Se llaman Verónica, Marisela, Vanesa, Pamela, Diabla, Mónica&hellip Son nombres de 'batalla'. Son mujeres -sienten, respiran, viven como mujeres - en cuerpos de hombres, todas ellas son inmigrantes y todas ellas son trabajadoras del sexo. Se definen como personas transgénero y así quieren ser aceptadas. No quieren ser otra cosa. Viven en la frontera, en muchas fronteras.
Un proyecto artístico -osado proyecto- dirigido por Eduardo Cortils, fotógrafo sin cámara, ilumina los rostros que habitan en esos límites, convierte en visible aquello que la sociedad espera que siga estando apartado, alejado, y siendo 'invisible'. Lo aparentemente transparente toma cuerpo. Siete de estas mujeres, todas componentes del colectivo Trans_Atlánticas, acuden a Foro Artístico, en el centro de Murcia, a un taller de expresión corporal. Hasta allí vamos, a hablar con esas mujeres con proyectos vitales similares a los de cualquier otra mujer. Hablan del día de su primera comunión, de un vestido blanco, del colegio, de muñecas y patines, de sueños y realidades. El proyecto incluye la creación de una 'Habitación invisible' donde vivirán durante una semana en el centro de Murcia.
Todas son personas transgénero (no les gusta la palabra transexual), todas rechazan la cirugía, todas son trabajadoras del sexo en la calle, todas son inmigrantes ecuatorianas. Tienen entre 30 y 45 años. Todas son biológicamente hombres (MTF, 'male to female'). Todas participan en un singular proyecto -ambicioso proyecto-, 'La habitación invisible', dirigido por Eduardo Cortils, dentro de las becas para proyectos artísticos de impacto social que concede la Fundación La Caixa. Vanesa Vera es una de ellas, y es también una de las fundadoras de CATS (Comité de Apoyo a las Trabajadoras del Sexo); hoy lleva un poncho listado, colorido y elegante. Satanasa, Pamela, Mónica, Vanesa Bravo&hellip Hoy vienen siete a clase. Vidas turbias, apaleadas, rechazadas; valientes también. Vidas como muchas otras vidas.
Mónica tiene la mirada dura y dulce a la vez; una mezcla de desafío y ternura. Mirada profunda, oscura, seductora y unos grandes pendientes de plata. Las miradas de esas mujeres son asombrosas. Mónica tiene 33 años y dice que en su mundo perfecto le gustaría «que todos los perros pudieran entrar en todos los lugares».
Estamos en el Foro Artístico, en el centro de Murcia, al otro lado de la puerta hay un perro que se llama 'Tequila'; un perro pequeño, amistoso y con un coqueto collar rosa. Vidas en la frontera, en muchas fronteras. Vidas en las orillas, vidas incomprendidas, vidas que conocen de cerca las múltiples formas del sexo, del dolor y del miedo.
Casi nunca pasean en grupo por la calle. La soledad les hace menos señalables. Pero ahora quieren dar la cara. Verónica Banchón se define como «tímida y risueña», pero se ajusta el escote con gracia para salir en la fotografía; a Pamela sus compañeras la llaman 'la más grande' y ella pone un gesto estudiado y altanero, un gesto 'a lo Rocío Jurado', su gran afición es bailar y le gustaría conocer Nueva York y también «hacer muchos amigos y tener mucho dinero para ir de tiendas»; Vanesa Bravo, descalza, con un elegante vestido color arena mojada, explica que de niña siempre se sentía identificada con lo femenino y que lo que realmente le gusta es «salir de fiesta, cocinar y salir de compras».
Deseos comunes, sencillos, ¿inalcanzables? Ellas creen que no.
Nadie le puede negar a Eduardo Cortils (San Pedro del Pinatar, 1963) ser un tipo inquieto. Nada de lo extraño le es ajeno, bajo la premisa de que todo lo extraño es una forma de desconocimiento. Así que este fotógrafo sin cámara indaga siempre en los terrenos de la periferia para analizar, descubrir y reflexionar y cambiar aquello que se pueda, o le dejen, transformar.
Contra el arte dormido
Ahora su trabajo -«el arte contemporáneo está dormido», asevera- se centra en los límites de la periferia social, gentes con una triple cruz de exclusión: mujeres, trabajadoras del sexo e inmigrantes. «Son unas de las personas más marginadas de una sociedad que ha feminizado la inmigración y los trabajos precarios.
