Comienzos de la década de los 70. Una dictadura que, aún al borde de la extinción, seguía haciendo de las suyas. Una sociedad prácticamente aislada social y culturalmente del exterior y, por ende, del cine mundial; las gentes de la época estaban sometidas a los márgenes temáticos que imponía una censura que actuaba con mano de hierro. Nada hacía presagiar que, en mitad de esta España gris y donde ciertos temas no sólo se consideraban tabús sino por completo inexistentes, fuese a surgir una película que fuese a girar sobre cuestiones tales como trasvestismo, transexualidad o hermafroditismo.
Marcando uno de los hitos más importantes de la historia de nuestro cine, Mi querida señorita (Jaimes de Armiñán, 1971) no sólo desafió a la censura -en parte por la exquisita habilidad de los guionistas, Armiñán y José Luis Borau, a la hora de tratar sutilmente temas tan controvertidos- sino que terminó por dilapidar por completo estos caducos márgenes que ciertamente eran los márgenes de la libertad. Así, acostumbraron a la sociedad española a ver temáticas diferentes en el cine, recibiendo la obra con una mezcla de estupor, satisfacción, perplejidad… y grandes dosis de ignorancia. Era, sin duda, el comienzo de una nueva era.
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