miércoles, 21 de julio de 2010

‘Juventud, divino tesoro...’ Transexualidad y vejes (1)


Por Christian Rea Tizcareño

México DF, julio 08 de 2010.

Hace 78 años la mamá de Samantha quería parir un varón, pues una hija implicaría una víctima más de la violencia patriarcal. El papá, por el contrario, "se moría" por una niña que a lo largo de los años fuera "como su mujer". Al final, "ninguno se quedó con las ganas, complací a los dos". Nació una persona transexual, narra sonriente la casi octogenaria mujer.

Samantha llegó al mundo en el mes de julio de 1932. "Soy cáncer". Creció en Orizaba, Veracruz, a dos cuadras del Cerro del Borrego. Las casas eran de un solo piso, tejas rojas y dos aguas. Su padre, originario de Puebla, fue obrero y mecánico. Su madre oaxaqueña, una cocinera "excelente". Una de sus especialidades era el guajolote en mole. El pueblo, pequeño y "muy cerrado" en materia de sexualidad. En la cúspide de la pirámide social los franceses. En el siguiente escalafón la "mugrosa e hipócrita aristocracia heredera del porfiriato".

En una charla de aproximadamente cuatro horas, Samantha Flores reconoce que nunca pensó llegar a la vejez. "Juventud, divino tesoro que te vas para nunca volver…", evoca la anciana al escritor nicaragüense Rubén Darío y bebe un sorbo de café. La Elsa, La Carla, La Luisa, La Roberta y otras más no están hoy para contar sus historias. En 1989, todos los amigos de Los Ángeles, California, ya habían muerto de sida. Asegura que en México, 90 por ciento de sus contemporáneos fallecieron a causa de la epidemia.

En la secundaria descubrió que los Reyes Magos eran los papás. A la par, inició su vida sexual. A los 14 su primer amor, Pimentel, un joven seis años mayor, autor de cartas y versos románticos. Le enseñó a Samantha a nadar y a besar. Hoy, esa experiencia es un recuerdo que vuelve a su memoria al escuchar la zarzuela Luisa Fernanda, de Federico Moreno Torroba; Scheherazada, de Nikolái Rimsky-Korsakov; la música de Frederic Chopin y Tchaikovski, así como los poemas de Gustavo Adolfo Bécquer.

Era costumbre "echar novio" en el Cerro del Borrego. Allí fue la iniciación sexual. Dolorosa, pues no había ni condón ni lubricantes. "Hacíamos el amor a la viva México". En esa época, los tabúes provincianos le insistían a la entrevistada que la atracción hacia Pimentel, el fisicoculturista recién egresado del servicio militar obligatorio era una "monstruosidad". Antes de ese episodio sólo le había causado "susto" ver en el baño de la escuela a dos de sus compañeros en la justa de la masturbación. Empero los miedos respecto al erotismo y la afectividad se desdibujaron con el devenir de los años.

Dos años duró la relación. Todos los días el galán iba por Samantha a la escuela. Al parecer era "un cariño de hermanos". Él pertenecía a una familia "muy conocida" y las lenguas homofóbicas comenzaron a susurrar en toda la ciudad. "Me imagino que la gente del pueblo bicicletero y globero decía: ‘¡el jotito de Pimentel!’".

Un día "mi mamá nos cachó en la sala de la casa", pero no dijo nada en ese instante. Al paso de los días, la señora de Flores cuestionó que "¿cómo dos hombres?" Después, silencio absoluto. Jamás volvió a tratar el "maligno" tema. Papá tampoco indagó a su descendiente.

¿Novios? Samantha sólo enumera los hombres de los que estuvo enamorada y "enculada" (término coloquial para designar la exacerbada atracción sexual): cuatro en ocho décadas. ¿Religión? "Muy católica", aun cuando no comulgue con las ideas del Vaticano. ¿Transexualidad? Etiqueta de una nomenclatura que conoció hace apenas un sexenio. ¿Hormonas? Nunca ingirió. Ser lampiña y "come años" le ayudó a tener siempre una apariencia femenina, según los cánones establecidos en occidente para las mujeres.

Mientras Samantha estudiaba música y ballet, Sergio, su hermano mayor, fue educado "como hombre". Ante las descomposturas de la casa, el papá recurría imperativamente al primogénito: "¡Trae la escalera, la caja de herramientas! ¡Trépate! ¡El martillo! ¡El cincel! ¡Rompe!" Desesperado, el hijo rezongaba: "¿Y Vicente -nombre que a la mujer transexual le dieron sus padres ante la pila bautismal y el Registro Civil-?" El señor Flores justificaba: "Él no. No se puede lastimar los dedos porque estudia piano".

