Desde hace dos años en una casa de un tradicional barrio de Quito, denominado La Gasca, habitan personas que bajo un solo eslogan proclaman su búsqueda de “derechos iguales para los cuerpos distintos”. Allí esos torsos diferentes, que en realidad nacieron sin pechos abultados que requieran de un sostén y que ahora con todo orgullo llevan puesto, han luchado para que sus derechos sean respetados sin necesidad de que se impongan leyes nuevas.
Lo que hicieron para lograrlo fue, en principio, darle un nombre a su propio hogar: “La Casa Trans”. Ahora ese inmueble que representa el primer éxito del género transexual para acceder a una vivienda digna, también se ha convertido en el espacio de todo un proyecto transgénero que sobresale en este Día del Orgullo Gay por haber becado a 30 de sus miembros para seguir estudios en universidades, cursos de inglés y contabilidad o en talleres sobre liderazgo y sociopolítica. Además, efectúa capacitaciones en el área de la salud, tiene una patrulla de ayuda legal, un grupo artístico y hasta tiene su propio “Clóset club”.
Las impulsadoras de la creación en principio fueron Ana Almeida y Elizabeth Vásquez, quienes a pesar de no ser transgénero, sí son activistas de la comunidad GLBTI (gays, lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales).
Ellas si bien son las impulsadoras de La Casa Trans, no son sus habitantes. En el sitio solo pueden permanecer quienes sean transgénero. Es así como por allí han pasado 80 personas como Shirley Valverde, Nicole Valarezo, Mishell Ríos, Karen Anahí Bustamante, entre otras y no “otros” porque ahora se reconocen con su cuerpo femenino y como tal exigen ser denominadas.
Este hogar funciona desde hace dos años y logró consolidarse tras el tercer intento de las transgénero de querer tener su propio hogar. El proyecto comenzó en el 2002 con el nombre de “casa travesti”, que “como todos los procesos políticos, duró poco tiempo”, afirma Almeida. Luego se dio un segundo intento fallido y finalmente “La Casa Trans”.
La casa tiene espacio físico para seis personas: 5 trans femeninos (de hombre a mujer) y 1 trans masculino (de mujer a hombre). Pero este último miembro ha sido muy difícil conseguir, comentan los otros integrantes del proyecto, aunque hace tres semanas estuvo un trans masculino chileno que tiene pretensiones de venir en noviembre al país para integrarse al proyecto.
Almeida señala que el proceso ha sido difícil, ya que cuando llegaron al barrio los vecinos no las aceptaban, arrojaban basura al patio o piedras a las ventanas e incluso con cierta jocosidad cuenta que “el gasto mayor se ha tenido en el cambio de vidrios”.
Incluso la dueña de casa mandó a cerrar con cemento los arcos del patio que permitían a las personas de la calle observar el interior de la casa. Esto, según Mishell, “para que los vecinos no se den cuenta de quiénes eran las personas que vivían en el interior”.
Pero la dureza de la experiencia no solo se quedaba dentro de las paredes de la casa. Nicole, una de las becadas por la casa para que se prepare profesionalmente en la carrera de leyes en la Universidad Alfredo Pérez Guerrero, debió enfrentar a un profesor que no aceptaba llamarla por su nombre.
“La idea de la casa es también que nos preparemos para que no nos estigmaticen como estilistas o prostitutas, pero cuando la gente te discrimina diciéndote un nombre de varón, las cosas se vuelven difíciles”, opina Nicole al tiempo que recuerda cómo cada vez que aquel maestro le tomaba asistencia, solo le decía “Harold Fernando Valarezo”.
Como ella no contestaba, al finalizar la lista, Nicole se paraba y le pedía que la tomara en cuenta porque ella sí constaba en la clase. “Ya después de tanta insistencia, él toleró mi preferencia”, expresa.
Pero quienes no gozan de esta beca y aún no han acudido al apoyo directo de La Casa Trans, también cuentan con su asistencia a través de la patrulla legal.
Elizabeth Vásquez comenta que en un pequeño vehículo recorren calles de la capital donde saben que hay transexuales trabajando como prostitutas y les brindan asesoría jurídica. “La casa no es una iniciativa paternalista; si bien da acogida a quienes lo requieran, la idea es que conozcan sus derechos y así las ayudamos”, afirma Elizabeth.
En ese marco, la casa brinda espacios de formación de derechos todos los sábados, donde también acuden estudiantes feministas de la Flacso, la Facultad de Comunicación de la U. Central y de la Politécnica Salesiana.
Además de esto poseen un espacio de distensión denominado “Clóset club”, donde quienes aún no asumen su orientación sexual, pueden acudir, comportarse libremente e incluso se les puede dar un espacio para que dejen “la ropa con la que se sientan más a gusto vestirse, ya que eso de andar botando la ropa de mujer solo porque en su casa no tienen dónde guardarla causa más conflictos”, dice Almeida.
