Quién sabe si por la cercanía que ofrece la experiencia común de la feminidad, esta entrevista con la cineasta Marilyn Solaya fue pasando del diálogo profesional a una charla entre amigas. La admiración por su documental En el cuerpo equivocado, estrenado este 18 de agosto en el cine Charles Chaplin y exhibido en varias salas de la capital, me llevó hasta su apartamento del Vedado una noche de sábado, con la intención de indagar en las razones que singularizan su discurso audiovisual y su enfoque de un tema tan sensible como la transexualidad.
Comenzó en el séptimo arte por la actuación, en películas como Fresa y Chocolate (1993), de Tomás Gutiérrez Alea y Juan Carlos Tabío; Despabílate amor (1996), del argentino Eliseo Subiela, así como en cortos y coproducciones del ICAIC y la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños. Pero esto no fue más que un paso para acercarse a la vocación verdadera: la dirección cinematográfica. Luego de graduarse de esta especialidad en el Instituto Superior de Arte (ISA), y echando mano a los recursos aportados por sus estudios de teatro en la Escuela Nacional de Arte (ENA), Marilyn ha escrito y dirigido varios cortos y documentales, entre ellos Hasta que la muerte nos separe, Mírame mi amor, Show room, Alegrías y Retamar. Cuenta además con un multilaureado guión de ficción, Vestido de novia, que aún espera por llegar a la gran pantalla.
En el cuerpo equivocado , proyecto premiado en la segunda edición del Programa de Fomento a la Producción y Teledifusión del Documental Latinoamericano DOCTV IB Latinoamérica, se centra en la historia de Mavi Susel, a quien se le realizó la primera operación de reasignación sexual en Cuba en el año 1988. Lo interesante es que la realizadora elige como línea argumental una arista poco explorada cuando se abordan dichas temáticas: la construcción de la feminidad en medio de una sociedad donde perviven estereotipos y prejuicios machistas, sexistas y patriarcales.
El discurso creativo de la realizadora demuestra encontrarse en un momento de madurez y crecimiento, al entregar una obra de impacto no solo por su contenido, sino por el cuidado formal. Existe en el filme un dominio evidente del lenguaje cinematográfico que le permite desplazarse con destreza entre la realidad y la ficción. La puesta en escena, uno de los aspectos más atractivos, aprovecha también la dimensión simbólica e inserta elementos metafóricos que sirven para cuestionar la tradicionalidad del género.
Desde el instante mismo de su presentación —con una abarrotada sala Chaplin y ovaciones cerradas a la protagonista, la realizadora y el equipo de filmación—, En el cuerpo equivocado promete convertirse en uno de los sucesos cinematográficos más significativos del año en Cuba. Mientras disfruta de este momento de su carrera, Marilyn ya concibe un nuevo proyecto, en el cual polemizará desde la academia sobre las construcciones sociales y culturales de la feminidad y la masculinidad.
Se trata de una creadora que ha sabido labrar su camino con esfuerzo, talento y la convicción absoluta de luchar por lo que cree. He ahí una de las claves del éxito de su película, porque solo desde el verdadero comprometimiento ético con la realidad defendida, se puede alcanzar la transparencia.
¿Cómo llegaste a Mavi?
Cuando estaba preparando el documental Mírame mi amor, sobre los exhibicionistas, visité la Clínica de la Niñez y la Adolescencia. Allí el doctor Lázaro Hernández, encargado de la consulta de trastornos de la identidad, me dijo que cuando quisiera hacer un documental necesario, abordara el tema de los transexuales. Se trataba de un tabú hasta para los libros especializados, que le dedicaban capítulos casi invisibles. Yo me quedé pensando en la conversación, y cuando estrené Hasta que la muerte nos separe en la televisión, me preguntaron sobre mi próximo proyecto y dije que había descubierto un asunto interesante, pero que todavía tenía mucho por investigar. Resulta que Mavi estaba mirando la entrevista, le gustó el documental y comenzó a averiguar la manera de contactarme. Yo acababa de parir a mi hija, y un día me llama una señora para decirme que cómo pretendía hacer un documental sobre la transexualidad si todavía no la había buscado. Le expliqué que el proyecto era solo una idea; pero la invité a mi casa, nos conocimos y a partir de ahí comenzamos a trabajar.
Ese proceso duró siete años, en los que prácticamente estuviste sin filmar.
