domingo, 3 de julio de 2011

"La venganza del destino: el gran momento", por Valentina Verbal


A la hora de hablar sobre mi infancia, necesito hacerlo al son de la canción The Big Time de Suede. La segunda línea de este maravilloso tema dice “I see my starring role tick away” que puede traducirse como “veo mi papel protagónico latir”.

Y, en efecto, durante toda mi infancia siempre sentí que cumplía muy bien un papel actoral. De hecho, jugaba fútbol como todos los chicos de esa época (en los 80, las niñas no lo hacían). Jugaba con soldaditos, a los vaqueros y a la guerra. Sin embargo, en mis momentos de soledad, no podía dejar de latir el verdadero papel protagónico que quería y soñaba con desarrollar en este mundo.

Quizás para explicar lo anterior sea mejor transcribir un extracto de la carta que el 4 de octubre de 2008 les envíe a mis padres con el fin de revelarles una realidad que ellos desconocían, pero que siempre yo llevé en mi intimidad como la principal esencia de mi ser:

Nací con la genitalidad de un hombre y, obviamente, tuve que cumplir el rol de tal. Pero ese rol a mí nunca me gustó, siempre fue como estar actuando en un papel equivocado. Y, al mismo tiempo, sabía que debía cumplirlo bien, porque eso era lo que correspondía conforme a mi sexo biológico.

Desde que yo era niño (o niña, como así yo me sentía), este problema se manifestó, sobre todo, en el hecho de que —reiteradamente— me vestía con ropa de mujer. Lógicamente, esto lo hacía tratando de que ustedes no se dieran cuenta, pese a que, en alguna ocasión concreta, cuando tenía como 8 o 9 años, mi hermano me descubrió.

Lo anterior lo vengo haciendo desde que tengo uso de razón. Me acuerdo que ya esto sucedía cuando vivíamos en Ancud, época en que yo tenía alrededor de 5 años. Y desde ahí hasta la fecha, y pese a que miles de veces me prometí cambiar, este tema nunca paró. A veces me compré ropa de mujer que, después de usarla un tiempo y al prometerme cambiar y ‘volver a empezar’, la botaba en el tarro de la basura. Pero el tema siempre y siempre volvía, nunca terminaba. Yo pensaba que era como un ‘vicio’, como una ‘enfermedad’.

Sin embargo, esta situación no se reducía sólo a la ropa, esto era algo accesorio. Se trataba de algo mucho más de fondo. Lo importante para mí es que, cuando ustedes y mis hermanos no estaban en casa, y yo estaba sola, tenía la oportunidad de ser feliz, por la sencilla razón de que podía ser la persona que quería ser. Ese era mi “gran momento”, mi momento mágico, en el que me miraba al espejo, soñando ilusamente con volver a nacer y despertar en un cuerpo de niña.

Pero esto nunca sucedía, aunque siempre lo esperaba. Llegué a pensar que el destino se había vengado de mí para siempre.

En las noches, me dormía pensando que mi vida era una terrible pesadilla y que amanecería siendo una niña. Que al otro día esa pesadilla desaparecería. También soñaba con la posibilidad de morir y volver a nacer en un cuerpo de niña; pero en verdad nunca he creído en la reencarnación. Y aunque así fuera, no tendría plena conciencia de estar viviendo una nueva vida, la vida que añoraba vivir”.

Sin embargo, y cerrando las comillas de este extracto, luché por mucho tiempo, por diversas razones (de las que hablaré más adelante), por ser una persona “normal”. Porque, efectivamente, creía que no existía nadie más en el mundo como yo. Pensaba que era un “caso” único. Sabía de la existencia de personas homosexuales, pero yo no me sentía así. Me consideraba una mujer “hecha y derecha”, al menos mentalmente.

Varias veces pensé en escribir un diario de vida y contar mi “verdadera historia”. Pero sin poner mi nombre en la portada y enviarlo a alguna editorial cualquiera para que lo publicara como una realidad existente, como un caso exótico y sorprendente digno de ser conocido.

Pero ya no será necesario. Este diario, en base a mi memoria personal y experiencia vivida, de tantos años y de muchos días, lo estoy comenzando a escribir ahora mismo, junto a ustedes. Y lo estoy haciendo, pese a que siempre he sido una persona pudorosa en lo más íntimo.

Mi meta, hasta hace poco, era ser una historiadora seria, “académica”, y centrar mis escritos, únicamente, en mis investigaciones historiográficas. Y no hablar de mi vida personal. Pero ya no me interesa ser una historiadora seria. Me importa ser lo que soy, con todas mis dimensiones posibles. Y si, por hablar de mi realidad personal, seré el hazmerreír de mis colegas, me da exactamente lo mismo. Sólo quiero ser feliz y ya lo estoy logrando, a pesar de todas las vallas que he debido saltar. ¡No se imaginan cuántas!, ya les contaré.

Hace algún tiempo, cuando durante varios meses no encontraba trabajo por ser una mujer transexual, le dije a un viejo profesor universitario que me tenía cierto cariño: “Prefiero barrer las calles, pero ser Valentina ciento por ciento. Igual podré ser una ‘historiadora dominguera’, como así se calificara Philippe Ariès, el gran historiador francés de la infancia y de la muerte”.

Y, aunque perdí la mitad de mi vida cumpliendo un rol distinto al que soñaba con realizar, tengo toda la otra mitad —lo que yo llamo “el segundo tiempo de mi vida”— para ser Valentina las 24 horas del día, con mi rol protagónico latiendo con toda la fuerza del mundo, y no sólo desde dentro, desde mi secreta intimidad, sino hacia afuera con toda la potencia que emana del corazón de una persona. Y ahora mi vida entera es un gran momento, pese a los muchos obstáculos que todavía debo vencer.


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