lunes, 6 de julio de 2009

Entrevista a Josefina Gamboa, profesora universitaria trangénero


El profesor José es hoy la maestra Josefina

A diferencia de otros transexuales y transgénero, José, de 52 años, conserva su empleo como catedrático e investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana, que obtuvo desde hace 14 años. Apoyada por la Universidad Autónoma Metropolitana de Iztapalapa y excomulgada de la Iglesia mormónica, Josefina Gamboa lleva más de 10 años viviendo como una persona transgénero. La profesora Gamboa, como la llaman sus alumnos y compañeros de la universidad, vivió 40 años asumiendo el rol del sexo masculino, con el cual nació.


A diferencia de otros casos de transexuales y transgénero, a sus 52 años de edad, Josefina (antes José), conserva el empleo como catedrático e investigador de la UAM, que obtuvo desde hace 14 años antes de que decidiera convertir su apariencia en la de una mujer.

En entrevista con MILENIO, cuenta que durante 24 años de su vida creció bajo el yugo de una familia conservadora y extremadamente católica. Su educación (primaria, secundaria y preparatoria) siempre la cursó en escuelas ligadas a esta doctrina y a cargo de representantes religiosos en la ciudad de Monterrey, Nuevo León.

Comenta: “Todos los días era llegar al colegio y comenzar con oraciones; tenía que rezar para entrar a clases, al salir y llegar del recreo. Además, cada viernes me tenía que confesar, era un constante bombardeo religioso.

“Con mis padres la palabra sexo nunca se pronunció. El jefe de la familia era un macho que renegaba de uno de sus hermanos que se confesó gay”.
Conforme fue creciendo y sin entender qué era lo que sucedía con su cuerpo y mente, José vivía con una serie de confusiones ocasionados por tener los genitales de un hombre y la necesidad de vestirse como una mujer.

Recuerda que mientras cursaba la secundaria se escondía de su familia y tomaba la ropa de alguna de sus cuatro hermanas para vestirse de mujer, lo que su padre nunca descubrió.

“Mi madre sí me sorprendió alguna vez, pero se hacía de la vista gorda, debido a que éramos ocho de familia, ella sólo hablaba de sexualidad con mis hermanas, mientras que mi padre hacía lo propio con sus cuatro hijos”.

En la adolescencia, los preceptos religiosos que le fueron inculcados le impedían sostener una relación sexual con cualquier mujer.

“Fui virgen hasta los 21 años, cuando mis amigos tenían su primera experiencia la tenían a la mayoría de edad”.
Incluso, “las primeras dos veces que mi padre le pagó a uno de mis cuñados para que me llevara con una prostituta, no pude tener una erección, aunque conforme pasaron los años, mis experiencias sexuales eran ocasionales y sólo con mujeres de la calle”.

A los 24 años de edad, en 1979, tras una decepción amorosa y después de haber obtenido su título como biólogo marino, José se trasladó al Distrito Federal.

Seis años más tarde, además de conseguir un trabajo en la UAM, se casó con una mujer mormona, con quien no sólo procreó dos hijos, una mujer y un hombre, sino también mantiene una relación de “amigas”.

Aún viviendo con su ex pareja, en 1997 José decidió “salir del clóset” y convertirse en Josefina, decisión que le había ocasionado decenas de problemas en el ámbito personal y laboral.

“Nunca tuve actitudes de hombre, en mi matrimonio no podía asumir el papel del jefe de familia, las relaciones sexuales no eran placenteras”.

Platica: “Durante 10 años fui travesti, pero de esos que se esconden en el clóset. Cada vez que salía de casa me vestía y maquillaba como una mujer, pero en las noches, cuando regresaba, me volvía a poner la ropa de hombre.

“Así fue mi vida hasta después de que nacieron mis hijos y me separé de mi mujer. Pero años más tarde ella regresó, por lo que la ropa la tenía que guardar en el cubículo de la universidad”.


El esconder la ropa en su lugar de trabajo conllevó a que su compañero de investigaciones y uno de sus jefes inmediatos lo descubrieran e iniciaron en su contra un campaña de discriminación que le llevó a dejar de presentarse a trabajar durante dos años, aunque le continuaron depositando su sueldo quincenalmente.
En esos años era tan grande el trauma y la frustración que sentía por no poder asumirse como mujer, así como por el rechazo de algunos de sus compañeros de trabajo, que intentó suicidarse en tres ocasiones.

A los 42 años de edad, Josefina decidió iniciar el tratamiento hormonal y de apoyo psicológico para cambiar de sexo, lo que le permitió hablar con las autoridades de la universidad, quienes le manifestaron su total apoyo y respeto.

“Desde que estaba Luis Mier y Terán a cargo de la UAM, la universidad ha abierto las puertas a catedráticos transexuales, transgéneros, travestis, gays y lesbianas. Siempre tuve el apoyo de la institución, a pesar de que mi compañero de investigaciones llegó a declararme que es homofóbico”, expone.

En la UAM no importa la diversidad sexual, lo que se respeta es el trabajo de su personal, asevera.

En la actualidad, la profesora Gamboa imparte sus cátedras en la UAM Iztapalapa y explica a sus alumnos las causas biológicas de las personas transexuales y transgénero.

A pesar de que su padre murió hace algunos años, después de su cambio de sexo, Josefina se reunió con él en cinco ocasiones, donde sólo cruzaron algunas palabras.
En cambio, comenta con una sonrisa en la boca, “el día que mi madre me vio por primera vez con un vestido, zapatillas y maquillaje, lo único que me dijo fue: ¡Qué mujerona!”.

De sus ocho hermanos, la profesora sólo cuenta con el apoyo de una de ellas, pero “estando mi madre y mi hermana a mi lado, lo demás viene sobrando”.

Aunque desde hace 10 años Josefina vive sola en un departamento en Iztapalapa, la relación con su ex pareja y sus dos hijos es afectiva, cordial y respetuosa, aunque ellos continúan siendo mormones y Josefina fue excomulgada cuando decidió cambiar de género.

La bióloga marina expone que a pesar de que su vida no ha sido fácil y libre de insultos y discriminaciones, hay personas transexuales y transgénero que no tienen la fortuna de contar con algún familiar que las apoye y, mucho menos, con un trabajo que les permita vivir con dignidad.

“Para mí el cambio de nombre no es importante, esa etapa la superé, pero hay cientos de personas que tienen la necesidad de cambiar completamente su identidad y, quienes no lo logran, deciden salir por la puerta fácil y suicidarse”, finaliza.



Georgina Pineda




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