En el 2002 terminé Mírame mi amor y de ahí me centré en este proyecto. Además, tenía a Carolina pequeña y después llegó Raúl, al mismo tiempo que escribía y organizaba lo que quería hacer con todo lo que iba aprendiendo; porque me di cuenta de que en aquel entonces no podíamos realizar un documental.
¿Por qué?
Cuando se trabajan estas temáticas hay que conocerlas a fondo para no cometer errores, sobre todo porque estás trabajando con un ser humano. Debía investigar y no era de un día para otro. Por otra parte, ella tenía muchos problemas de su propia condición por resolver. En el camino nos fuimos alfabetizando, sobre todo en las cuestiones referidas a la transexualidad, la diversidad sexual y el género, y eso me permitió percatarme de lo que representa ser una mujer desde el punto de vista social y cultural.
Tomamos la decisión de escribir un guión de ficción a partir de la investigación realizada, que sobrepasa la historia de Mavi, pues incluye fragmentos de lo que sucedió a esas otras personas que entrevisté. De ahí nació Vestido de novia, un título inspirado en el poema de Norge Espinosa que, aunque se refiere a la homosexualidad, tiene una ambigüedad muy rica que aproveché como símbolo para contar mi historia.
Ese guión ha recibido varios premios: en Cinergia; Dreamago, en Suiza; y en el I Taller Latinoamericano del Sector Industria en el XXX Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. Sin embargo, llegó primero el documental.
¿Este cambio de actitud tendría que ver con la celebración de las Jornadas contra la Homofobia en Cuba en los últimos años?
Creo que todo conspiró para que ocurriera. Primero la decisión de Mavi de contar su vida, no por sensacionalismo, sino para ayudar a las muchachas que conoció en el CENESEX. También apareció la convocatoria de DocTV Latinoamérica, un concurso que se realiza por segunda ocasión, y aproveché para preparar un proyecto que me conocía muy bien, centrado en la historia de vida que venía trabajando por siete años. Lo curioso es que, aunque estuvo entre los cinco finalistas, mi proyecto no era el favorito. Pero cuando me dieron la oportunidad de exponerlo, demostré que tenía algo bien consolidado. Ella se presentó como una mujer con un problema que desea denunciar. La filmé en su casa y llamó mucho la atención su imagen, porque cuando se aborda este tema la gente no piensa en una señora. Tienen en la cabeza el estereotipo del cuerpo semejante al de Barbie. Les expliqué mis intenciones y entonces la decisión fue inapelable.
En el documental se percibe la preocupación por no vulnerar a tu personaje, un aspecto indispensable de reiterar en tiempos en los cuales parece ser más importante lograr el golpe de efecto que la ética. ¿Cómo lo manejaste tú?
El guionista o escritor tiene que ser amoral. No le puede asociar lo que piensa y cómo lo piensa a sus personajes. Debe concebir todos los protagonistas y los antagonistas del mundo con una coherencia, una lógica, y por eso no puede tener prejuicios. Pero cuando se trata de un ser humano real, las cosas cambian. Primero, hay que acortar esos egos de los realizadores cuando tenemos en la mano un tema que puede ser un boom. Hay que salirse de ahí y pensar en la persona que está delante de uno, pues tiene un corazón, una familia, un esposo, hijos o sobrinos, vecinos, etcétera. No se puede manipular, sino ser sincera, pactar. En la medida en que se conoce más sobre el tema, se sabe la mejor manera de no cometer errores y de cuidar, desde un respeto por el ser humano con el que se trabaja. Debía tener en cuenta que ella estaba haciendo un desnudo constante. Si te percatas de eso, de que alguien te está entregando su intimidad, las interioridades de su casa, que estás entrando a su vida, lo menos que puedes hacer es respetar.
Tu película cuenta la historia de una mujer cercana a los 50 años, que se cuestiona cómo ha construido su feminidad. ¿Por qué este punto de vista?
Independientemente de que estábamos trabajando, Mavi y yo nos hicimos amigas y en medio de esa amistad ambas nos fuimos alfabetizando en la teoría de género. En nuestras conversaciones hablábamos sobre muchas cuestiones, sobre la infidelidad, sobre la vida doméstica. Y de pronto empiezo a descubrir que una persona tan transgresora en su momento, capaz de lograr una operación de reasignación sexual en el año 88, se había convertido en alguien muy tradicional. Yo trataba de ayudarla en ese sentido, de mostrarle que existía otra manera para conducir la vida, menos rígida, y ella me escuchaba siempre desde su propia valoración, según como fue educada.
