miércoles, 27 de junio de 2012

Espejo Retrovisor: Ángel, un emigrante transexual en París

por Leopoldo Villarello Cervantes


En el amplio programa que este año ofreció el XVI Mix México. Festival de la Diversidad Sexual en Cine y Video —rebautizado ahora como Blow, debido a que el cine minuto introductorio es un pastiche o transcripción del “Blow Job” (1963) de Andy Warhol— se programó la sección Mix Supernova Real, en la que fue exhibido el documental “Ángel” (2008), de Sebastiano D’Ayala Valva.

El largometraje, una producción gala, muestra a Ángel, un ecuatoriano transexual apodado “Mujerón”. Fornido, grande, alto, de raza negra, que tras vivir por varios años en Europa, al fin consigue los documentos legales de residencia, por lo que puede entrar y salir de Francia sin problemas, incluyendo un viaje para visitar a su familia en su tierra natal.

En las calles de París se desempeña como trabajadora sexual. Habla directo a la cámara contando que se dedica a ello para su amante, su novio, su amor (todos ellos son) y hasta para su madre, a quien desde que se alejó de Ecuador le ha enviado dinero puntualmente. Ángel sustenta a su familia; en Francia también vive una hermana. No planea dar marcha atrás a su situación.

El documental contrasta lo fuerte de Ángel con su feminidad física y gestual, producto de diversas cirugías, además del perrito que ha viajado con él desde París y al cual no suelta. Revisa la acre realidad de los emigrantes sudamericanos en países extranjeros en que han de emplearse en lo que caiga con tal de obtener ingresos, y la más cruda desilusión en el hogar y el esfumarse de sus sueños futuros.

Como tantos inmigrantes, cuando vuelven a su terruño, cargan numerosas valijas con regalos para familiares y amistades. Al aproximarse en el taxi a su barrio se da cuenta lo que ha crecido la ciudad, las mejoras; antes las calles eran de tierra. Reconoce su casa, donde le espera su mamita.

Con testimonios a cámara de sus parientes, vemos lo que sienten por él, la aceptación de su transexualidad en parte porque los mantiene económicamente, así nieguen que les disguste su condición; y lo que piensa Ángel al respecto, el amor por su mamá, quien apenas esboza palabras sobre eso.

Contagia el cariño con que lo recibe unas de sus amigas, apapachos y palabras expansivas; la sorpresa de verle con senos, la comparación que hacen con los suyos; y los chiflidos a su paso campante, las burlillas de niños secundarianos a quienes da una reprimenda.

A cada paso se confirma que en la casa materna todo se lo deben a Ángel: la vivienda, los estudios del hermano, lo que comen a diario. Una prima es quien se atreve a decir que son unos vividores, mientras ella se ufana que ha ganado lo que tiene.

Se confronta la decisión de la hermana de ni enviarles besos a sus hijos, uno al que debe haber abandonado de bebé, y que ellos la ven en video. Cuando Ángel regresa a París, ésta también afirma que son unos aprovechados, y que sólo le dan saludos para que les compre un juguete y les entregue unos pesos; y reflexiona que antes ella les llamaba seguido, ya no.

En su pueblo, sabremos de la vida previa de Ángel, de sus días de boxeador, prometedor amateur. Fotos de esos años lo conservan musculoso, guapo, juvenil, con bigote. Gente de organizaciones LGBT que le conoció en Quito lo recuerda hace una veintena de años, lo cual sirve al realizador del documental para hablar de la problemática que vivían integrantes de este colectivo en Ecuador, las penas carcelarias que marcaba la Constitución, y los derechos que han ido conquistando.

El trago más amargo del viaje de Ángel se da cuando cumple en ir con su padre —enfermo y medio paralizado—, al visitar el terreno donde pensaba que le habían construido una casita, en la cual se retiraría cuando envejeciera.

Lo único con que se topa es una simple construcción, ruinosa y mal armada de madera, habitada por unos sobrinos. El desencanto es duro para él, pues creía que la vivienda ya estaría lista y acondicionada para habitarse. Se enfurece inquiriendo que han hecho con los dólares que les remitía.

En el epílogo cabe intuir que fue el último viaje de Ángel a Ecuador. Su hermana menos se repatriará. Se arraigarán juntos en Marsella; un departamento donde siempre se tendrán mutuamente.

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