“Ser transexual es algo tan pequeño de ti.
Yo no soy quien soy porque soy transexual. Ni ser transexual me define. Soy
muchas más cosas antes que ser transexual”, reflexiona Victoria.
Fuente :Animal Político
Ophelia Pastrana -mujer, mexicana- no tiene
pasado, tiene versiones de sí misma. Nació en Colombia, en 1982, y creció bajo
el nombre de Mauricio. Hace unos años llegó a México e inició dos procesos: su
nacionalización y su cambio de sexo. Es ella, pero los papeles insisten en
decir que es él. Tiempo después, voló a Medellín para cambiar su nombre. Y de
un trámite, en vez de un parto, nació Ophelia.
Pero, otra vez, su sexo original quedó
inamovible: M de macho, no de mujer, como es el estándar colombiano en los
documentos.
“Machísimo”, ataja. Y se ríe.
Ophelia Pastrana, mujer, mexicana, de 1.90
de estatura y con el cabello rubio, la que tiene más de 23 mil seguidores en
Twitter (@OphCourse), legalmente no existe. “Es un seudónimo”, argumenta con
ironía.
Aunque ya es mexicana, no ha logrado
concretar su cambio sexo-genérico, permitido en la Ciudad de México, porque
debe iniciar un juicio contra el Registro Civil para modificar su acta de
nacimiento. Pero ella no nació en México sino miles de kilómetros al sur, donde
está su acta. Y eso la lleva al mismo punto: Ophelia Pastrana no existe, al
menos ante la Ley.
“Es un caso bien divertido, un hoyo legal
bien curioso”, y se vuelve a reír, con esa risa ligera de quien toma con el
mejor humor un sendero de trámites que aún se advierte largo.
Victoria Volkóva es una documentalista de
sí misma: abrió su propio canal en YouTube para dejar constancia de cómo las
hormonas iban haciendo efecto y Víctor, ese cuerpo en el que nació y que no era
suyo, poco a poco iba desapareciendo.
Victoria en la actualidad está bajo
tratamiento médico en la Clínica Condesa del Gobierno del DF. Decir “está” es
algo impreciso, pues seguirá tomando hormonas y medicamentos de por vida.
Agradece que el suministro sea gratuito, de lo contrario tendría que
desembolsar hasta 2 mil pesos en pastillas a la semana.
Se queja, en cambio, que la Clínica Condesa
no sea una autoridad en los juicios de reasignación sexo-genérica de sus
propios pacientes:
“Ellos no pueden hacerme ninguna carta diciendo
que realmente llevo tanto tiempo en este tratamiento y que realmente soy una
persona trans. Y ellos no hacen tu peritaje”. La solución ha sido contratar un
médico externo que avale su transición.
Aunque su viejo nombre sigue apareciendo en
su tarjeta bancaria o en algún trámite, ella lo toma con humor. “Cuando
preguntan por Víctor digo que soy su novia”, explica. O, más bien, dice eso
porque no quiere andar dando explicaciones.
Ellas, Ophelia y Victoria, viven en el
mismo apartamento en algún sitio del DF. Se indignan por todo lo que deben
pasar. Se apoyan, y ríen, porque a final de cuentas lo están pasando juntas.
A pesar de los trámites y procedimientos
médicos que deben concretar, Ophelia y Victoria son claras: ser transexuales no
las define como personas. Son más que su sexualidad y sus cuerpos. Lo dicen con
respeto: ser trans no es sinónimo de ser trabajadora sexual, como parecen
dictar los estereotipos homofóbicos.
Ophelia tiene estudios en Física y
Economía, y se ha especializado en desarrollar código para sitios web y en la
creación de estrategias de marketing digital. Es una invitada recurrente en
foros digitales. Es una geek.
Viven a diario la discriminación. A veces
más, a veces menos. Pero tampoco andan con miedo y salen cada día a hacer su
trabajo. Cuando cuentan sus anécdotas sobre todo lo que les ha pasado, parecen
competir por ver cuál es más patética. A Ophelia una vez la corrió un mesero de
un restaurante porque no había un baño para gente “como ella”, y a Victoria la
sacaron del baño de mujeres de Reforma 222 porque no podía estar ahí.
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