Cuando la concebí como personaje, primero la vi como la mujer capaz de ir sola a operarse para concluir un proceso que la convirtió en lo que siempre había sido, desde su niñez. A partir de ahí empezó a vivir según lo que entendía que era ser mujer, lo que aprendió de su entorno y de su familia. Para ella un hombre tenía que ser bien macho y heterosexual, y la mujer era la encargada de las labores domésticas. Mientras pasaron los años, abandonó sus sueños de ser cantante y comenzó a vivir para su esposo, su casa y su madre enferma, como lo han hecho muchas mujeres que conozco. Pero en un momento comenzó a despertar.
Con mi documental me interesa cuestionar que en pleno siglo XXI aún estemos estancados en esa manera convencional de entender la vida. Nos encontramos en una sociedad machista, hegemónica, patriarcal y heterosexista y, a pesar de todos los avances, a las mujeres nos siguen tratando como minorías, al igual que a las personas no heterosexuales o no blancas.
El final de la película plantea una evolución en la protagonista. ¿Cuánto influyó en ella todo el proceso de realización?
Ningún documental le cambia la vida a nadie; pero los procesos sí. Desde el momento en que Mavi y yo nos conocimos hasta que llegó a mi casa a decirme que quería contar su pasado, siento que ella comenzó a tener una opinión diferente sobre su historia. Quería hacer otras cosas, se anotó en el coro comunitario, fue a cantar al museo, visita una peña donde están los artistas que admira. Recuperó los deseos de salir al mundo y se dio cuenta de que aunque debía seguir con sus obligaciones, también podía salir de su casa porque la vida no es solo eso. El documental ayudó a aumentar el interés y la compresión de su entorno sobre ella. Subió su autoestima. La gente comenzó a mirarla de otra manera, también porque se lo ha ganado. Ella me ha dado lecciones de muchas cosas, porque nadie tiene derecho a juzgar a los demás.
Ciertos creadores y creadoras son reticentes a enmarcar su obra dentro de la teoría de género; sin embargo, tú lo reconoces como una ganancia. ¿Crees que el género puede definir una manera de hacer cine?
La mayoría de las mujeres del cine, y de este país, no manejan el tema del feminismo. Decir que eres feminista es una cosa medio rara, como una mala palabra. Si eres feminista será porque odias a los hombres, porque no sé a quién se le ocurrió decir que el feminismo es lo contrario del machismo. En todo el proceso de investigación para este documental obligatoriamente debí acudir al feminismo, y me identifico muchísimo con sus teorías, sobre todo las que se pueden enmarcar en nuestra realidad. Me interesa defender los derechos de la mujer, hacer entender que ser mujer es mucho más que una condición del cuerpo. Si eso es ser feminista, yo lo soy, y no tengo ningún problema en declararlo.
Lo mejor que tiene este trabajo es que uno se da cuenta de que no puede mentir; no puede contar historias que desconoce. Si alguien me pregunta cuál es el director que mejor representa la realidad cubana, digo que Fernando Pérez; pero él es una persona que camina de su casa al ICAIC, que se relaciona con la gente, que tiene hijos y está cerca de los estudiantes, de los jóvenes. Me identifico más con ese tipo de cineasta sincero.
Primero que todo, estoy buscando mi estética y creo que la he encontrado. Tiene que ver con lo que soy: una directora de cine, una comunicadora, madre de dos hijos, cubana. No hay más sinceridad que hablar de lo que uno es y cómo vive. Mi obra tiene una mirada femenina y por ahí se conforma el concepto de mi trabajo. Todos mis temas van a ir encaminados a que se reconozca a la mujer. Si una mujer es violentada, hay que denunciarlo. Si una mujer es víctima de una construcción social como en el caso de Mavi, hay que cuestionarlo. Para el patriarcado es más cómodo que continúe el silencio; pero yo hablo desde la mujer que soy, y no puedo cargar con prejuicios patriarcales.
¿Cómo transcurrió tu tránsito de actriz a directora?
Siempre tuve claro que quería ser directora. Cuando llegué a esta ciudad para la universidad, cada día de mi vida iba a la cinemateca a ver una película. Estudiar teatro fue importante porque me dio herramientas de dramaturgia, me enseñó a trabajar con actores. Lo que pasa es que me aburre el teatro, por aquello de repetir muchas veces la misma obra, a pesar de la magia de que cada presentación puede ser distinta. Prefiero el proceso de investigar, hallar un tema, crear el guión.
