Mi prima Alejandra fue el primer pariente al que le conté que era transexual. La elegí a ella para servir de puente con mi familia nuclear. Reunía varias cualidades: a) es ahijada de mis padres; b) es psiquiatra, y c) es muy abierta en temas “valóricos”.
Ella es de Viña; pero como a mediados de 2008 vino a Santiago, nos juntamos en el Patio Bellavista. Ella se enteró de mi condición 15 días antes, porque, al visitar yo su casa, dejé marcado uno de sus manuales de Psiquiatría en un capítulo referido al llamado “Trastorno de identidad sexual”, situación que se la comuniqué vía correo electrónico. Por lo tanto, mi prima ya sabía que yo era trans, aunque obviamente tenía muchísimas dudas. Esa noche, aparte de llorar junto a mí, aprovechó de preguntar todo lo que pudo, y de no dejar casi nada en el tintero.
La gran interrogante, quizás la más de fondo —y que me la hizo aludiendo a que sería la principal pregunta que mis hermanos, padres y amigos me harían— fue por qué no antes, por qué ahora, después de tantos años, venía con esta impactante noticia.
Y, efectivamente, esta pregunta me la han hecho muchas personas, algunas veces juzgándome con dureza por llegar, a estas alturas de mi vida (después de los 35 años), con semejante balde de agua fría.
Sin embargo, y no lo digo con el ánimo de justificar mi cobardía de tantos años, creo que muchos han sido generales después de la batalla, mirando las cosas de manera descontextualizada. En otras palabras, me dicen que debería haber dado el salto hace 20 años, mirando las cosas desde el presente y pensando que la apertura cultural de Chile, y de ellas mismos, era igual que la existente ahora. Esto lo considero injusto, además de irreal.
A pesar de todo, he tenido mucha paciencia para responder a esta pregunta típica. Mi respuesta no es simple y puede desglosarse en tres tipos de razones:
a) Hace 20 años tenía un miedo terrible de afrontar a mi familia: En ese tiempo, llegué a pensar que tenía dos posibilidades para para ser feliz: que mis padres se murieran, o que tuviera la oportunidad de escaparme a otro país. Esto habría implicado que el desarrollo de mi identidad, de lo que soy desde que nací, pasaría por una disociación con las personas más queridas por mí.
b) Por esa misma época, resultaba prácticamente imposible sacar a la luz una condición sexual diversa: Recuerdo que, desde niña, se hablaba de algunos parientes gays; pero siempre con risa, en voz baja, y tratándose de personas que vivían apartadas de la familia.
Estas dos razones, de manera conjunta, se las expliqué a mis padres en la carta a través de la cual se enteraron de mi condición: “Fue pasando el tiempo. Por miedo al rechazo de ustedes, jamás me atreví a exteriorizar este tema. Siempre tuve pánico de que ustedes se enteraran. Yo escuchaba las conversaciones cuando se comentaba que tal o cual persona era gay. En esos tiempos, no por culpa de ustedes, necesariamente, sino, en general, por una situación de mayor conservadurismo cultural de la sociedad, los gays eran muy mal mirados: debían vivir su condición en forma totalmente oculta. Sabía que yo no era gay, pero pensaba que si ellos eran objeto de burla o discriminación, más aún lo sería yo, que derechamente me sentía una mujer”.
C) Por ese tiempo, no existía suficiente información: “Además, y pese a que yo sabía que me sentía mujer y que soñaba con serlo, no tenía plena claridad sobre qué era lo que realmente ‘tenía’: como se llamaba o calificaba mi condición. Por mucho tiempo pensé que mi caso era algo único, completamente excepcional. Sólo empecé a saber en qué consistía mi realidad cuando entré a la universidad y, especialmente, al buscar información en Internet. Ahí me di cuenta que ‘mi caso’ reunía todos los ´síntomas´ de la condición médica llamada transexualismo”. Nótese que en octubre de 2008, cuando les escribí esta carta a mis padres, tenía una noción esencialmente médica de la transexualidad, cosa que ya no es así.
Estas tres razones hicieron que luchara por años de años por ser una persona “normal”, es decir, un hombre heterosexual.
¿Cómo lo hacía?
Primero, relacionándome con mujeres en términos afectivos. Pololeé varias veces (aunque no tantas, como el común de los hombres), y siempre todo fue un desastre. Al final, y pese a que a algunas niñas las quise, el tema se reducía a un cariño sentimental, a la necesidad de recibir amor como persona.
La segunda vía de escape, aunque no la busqué sólo por esto, sino creyéndome el cuento de verdad, fue el camino de la fe. Realmente, tenía (y tengo) fe en el Dios cristiano. No busqué este camino sólo como un instrumento o “terapia” para “superar mi problema”. Pero, al mismo tiempo, y de un modo accesorio, pensaba que esta vía me alejaría de mi condición y podía ofrecerla a Dios, como una cruz que me regalaría la vida eterna
De tiempo en tiempo, siempre, siempre, seguí sintiéndome igual; lo que se expresaba, por ejemplo, en el hecho de que continuaba vistiéndome de mujer a escondidas, incluso en momentos en que estaba pololeando, lo que me hacía sentir muy mal, como una persona muy hipócrita. Pero, pensaba, se trataba de momentos en que me podía liberar y distender de la tremenda presión que sentía por vivir esta vida, por sentirme encerrada en un cuerpo y rol equivocados. Era mi gran momento, como expresé anteriormente.
Por lo mismo, y después de que tuve mi última polola, llegué a la conclusión de que no buscaría más mujeres en mi vida. No podía engañarlas y seguir engañándome yo misma. Pese a esto, y frente a la fuerte presión que siempre sentí de parte de mis padres por encontrar una mujer con el fin de casarme, algunas veces traté de hacerles ver que tenía interés en el tema o que había salido con tal o cual chica.
Importante es aclarar que una cosa es la orientación sexual (si te gustan los hombres o mujeres) y otra, la identidad de género (si te sientes hombre o mujer). Por tanto, el que alguien sea una mujer transexual, como es mi caso, no implica, necesariamente, que le gusten los hombres. Sólo que, en la práctica, este es mi caso. O sea, yo soy una mujer transexual de orientación heterosexual.
Sin embargo, no saben lo difícil que es para alguien como yo encontrar pareja: no resulta fácil que un hombre heterosexual acepte relacionarse con una chica trans de manera abierta y pública. De forma privada, es otra cosa. Pero pocos hombres tienen la valentía de atreverse a salir a calle con personas como yo, andar de la mano, presentarnos a sus familias y amigos, etc.
El miedo es el de siempre, al qué dirán. A que los traten de “maricones”.
Miedo que yo vencí, porque no tenía otra opción: mi vida era una olla a presión. Pero que otros, que tienen muchas más opciones en la vida, pueden no querer ni necesitar superar. Aún a costa de perderse la gran oportunidad de recibir tanto amor acumulado que uno tiene dentro, y dispuesto a entregarlo a una persona concreta, de carne y hueso.
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Valentina Verbal Stockmeyer es licenciada en Historia por la Universidad de los Andes y estudiante de Magíster en la misma disciplina en la Universidad de Chile. En Twitter es @valeverbal.
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