viernes, 6 de mayo de 2011

Medicina y Transexualidad: Luces y sombras de una jornada académica

Por Lukas Berredo

El viernes 29 de abril pasado, asistí en calidad de público a la Jornada académica “Transexuales. Integrando miradas”, efectuada en la Clínica Psiquiátrica de la Universidad de Chile (Avenida La Paz 1003, Recoleta). El subtítulo del evento —“Integrando miradas”— se explica por el carácter multidisciplinario, sobre todo en el ámbito de la Medicina (aunque contó la participación de un abogado), de los siete expositores que intervinieron en él. En mi concepto, este evento tuvo luces y sombras, las que paso ahora a exponer.

Luces

Lo primero que me llamó poderosamente la atención de dicha jornada es que de los siete expositores intervinientes, sólo tres de ellos demostraron tener un conocimiento especializado sobre la temática transexual, a saber:

a) La Doctora Patricia Tapia, Psiquiatra, quien (al menos) cuestionó la categorización de “trastorno mental” para la transexualidad que aún se mantiene en los manuales internacionales de Psiquiatría, siendo el más conocido el DSM-IV de la Asociación Americana de Psiquiatría, una suerte de “Biblia” para gran parte de los psiquiatras; no sólo de los Estados Unidos, sino de la mayor parte de Occidente. A modo de contexto, importante es señalar que el movimiento transexual mundial se encuentra realizando la campaña “Stop Trans Pathologization – 2012: por la despatologización de las identidades trans (transexuales y transgéneras)” que tiene como objetivo principal que la transexualidad sea retirada de estos manuales de clasificación y descripción de los trastornos mentales: precisamente, el mencionado DSM, que en el año 2012 editará su versión V; y el CIE-10 de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

b) El Dr. Enzo Devoto, Endocrinólogo, quien explicó con lujo de detalles y con una erudición admirable, el proceso de Terapia de Reemplazo Hormonal (TRH) de personas transexuales que debe ser previo a la Cirugía de Reasignación Sexual (CRS) y que tiene una duración mínima de entre uno a dos años, dependiendo de cada caso en particular. Interesante fue su exposición, en términos más o menos simples, para un lego (como yo) en materia de ciencias naturales. Además, esta explicación no la hizo sólo desde la perspectiva de la transición biológica de hombre a mujer (mujeres transexuales), que es la situación más conocida, sino también de mujer a hombre (hombres transexuales).

c) El Dr. Guillermo Mac Millan, Urólogo, una eminencia en materia de CRS en Chile y Sudamérica, quien lleva alrededor de 37 años efectuando esta intervención quirúrgica. El Dr. Mac Millan partió aclarando que él no hace “cirugías de cambio de sexo”, sino una corrección genital para personas que tienen un sexo psicológico determinado que es diferente del biológico. Por lo mismo, agregó que, por ejemplo, un paciente que nació biológicamente hombre, pero que tiene psiquis de mujer —y que más aún, lleva un buen tiempo con TRH, y viviendo el rol de género que le corresponde según su sexo psicológico— no es, para él, un hombre, sino una mujer hecha y derecha que sólo necesita corregir un aspecto de su cuerpo para sentirse plena y lograr, legalmente, ser reconocida como tal por el Estado.
Sombras

En cambio, desde mi perspectiva personal, los otros participantes no demostraron un conocimiento especializado sobre la temática transexual. Por ejemplo, algunos de ellos distinguían entre personas transexuales y “normales”, como dando a entender, al menos tácitamente, que las primeras serían “anormales”. Otro error frecuente fue que varios panelistas se referían a las personas transexuales no según su identidad de género (sexo psicológico y social), sino según su sexo biológico de nacimiento, situación contraria a lo establecido por los mismos manuales de Psiquiatría que abordan la transexualidad y por los protocolos médicos de países más avanzados que Chile, por ejemplo España. Y, por otra parte, se trata de algo contrario al sentido común, ya que una persona que asume un rol de género determinado, obviamente debe ser tratada y nombrada según ese rol, como, por lo demás, así ocurre, generalmente, en la vida diaria. Pero quisiera detenerme en dos participantes del evento: el primero un expositor propiamente dicho y el segundo, el moderador del panel de preguntas del público:

a) El Dr. Carlos Almonte, Psiquiatra, a partir de unos poquísimos ejemplos de su práctica clínica, intentó demostrar que la mayoría de los niños que asumen roles de género diferentes al sexo biológico de nacimiento (por ejemplo, niños hombres que juegan con muñecas), más que ser transexuales, son homosexuales. De alguna manera, el Dr. Almonte insinuó que la transexualidad prácticamente no existe; y que, con alguna orientación médico-psiquiátrica, el paciente, sobre todo siendo infante, puede ser convencido de ser homosexual antes que transexual, lo que resultaría menos dramático para él (o ella) y su familia.

La postura del Dr. Almonte me resulta bastante discutible, puesto que es sabido (lo cual incluso reconocen los “manuales de la discordia”, arriba indicados) que la identidad género de las personas se forma en la primera infancia, aunque se oculte por muchos años, sobre todo en generaciones anteriores en que se vivía en una cultura excesivamente homófobica y, mucho más aún, transfóbica.