Respeto mucho la actuación, pero no amo ese trabajo. Sucede que no había otra manera de acercarme al cine que como actriz. Un día me dijeron que estaban haciendo un casting para una película y resultó ser Fresa y Chocolate. La imagen que tenía yo de Titón era la de las revistas, muy distinto al hombre con canas que me evaluaba. Cuando me preguntó por el cine que prefería yo le dije que el de Tomás Gutiérrez Alea, pues había visto Memorias del subdesarrollo un millón de veces y siempre le descubría algo nuevo. Él se percató de que no lo reconocía y tal vez por esa espontaneidad me dio el personaje. Después de todo lo que implicó participar en una película tan importante, de ser dirigida por él y Juan Carlos Tabío, y ver a Titón recién operado en el rodaje, revisando cada plano hasta en el hospital, me convencí de que la de director es una profesión que demanda una entrega, aprendí a respetar el oficio.
Cuando entré al ISA a estudiar dirección todo el mundo me veía como la actriz. Incluso, hasta tuve que cambiar mi imagen en función de eso. Me construí un personaje y no hubo un casting en que no me aprobaran. De ahí aprendí que hay que seleccionar muy bien a los actores, porque a veces te puedes equivocar. Confío en la herencia del teatro, de conversar, de hacer taller, porque sé lo que te puede pasar cuando alguien te quiere dar gato por liebre. Trabajé muchísimo como actriz, con Eliseo Subiela, en una película canadiense, en la Escuela de Cine de San Antonio. Para mí estar en esa Escuela era muy cómodo, porque por allí pasaban directores de todo el mundo y después daban una charla. Fue fundamental en mi aprendizaje.
Todos los trabajos que he hecho después de salir del ISA fueron a partir de convocatorias del ICAIC. He aprovechado todos los concursos y he tenido la posibilidad de haber sido seleccionada. Me siento muy orgullosa porque me queda el buen sabor de que nadie me lo regaló, me gané la oportunidad de dirigir.
Has llamado a trabajar contigo a un grupo de los más prestigiosos especialistas del cine cubano para este documental. ¿Cómo reaccionó el equipo ante este tema?
Ha sido la experiencia más grande que he tenido dentro del mundo del cine. Para mí fue un salto. Soy una persona muy exigente con mi trabajo, para muchos conflictiva, que confronto todo porque me gusta que las cosas queden bien. Hicimos un trabajo de mesa muy fuerte; pero desgraciadamente no todo el mundo entendía el documental que estaba haciendo. Traté de estar al tanto hasta de lo mínimo. Por ejemplo, en la entrevista de Mavi trabajé con el equipo indispensable porque la consideraba un desnudo, a veces más fuerte que quitarse la blusa y el ajustador. Algunos no compartían que los sacara del set, pero era una medida de respeto, porque ella exteriorizó un grupo de asuntos que no están en el documental por ética, y las demás personas no tienen por qué saberlos.
Por otra parte, pasaron tantos años sin que yo filmara, que la gente no tiene por qué creer en mí. En mi equipo la más nueva era yo, por tanto, si alguien tenía que equivocarse era yo. Lo que chocó quizá es mi manera recta de ver las cosas. Soy preciosista y eso en estos tiempos que corren es medio raro. Sentí que a la gente le falta información sobre este tema. Tuvimos que hacer casting hasta para el chofer que todos los días traería a Mavi, porque todavía hay quien no se mete en la cabeza que es ella y no él. Es difícil para una persona común como Mavi tener de pronto frente a su casa cinco camiones, una guagua, un set de luces, que todo el mundo acuda a su baño, y todo eso hay que tenerlo en cuenta a la hora de filmar este tipo de documental.
Pero esas son nimiedades comparadas con todo lo que aprendí. Los problemas se solucionaron pronto y sentí mucho placer cuando llamé a algunos de los miembros del equipo para que vieran la primera versión del documental y me dijeron: “De verdad tenías tu película en la cabeza”.
Atendiste mucho el aspecto formal, y eso es una de las ganancias de En el cuerpo equivocado, sobre todo en cuanto a la fotografía y la edición. ¿Cómo las concebiste?