A pesar de que Samantha soñaba con ser bailarina de ballet o concertista y viajar por el mundo, su padre se opuso: "¿Cómo? No vas a terminar de borracho de cantina". La orden del jefe de familia fue que su retoño viajara a la Ciudad de México para estudiar en la Escuela Bancaria y Comercial, en 1950. En aquella época "la educación en el país era muy buena. Del uno al 10 yo creo que era de 90. Hoy no queda nada de eso".

Inicialmente Samantha acató las disposiciones de su padre. Vivió en la capital del país; sin embargo, terminó por desistir. Más adelante, decidió emigrar a Los Ángeles, California, Estados Unidos, donde estudió Administración de Hoteles, curso que después complementó en la primera Escuela Hotelera de México, ideada durante la administración presidencial de Miguel Alemán Valdés e inaugurada en 1953. En las aulas de este plantel conoció a su primer círculo de amistades gay.

Mientras observa un retrato dicromático del año 1958, Samantha se acuerda del "gringo" que conoció ese día y de sus jóvenes camaradas. Todos, incluso ella, trajeados como varones. Dos de ellos hablaban "perfecto" inglés. Uno era "niño bien" de las Lomas de Chapultepec. Otro "todavía es mi amigo adorado, vive a dos cuadras", dice emocionada al señalar la vieja fotografía.

La Avenida Juárez y los cines de San Juan de Letrán, en el Distrito Federal, eran sitios de "ligue gay"; pero "había mucho peligro por los agentes hijos de puta".

La primera vez que Samantha se atavió con prendas femeninas fue en Querétaro en 1964, durante una de las fiestas organizadas por la "Reina Xóchitl", un personaje de la vida gay que organizaba concursos travestis. "Era un macho mexicano grandote, fornido y alto".

En la "excitante pachanga" de Xóchitl, Samantha rellenó su brassier con pedazos de periódico. La peluca, el abrigo, la estola, las zapatillas y el vestido fueron obsequios de amigos. "Lo único que compré fueron las medias. Fue mi debut como travesti. Originalmente me vestí para la fiesta, jamás lo había hecho, ni de chiste".

El nombre "Samantha" nació en 1967, inspirado en la protagonista de la película estadounidense Alta sociedad. "Enloquecí con la canción (del filme). Desde entonces no quise ser como las demás: Paulette, Colette, Penélope…"

Samantha, dedicada a las relaciones públicas en el último peldaño de su vida laboral, aún no está reconocida como mujer en el marco jurídico mexicano, puesto que el juicio de reasignación para la concordancia sexo-genérica, aprobado por la Asamblea Legislativa del DF el 29 de agosto de 2008, sólo aplica para las personas transgénero y transexuales nacidas en la capital del país. Con nombre masculino, se jubiló ante el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y actualmente recibe la pensión para adultos mayores otorgada por el Gobierno local.

Estudiante en el IMSS de un curso de Gerontología -"ciencia que trata de la vejez y los fenómenos que la caracterizan", según la Real Academia Española-; militante de la cruzada contra la violencia hacia las mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua y voluntaria de la organización civil de lucha contra el sida llamada Ser Humano, Samantha Flores hoy califica a la vida como "maravillosa".

"Albergue para el anciano gay con sida", así se llama el ambicioso proyecto que desde hace tiempo ronda en su rubia cabeza, y que por el momento sólo está plasmado en una carpeta que trae en su bolsa. "Cada tres meses me entero, por un medio o por otro, de casos como el de un amigo que conocí con la famosa Xóchitl. Vivía en un cuarto de azotea en Tlatelolco, y se puso muy enfermo de sida, y se quedó abandonado. Otro día me habló un amigo de tiempos de Xóchitl que me dijo: ‘¡Samanthita!, ¿sabes que La mujer gris está muy mala? Ya fui a verla, y está muy abandonada".

Pero se le ilumina el rostro ante la expectativa de que su proyecto se concrete algún día. A dos pasos de cumplir los ochenta años de edad, Samanthita, como la llaman cariñosamente sus amigos y amigas, sueña con que la sociedad y las autoridades gubernamentales dejen de soslayar las necesidades de los ancianos no heterosexuales, pues de acuerdo con la Primera Encuesta Nacional sobre Discriminación en México -realizada en 2005 por la Secretaría de Desarrollo Social y el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación-, 59.3 por ciento de las personas homosexuales reconoció que "les respetan poco o nada" el derecho a tener una vejez digna.

La longeva señora mete el anhelado proyecto y las fotografías de antaño en su bolso, donde también yace propaganda lopezobradorista. Allí también resguarda su amor hacia la fallecida sexóloga Anabel Ochoa, así como la admiración "a muerte" que siente por su amiga Elsa Aguirre, octogenaria diva de la cinematografía nacional. "Más bella por dentro que por fuera, y eso que es preciosa". Los empleados del restaurant se despiden de la abuelita y Samantha Flores se dirige a la calle nocturna con la esperanza de algún día convertir su vida en un libro.


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