GEMMA TRAMULLAS
El amor que se profesan Mónica (en el centro de la foto), su mujer, Mercedes, y su hija, Arancha, hace saltar por los aires los estereotipos sobre la familia y la transexualidad. Historias como la de esta conductora de autobús que vive en un pueblo de Sevilla se hacen visibles en el encuentro europeo de familias lesbianas, gais y transexuales que se celebra en Lloret de Mar a partir del sábado.
-¿Usted se imaginaba su vida así?
-Tenía 19 años y no le había contado a nadie que yo me sentía mujer; no me imaginaba compartiendo la vida con otra mujer y con hija ya, tan pronto. Pero Mercedes se quedó embarazada e hice lo que hubiera hecho cualquiera de mi edad, mi aspecto y mi sexo de entonces: casarme.
-¿Y no le contó nada a ella?
-Al principio tenía esa parte ahí escondida. A lo largo de mi vida, había escuchado palabras como mariquita, homosexual, travesti, transformista... pero ninguna encajaba con lo que yo sentía. Hasta que di con la transexualidad. A Mercedes le fui sacando el tema poco a poco, tenía que convencerla de que yo podía ser transexual y que no teníamos por qué separarnos. Al principio no lo tenía claro, pero al final lo vio posible. En el 2000 empecé a hormonarme y el 27 de febrero del 2007 me hice una operación de reasignación sexual.
-¿Mercedes fue la primera persona a quien le confesó sus sentimientos?
-Sí. Mis padres me habían pillado de niña poniéndome ropa de mi hermana, pero a quien yo se lo confieso de verdad es a Mercedes y después a mis padres y a mi hija, Arancha.
-¿Cómo se lo contó a Arancha?
-Estábamos solas en este mismo sofá donde estoy ahora. Ella tendría 10 años. «Mamá va a hacer esto», le dije. Bueno, mamá en aquel momento era papá, pero le expliqué que iba a cambiar de aspecto y a operarme.
-¿Y cómo reaccionó ella?
-Se puso a llorar. «¿Por qué lloras, hija?», le pregunté. Y me contestó: «Porque temo que te vaya a pasar algo en la operación». La tranquilicé y seguimos hablando. Delante de Arancha siempre hemos actuado con normalidad y la hemos tratado como si lo entendiera absolutamente todo.
-No debe ser fácil entender que tu papá va a pasar a ser tu otra mamá.
-Estábamos muy pendientes de síntomas que pudieran alarmarnos: aislamiento en el colegio, algún tipo de rechazo, un bajón de notas… Nunca aparecieron, así que p'alante. Pregúntele a ella, la tengo aquí al lado.
-Arancha, ¿qué tal en la escuela?
-De chica algún comentario había, pero de mayor ya no, porque no lo permito. Siempre me lo he tomado como algo normal. Un día uno del instituto se cagó en mi padre y yo le dije que no tenía. El pobre se quedó tan cortado... «Ay, perdona, no sabía que había muerto», se lamentaba. Cuando le conté que yo tenía dos madres, me meaba de la risa.
-Mónica, ¿es consciente de la enorme prueba de amor que ha recibido de su mujer y también de su hija?
-Lo sé. Ellas son mis alas, ellas han hecho posible esta historia. Sin mi mujer y mi hija, yo hubiera sido una más haciendo la calle o reprimida.
-Porque la transexualidad suele asociarse a la noche, al espectáculo, pero casi nunca a la familia.
-Soy muy cabezona. Otras amigas transexuales me aconsejaban que me fuera a Barcelona, pero yo les decía: «Lo que yo consiga lo tengo que conseguir en mi pueblo, donde me conocen desde hace 40 años y donde costará que se olviden de quién era».
-¿Y eso cómo se consigue?
-Yo soy la madre de Arancha, yo trabajo, yo la llevo al colegio... Se trata de demostrarlo un día y otro y otro. Desde el primer día que salí con otra ropa y otro aspecto, aparecimos en la puerta del colegio igual que antes.
-Son muy valientes. Las tres.
-O muy burras, ¿no? (ríe) Porque era como meter la cosa con calzador: esto es lo que hay, y punto.
-Usted es licenciada en Psicología. Si la esencia de lo femenino no está en los genitales ni en unos tacones de aguja, ¿dónde está?
-Supongo que está en cómo te sientas tú. Ser mujer es una actitud ante la vida. Yo no he tenido que construirme un personaje ni demasiado diva ni demasiado femenina, ni siquiera he cambiado mucho la voz. Siempre he intentado ser yo misma y dejar salir a esa persona que estaba tapada por la otra. La verdadera soy yo ahora, no la que había antes.
-¿Siguen casadas por la iglesia?
-¡Desde hace casi 20 años! He cambiado el nombre de todos mis documentos oficiales, menos el de la licenciatura y el del matrimonio. Que nos excomulguen si quieren.
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