Existen directores que quieren tener el control de todo; pero me parece un error porque para eso existen las especialidades, las cátedras. Trabajar con Raúl Pérez Ureta es un honor. Se trata de un maestro que también descubrió su oficio trabajando, experimentando, hasta convertirse en el tremendo director de fotografía que es hoy. Lo escogí porque quería que mi historia se contara a través de la luz, y su fotografía, sobre todo en los últimos años, tiene mucho de eso. Para mí es un privilegio expresarme a través de su mirada. Manolito Iglesias es también una persona muy sensibilizada con el tema, que tiene una actitud positiva. Sabía que siempre que nos sentáramos a trabajar, él iba a entenderme y enseguida se conectó con el proyecto. Editamos en dos semanas, aunque la gente no lo pueda creer.
Estuviste todo el tiempo trabajando la puesta en escena, con una línea muy fina entre realidad y ficción.
A la gente le llama la atención eso, pero no estoy inventando nada. Es la herencia de la escuela del documental cubano que hizo invisibles los límites. La realidad a veces supera a la ficción, pero a la hora de comunicar es mejor recrear ciertas cosas, y si se logra hacer una fusión equilibrada, el trabajo puede quedar mejor. Soy una espectadora muy exigente, y esos documentales que todo el tiempo se están explicando no me funcionan.
La columna vertebral es la entrevista de Mavi, pero por otro lado está mi punto de vista como realizadora. Tenía que llevar dos discursos. El de Mavi es el real, y en el mío se encuentra toda la carga simbólica de la puesta en escena. Los momentos que iba a ficcionar me los dio la investigación previa, y la continuidad del documental la encontré en las ideas, no en el vestuario.
Incluso convertiste a Mavi en actriz...
El documental es una puesta en escena desde el comienzo hasta el final. Desde que pactas con una persona para que reproduzca su rutina de todos los días, está actuando para ti. Es su casa, tiene su ropa y sus chancletas, pero está frente a una cámara y se convierte en un personaje. Esa es mi formación, llevo muchos años aprendiendo esto y es uno de los aspectos que más disfruto del cine. Además, para nadie es un secreto que me gustaría dar ese salto hacia el largometraje de ficción.
Tenías también otro riesgo ante ti, el de caer en el melodrama.
Lo primero que me planteé es que no podía hacer de esto un carnaval, ni una feria. Por otro lado, escogí a Mavi porque siento que es un ejemplo, una persona con valores humanos que respeto mucho. Si voy a defender una causa, no voy a poner sus lados oscuros. Todas las personas tenemos algo bueno y malo, no tengo por qué pasar por los lados negros de esta historia para avanzar o para que la gente se sensibilice. Tenía que explotar la parte más humana y quitar todo lo pintoresco.
¿Crees que este documental te lleve a realizar tu película de ficción?
Estoy viviendo hoy mi primer día de los 40 años, que históricamente ha sido la edad en que los realizadores cubanos han llegado al largometraje de ficción. Siempre he luchado por lo que he querido y siempre lo he logrado. Disfruto mucho cuando me lo gano y no cuando me lo regalan. He estado dispuesta a defender mi proyecto y a explicarles a todos en qué consiste, para qué sirve. En algún momento he tenido diálogos con distintas personas del ICAIC para realizar el largometraje, pero no se han concretado. Hubo quien me dijo que ese no era un guión de interés porque la transexualidad en Cuba se ve como algo muy terrible, pero en el mundo no es ningún problema. Entonces comencé a llevarles información, porque a veces se pueden tener ciertas posturas debido a la ignorancia. Quiero que si un día mi proyecto se vuelve a revisar la gente diga: “sí, ella puede”. Este es un documental de 52 minutos, con una puesta en escena, con una tesis, una mirada. Se ve que soy una realizadora con cosas por decir, que las puedo decir...
Y decir bien...
La obra habla por sí sola; aunque, por supuesto, no es perfecta. Es muy complicado llegar al cine como mujer. Cuando editaba mi segundo documental en el ICAIC, embarazada de mi hija, una realizadora me dijo que esa barriga era un error, porque en lo que el niño creciera me iba a costar mucho tiempo retomar la carrera. Pero es una felicidad ver a mis hijos crecer, educarlos, enseñarlos. Es una fortaleza para mi vida, y ahora mismo soy un tren blindado gracias a ellos. Me ayudan a tener otra mirada sobre las cosas.
¿Cuál es tu nuevo proyecto?
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