sido asignados a las expresiones de la feminidad y la masculinidad, entonces finalmente podremos tener un enfoque de equidad de género.

Al desafiar de manera simultánea tanto el sexismo por oposición como el sexismo tradicional, podemos hacer que el mundo sea un lugar más seguro para aquellos de nosotros que somos LGTB, para quienes somos femeninas, y para aquellas de nosotras que somos mujeres, dándole así poder a todas las sexualidades y a todos los géneros.

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1. Viviane K. Namaste, Invisible Lives: The Erasure of Transsexual and Transgendered People (Chicago: University of Chicago Press, 2000), 145, 15-216; Viviane Namaste, Sex Change, Social Change: Reflections on Identity, Institutions, and Imperialism (Toronto: Women’s Press, 2005), 92-93.

2. American Psychiatric Association, Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, Fourth Edition, Text Revision (DSM-IV-TR) (Washington, D.C.: American Psychiatric Association, 2000), 574-575.

3. Jacob Anderson-Minshall, “Michigan or Bust: Camp Trans Flourishes for Another Year,” San Francisco Bay Times, August 3, 2006, y mi carta abierta en respuesta a ese artículo (www.juliaserano.com/frustration.html). Para encontrar más material acerca de cómo las actitudes de las lesbianas hacia las mujeres trans tienden a ser más negativas que hacia los hombres trans, ver Michelle Tea, “Transmissions from Camp Trans,” The Believer, November 2003; Julia Serano, “On the Outside Looking In,” On the Outside Looking In: A Trans Woman’s perspective on Feminism and the Exclusion of Trans Women from Lesbian and Women-Only Spaces (Oakland: Hot Tranny Action Press, 2005); Zachary I. Nataf, “Lesbians Talk Transgender,” The Transgender Reader, Susan Stryker and Stephen Whittle, eds. (New York: Routledge, 2006, 439-448.

4. Para darse una idea general del sentimiento feminista anti-trans, ver Pat Califia, Sex Changes: The Politics of Transgenderism (San Francisco: Cleis Press, 1997, 86-119; Joanne Meyerowitz, How Sex Changed: A History of Transsexuality in the United States (Cambridge: Harvard University Press, 2002), 258-262; Kay Brown, “20th Century Transgender History and Experience” ( www.jenellerose.com/htmlpostings/20th_century _ transgender.htm); y Deborah Rudacille, The Riddle of Gender: Science, Activism, and Transgender Rights (New York: Pantheon Books, 2005), 151-174. Para encontrar ejemplos pertinentes de escritos feministas trans-misóginos, ver Mary Daly, Gyn/Ecology: The Metaethics of Radical Feminism (Boston: Beacon Press, 1990), 67-72; Andrea Dworkin, Woman Hating (New York: E. P. Dutton, 1974), 185-187; Margrit Eichler, The Double Standard: A Feminist Critique of Feminist Social Science (London: Croom Helm, 1980), 72-90; Germaine Greer, The Madwoman’s Underclothes: Essays and Occasional Writings (New York: Atlantic Monthly Press, 1987),189-191; Germaine Greer, The Whole Woman (New York: Alfred A. Knopf, 1999), 70-80; Sheila Jeffreys, Beauty and Misogyny: Harmful Cultural Practices in the West (New York: Routledge, 2005), 46-66; Robin Morgan, Going Too Far (New York: Random House, 1977), 170-188; Janice G. Raymond, The Transsexual Empire: The Making of the She-Male (Boston: Beacon Press, 1979); Gloria Steinem, “If the Shoe Doesn’t Fit, Change the Foot,” Ms., February 1977, 76-86.

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