Lo que hicieron para lograrlo fue, en principio, darle un nombre a su propio hogar: “La Casa Trans”. Ahora ese inmueble que representa el primer éxito del género transexual para acceder a una vivienda digna, también se ha convertido en el espacio de todo un proyecto transgénero que sobresale en este Día del Orgullo Gay por haber becado a 30 de sus miembros para seguir estudios en universidades, cursos de inglés y contabilidad o en talleres sobre liderazgo y sociopolítica. Además, efectúa capacitaciones en el área de la salud, tiene una patrulla de ayuda legal, un grupo artístico y hasta tiene su propio “Clóset club”.
Las impulsadoras de la creación en principio fueron Ana Almeida y Elizabeth Vásquez, quienes a pesar de no ser transgénero, sí son activistas de la comunidad GLBTI (gays, lesbianas, bisexuales, transexuales e intersexuales).
Ellas si bien son las impulsadoras de La Casa Trans, no son sus habitantes. En el sitio solo pueden permanecer quienes sean transgénero. Es así como por allí han pasado 80 personas como Shirley Valverde, Nicole Valarezo, Mishell Ríos, Karen Anahí Bustamante, entre otras y no “otros” porque ahora se reconocen con su cuerpo femenino y como tal exigen ser denominadas.
Este hogar funciona desde hace dos años y logró consolidarse tras el tercer intento de las transgénero de querer tener su propio hogar. El proyecto comenzó en el 2002 con el nombre de “casa travesti”, que “como todos los procesos políticos, duró poco tiempo”, afirma Almeida. Luego se dio un segundo intento fallido y finalmente “La Casa Trans”.
La casa tiene espacio físico para seis personas: 5 trans femeninos (de hombre a mujer) y 1 trans masculino (de mujer a hombre). Pero este último miembro ha sido muy difícil conseguir, comentan los otros integrantes del proyecto, aunque hace tres semanas estuvo un trans masculino chileno que tiene pretensiones de venir en noviembre al país para integrarse al proyecto.
Almeida señala que el proceso ha sido difícil, ya que cuando llegaron al barrio los vecinos no las aceptaban, arrojaban basura al patio o piedras a las ventanas e incluso con cierta jocosidad cuenta que “el gasto mayor se ha tenido en el cambio de vidrios”.
Incluso la dueña de casa mandó a cerrar con cemento los arcos del patio que permitían a las personas de la calle observar el interior de la casa. Esto, según Mishell, “para que los vecinos no se den cuenta de quiénes eran las personas que vivían en el interior”.
Pero la dureza de la experiencia no solo se quedaba dentro de las paredes de la casa. Nicole, una de las becadas por la casa para que se prepare profesionalmente en la carrera de leyes en la Universidad Alfredo Pérez Guerrero, debió enfrentar a un profesor que no aceptaba llamarla por su nombre.
“La idea de la casa es también que nos preparemos para que no nos estigmaticen como estilistas o prostitutas, pero cuando la gente te discrimina diciéndote un nombre de varón, las cosas se vuelven difíciles”, opina Nicole al tiempo que recuerda cómo cada vez que aquel maestro le tomaba asistencia, solo le decía “Harold Fernando Valarezo”.
Como ella no contestaba, al finalizar la lista, Nicole se paraba y le pedía que la tomara en cuenta porque ella sí constaba en la clase. “Ya después de tanta insistencia, él toleró mi preferencia”, expresa.
Pero quienes no gozan de esta beca y aún no han acudido al apoyo directo de La Casa Trans, también cuentan con su asistencia a través de la patrulla legal.
Elizabeth Vásquez comenta que en un pequeño vehículo recorren calles de la capital donde saben que hay transexuales trabajando como prostitutas y les brindan asesoría jurídica. “La casa no es una iniciativa paternalista; si bien da acogida a quienes lo requieran, la idea es que conozcan sus derechos y así las ayudamos”, afirma Elizabeth.
En ese marco, la casa brinda espacios de formación de derechos todos los sábados, donde también acuden estudiantes feministas de la Flacso, la Facultad de Comunicación de la U. Central y de la Politécnica Salesiana.
Además de esto poseen un espacio de distensión denominado “Clóset club”, donde quienes aún no asumen su orientación sexual, pueden acudir, comportarse libremente e incluso se les puede dar un espacio para que dejen “la ropa con la que se sientan más a gusto vestirse, ya que eso de andar botando la ropa de mujer solo porque en su casa no tienen dónde guardarla causa más conflictos”, dice Almeida.
(Este es un artículo del 2008, espero de todo corazón que esta experiencia continué)
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