¿Cómo puede un psiquiatra diagnosticar, con tanta certeza, la orientación sexual o identidad de género real de una persona? ¿Existe alguna suerte de “termómetro” que determine estos aspectos? Y algo más de fondo: ¿No pueden, acaso, estos “diagnósticos”, sobre todo en años anteriores, de mayor conservadurismo cultural, haber hecho retroceder los verdaderos sentimientos de las personas, sus inherentes aspiraciones a la felicidad en materia de tendencia sexual y de rol de género?

Claramente, estas preguntas no pueden ser respondidas en este espacio. Pero, por otro lado, resulta indiscutible, como lo han estudiado profusamente autores como Michel Foucault (1926-1984) —en obras como Historia de la Locura en la Época Clásica (1961) o El Poder Psiquiátrico(2003)— que la Psiquiatría ha sido una de las grandes causas de muchas de las discriminaciones sociales en Occidente, injustas y arbitrarias, apuntando siempre a patoligizar diferentes realidades e identidades, consideradas por ella como “anormales, según el contexto sociocultural de diversas épocas. Según Foucault, a través de éstas y otras obras, la Psiquiatría ha sido uno de los principales poderes de “disciplinamiento social”. Y, consiguientemente, para los casos considerados “anormales” o no ajustados a este disciplinamiento, de radical segregación o exclusión social.

b) El Dr. Julio Pallavicini, Psiquiatra —quien no fue expositor propiamente tal del evento, sino que hizo las veces de moderador del panel final de preguntas del público— constituyó, en mi concepto, la guinda de la torta de lo que he calificado como sombras de esta jornada. Fueron dos las frases cuestionables del Dr. Pallavicini.

¡) Su afirmación de que la CRS es un acto médico “contranatura”, echando por tierra, especialmente, la exposición del Dr. Mac Millan, además de sus más de tres décadas de prestigiosa experiencia en esta materia. Y, en general, la jornada misma, supuestamente orientada a mejor comprender, desde la perspectiva médica, la realidad de las personas transexuales.

Después de esta frase desafortunada, por calificarla de un modo suave, fácil es preguntarse si “contranatura” fuera la referida cirugía, ¿por qué no lo serían también todas las otras intervenciones quirúrgicas que se practican y se han practicado a lo largo de la historia? Cirugías, como las estéticas y muchas otras, que no sólo apuntan a sanar una determinada enfermedad, sino a mejorar el bienestar de las personas. No hay que olvidar el concepto amplio de salud que se lee en el preámbulo de la Constitución de la OMS (1946): “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”.

Más aún, si fuera por eso, “contranatura” sería todo el progreso humano, experimentado a partir de la ciencia en sus diversas manifestaciones. Y, más en general todavía, siguiendo la sorprendente lógica del Dr. Pallavicini, “contranatura” sería toda la cultura humana: todo lo que los hombres y mujeres han construido a lo largo de la historia, desde la naturaleza física y a partir de sus capacidades corpóreo-espirituales.

A modo de contexto, hay que indicar que las increíbles palabras del susodicho psiquiatra, y que causaron sorpresa en todo el auditorio, mayoritariamente integrado por estudiantes de Medicina, carecieron de todo fundamento racional (él no participó, como dije, de las exposiciones mismas y no justificó de ninguna manera su postura), sino que se dieron en el marco de las preguntas del público. Y, concretamente, a raíz de las opiniones que, de manera respetuosa, estaba vertiendo Lukas Berredo, hombre transexual y dirigente del MUMS(Movimiento por la Diversidad Sexual), intentando aclarar conceptos y refutar algunos puntos indicados por los expositores, especialmente por aquellos que, como señalé más arriba, demostraron no tener un conocimiento especializado sobre la temática transexual.

¡¡) Otra frase cuestionable del Dr. Pallavicini —y esto con el objeto de impedir que el mencionado hombre transexual terminara sus palabras— fue que la jornada en cuestión era un acto médico y que es mejor que quienes hablen de la transexualidad sean los propios médicos, descartando así el rol que, en este plano, pueden aportar, por ejemplo, las mismas personas transexuales.

Ante esto, cabe preguntarse: ¿cómo es posible investigar la transexualidad seriamente si se desconoce el testimonio de los protagonistas de esta realidad? De hecho, muchas de las afirmaciones indicadas en la jornada, por esos médicos no demostraron tener un conocimiento acabado sobre transexualidad, se desmienten de manera categórica por los miles de testimonios de personas transexuales que, muchas veces de manera anónima, se expresan en algunos foros de Internet, donde tienen la posibilidad de desahogarse y dar cuenta de sus verdaderas vivencias desde su niñez. Cito como ejemplo el foro de Carla Antonelli, conocida activista transexual española.

Por otra parte, y ya desde la perspectiva histórica, la Medicina actual debería ser un poco más humilde y no pensar que su disciplina es, necesariamente, tan avanzada y “sabelotoda”, como, no pocas veces, lo da a entender. Muchas veces no sólo con palabras, sino con gestos, actitudes y hechos.