Debemos comenzar una transformación social similar a la que ocurrió en los años 70 con el colectivo homosexual. La OMS consideraba entonces la homosexualidad como una enfermedad mental y hoy día se considera aún el transgénero como una enfermedad mental», argumenta Cortils. «Este proyecto lo que propone es la inclusión social de lo 'trans' y una mejora de su visibilidad social. Siempre me ha interesado la alteridad y el otro, y hoy en día el otro forma parte de lo local; ya no hace falta viajar sino escuchar a los viajeros que son nuestros vecinos», añade.
Ambicioso proyecto que pretende «transformar la sociedad» y «hacer partícipes a las personas transgénero en actividades artísticas y culturales». Simplemente, dice Cortils, «que a las personas transgénero se les reconozca como personas con derechos más allá de sus genitales».
Hoy toca taller de teatro y expresión corporal con Concha Esteve. Aprenden a caminar sin gestos, sin alharacas; como hombres y como mujeres. Roces y sonrisas. Se esfuerzan. ¡Venga guapas, otras vez!, exige Concha. De nuevo en fila. En uno de los ejercicios, la mitad del grupo hace preguntas, interroga y exige; la otra mitad dice no. Un 'no' rotundo, firme, categórico. Un 'no' con carácter. El murmullo crece hasta hacerse compacto. El no se consolida.
Las que demandan mueven las manos, imploran con los ojos, señalan. Las del no mantienen el cuerpo tenso, no vacilan, cruzan los brazos y sus gestos son contundentes. Ríen al final del ejercicio. La tensión se rompe. Tienen una risa amable, cantarina, flexible; una música vivaracha y espontánea.
El fotógrafo comienza a 'disparar'. «Será para la revista 'Crimen y Castigo», dice una de ellas y regresa la risa alborotada. «Esto parece la elección de la Reina de la Huerta», exclama otra. ¡Suéltate el pelo Satanasa, que estás más guapa! El ejercicio del 'no' ha funcionado y ella se niega en rotundo a deshacerse la coleta. Miran fijamente a la cámara: ojos de amable desafío. ¿Qué echan de menos de su país? La respuesta es unánime: «la familia». Pamela suspira, echa de menos a padres, hermanas y sobrinos.
¿Qué les parece este proyecto? «Aprendemos mucho», dice Mónica. «Nos sirve para la vida, para el día a día, para relacionarnos con los demás, para ser mejores», añade Verónica Banchón. «Me hace sentirme bien», explica Marisela. «Es bueno que estemos todas juntas. Me siento muy a gusto en el colectivo Trans_Atlánticas y las profesoras son 'a todo dar'; son profesionales en todas las actividades de este proyecto», subraya rotunda Diabla Satanasa.
¿Cómo son? Concha Esteve no lo duda: «muy tiernas». «Focalizan toda su energía en su género y en su cuerpo y para ellas es muy importante conocer todo tipo de registros, tanto el masculino como el femenino y poder elegir así dónde están más cómodas y seguras. Ellas quieren huir de los estereotipos», explica. «Este es un proyecto apasionante y estoy aprendiendo muchísimo de ellas», añade.
Comienza a anochecer. La clase termina. Tres horas que «pasan muy rápido», aseguran todas. Recogen sus cosas. Vanesa se pone los zapatos. Se despiden. Chao. Abandonan Foro Artístico. Caminan satisfechas. Comienza una nueva jornada laboral.
Se llaman Verónica, Marisela, Vanesa, Pamela, Diabla, Mónica&hellip Son nombres de 'batalla'. Son mujeres -sienten, respiran, viven como mujeres - en cuerpos de hombres, todas ellas son inmigrantes y todas ellas son trabajadoras del sexo. Se definen como personas transgénero y así quieren ser aceptadas. No quieren ser otra cosa. Viven en la frontera, en muchas fronteras.
Un proyecto artístico -osado proyecto- dirigido por Eduardo Cortils, fotógrafo sin cámara, ilumina los rostros que habitan en esos límites, convierte en visible aquello que la sociedad espera que siga estando apartado, alejado, y siendo 'invisible'. Lo aparentemente transparente toma cuerpo.
Siete de estas mujeres, todas componentes del colectivo Trans_Atlánticas, acuden a Foro Artístico, en el centro de Murcia, a un taller de expresión corporal. Hasta allí vamos, a hablar con esas mujeres con proyectos vitales similares a los de cualquier otra mujer.
Hablan del día de su primera comunión, de un vestido blanco, del colegio, de muñecas y patines, de sueños y realidades. El proyecto incluye la creación de una 'Habitación invisible' donde vivirán durante una semana en el centro de Murcia.
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