Si citamos, por ejemplo, a Sheldon Watts, uno de los más grandes especialistas contemporáneos en Historia de la Medicina, especialmente en el plano de las epidemias, tendríamos que recordar una verdad muy poco debatida por los mismos médicos, y es que la Medicina como ciencia tendría su origen recién a fines del siglo XIX, consolidándose, lentamente, durante el XX:

“Siguiendo lineamientos establecidos por Galeno (131-201 a. C) y Avicena (Ibn Sina en árabe, m. 1037), los médicos mismos consideraban que su tarea consistía en ofrecer a los pacientes técnicas personalizadas para impedir la mala salud. Cuando un paciente que había seguido un régimen recetado por el médico sufría una enfermedad grave, la función del médico consistía en crear una impresión de atención mediante placebos, baños, sangrías y recomendaciones dietéticas. El médico (en masculino, antes del siglo diecinueve una mujer médica habría sido una contradicción) sabía muy bien que él no podía curar la enfermedad”. Y luego agrega: “Para nuestro enfoque [el de la lucha sanitaria contra las epidemias] comienza con el trabajo del científico prusiano Robert Koch (1843-1910). Koch descubrió el diminuto organismo viviente (vibrión) que causa el cólera mientras residía en Alejandría en 1883 y confirmó su hallazgo en Calcuta en 1884; dos años antes había descubierto el agente causal de la tuberculosis” (Watts, Sheldon, Epidemias y Poder. Historia, enfermedades, imperialismo, Editorial Andrés Bello, Santiago, 2000, pp. 14 y 15).

Y por citar un caso de epidemias abordadas por Watts en su obra —la lepra— sorprendente resulta enterarse que todavía en el siglo XIX se pensaba que esta enfermedad —técnicamente, conocida como Mal de Hansen— era “[…] hereditaria, contagiosa e incurable [y] que condenaba a personas antes normales a vivir como despojos, con la nariz mutilada, muñones agarrotados en vez de manos y pies, carne y aliento hediondos y voz ronca. Aún más degradante era el estigma asociado con la enfermedad” (Ibíd., p. 74). La solución siempre fue aislar a estas personas en leprosarios o lazaretos, lejos del resto del mundo. Y, después de recorrer la historia occidental de la lepra, más bien como constructo socio-político (el considerar a los leprosos como personas impuras y víctimas de castigos divinos), Watts termina concluyendo el capítulo referido a esta enfermedad que la cura definitiva de la misma llegaría recién en los años 80 del siglo pasado: “[…] las drogas de azufre de los años cincuenta dieron paso a la terapia multidroga en los ochenta. Ahora Occidente tenía al fin una cura, y lo que se requería médicamente era que los afectados fueran reconocidos en la primera etapa de la enfermedad y alentados a acudir voluntariamente a clínicas externas para aprender a ingerir las drogas por su cuenta” (Ibíd., p. 123).

Conclusión

A pesar de las tres exposiciones descritas en el apartado de luces —y, aunque todos nos hayamos sentido, más de alguna vez, muy agradecidos de los médicos que nos han sanado o ayudado—, la jornada descrita me dejó una sensación más amarga que dulce. Me sorprendió que un seminario académico, supuestamente integrado por especialistas en un tema determinado, no haya estado a la altura esperada en términos científicos.

Por otra parte, y reiterando las primeras palabras del Dr. Pallavicini, citadas más arriba, no cabe duda que la Historia de la Medicina ha sido, en general, bastante “contranatura”. En este sentido, podrían citarse otros ejemplos históricos que apuntan a demostrar la lentitud, a diferencia de otras ciencias naturales, de la Medicina en cuanto a comprender algunas enfermedades y realidades humanas que requieren de su atención, aunque no siempre en términos de patologías propiamente dichas, sino también, y desde una mirada más amplia, de bienestar humano.

Buena parte del presente y pasado de la Medicina (no quiero generalizar) olvida y ha olvidado un derecho humano fundamental: el derecho a la identidad como fruto de una decisión personal y libre; y no a partir de dictámenes de determinadas autoridades, erguidas como “superiores” al conjunto de las personas. Autoridades —por ejemplo, médicas y judiciales— muy buenas para diagnosticar o juzgar situaciones humanas concretas; pero muy malas para meterse, aunque sea mentalmente y por algunos momentos, en el pellejo de otras que sufren duras realidades. Y que, por efecto de esos mismos dictámenes, siguen condenadas a sufrir y a ser discriminadas social e institucionalmente.

Las autoridades deben ayudar a las personas que sufren a superar el dolor que padecen y a ser felices. Y no tanto a juzgar, desde afuera y sin vivir, o ni siquiera imaginarse, la cotidianidad de muchas de ellas sobre las cuales firman certificados y sentencias. La felicidad es un derecho, aunque algunos lo nieguen. O lo es, al menos, luchar por vivir una existencia mínimamente digna. Y esto es algo a lo que la mayoría de las personas transexuales, al menos en nuestro Chile, aún no tiene acceso. Para comprender esto, basta leer el Informe anual 2010 del Instituto Nacional de Derechos Humanos que trata la realidad de las diversidades sexuales y, particularmente, la de la comunidad transexual.


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