Alma Catira se autobautizó tras aceptar su identidad sexual después de los 30 y ahora pelea por el cambio en el DNI. Es licenciada en Ciencias Políticas y vive en un hotel de Constitución. Y se gana la vida trabajando como humorista gráfica. Cómo fue el proceso de transformación. Su vida, hoy.
Llegó la hora en que aceptó ser esa mujer a la que combatió durante años y a la que, paradójicamente, soñaba de lo más común. Tan común que le permitiera pasar desapercibida de la mirada pública. Ese día llegó y se bautizó Alma Catira. Hoy, cuando ya ronda los 40, pelea en la Justicia el reconocimiento de su identidad transexual y la autorización para modificar su sexo. Y busca curar con humor las llagas de la vida.
"Desde siempre me sentí en el cuerpo equivocado. Recuerdo que a los tres años me ponía la ropa de mi mamá y gritaba cuando no me trataban como nena. Ella me decía degenerado. Yo no sabía qué significa, pero sufría porque imaginaba que era algo espantoso. Mi papá me obligaba a hacer pis parado. A los cinco, lo corregía cuando me hablaba en masculino", cuenta Alma, en el diálogo con Terra.
Sigue: "A los 16, estaba cansada de lo que me pasaba y busqué darle la razón a mi papá, mi mamá, al mundo entero. ‘Sos el señor Sánchez; debes obrar como tal’, me decían. Así es como me fuerzo a tener una identidad masculina. Todo me salió mal. No podía concretar con las chicas. Me anoté para jugar al fútbol y resulté ser un desastre. Me mandé mil y una cagadas".
Hasta que llegaron los 30. Tras pasar por un cura, que la derivó a un médico clínico, que la derivó a una psicóloga, que la derivó a una sexóloga. "¿Que debo hacer para ser varón?", fue lo primero que vomitó Alma en el consultorio. El tratamiento no tomó rumbo hasta que la médica la conminó: "Si seguís así, te vas a matar. Dejá de jugar al varón que no podes ser y aceptate como la mujer transexual que sos". Y se aceptó.
Alma Catira (Alma por el ser femenino que habita su cuerpo de varón y Catira en homenaje a la protagonista de una telenovela venezolana que miraba a escondidas en su adolescencia) se las rebusca para vivir en un hotelucho del barrio porteño de Constitución.
Un par de bolsos lleno de ropa, maquillaje, dos o tres cacharros para hacerse la comida, equipo de mate para patear el hambre. En esos lugares conviene estar liviana. "Para irse rápido si hay que hacerlo de apuro o sencillamente para no acostumbrarse a que sea la casa de una", dice. No se queja: al menos, ya no comparte eso que parece baño.
Moneda que no va para comida, va para apuntes. Alma estudia Trabajo Social en la Universidad de las Madres y se licenció en Ciencias Políticas en la Universidad de Córdoba.
Siempre tuvo claro que debía formarse para superarse. Primero, escapándose de Santa Rosa de Río Primero, el pueblo cordobés de 8.500 habitantes donde nació, creció y padeció. Y luego, evitando la prostitución, casi el único sustento al que están condenadas por la sociedad travestis y transexuales. Ni con título consigue trabajo. Buenos Aires podrá ser friendly, pero otra cosa es que tomen a una trans como recepcionista.
Alma no baja la guardia. Mientras espera el fallo que le otorgue un DNI con su verdadero nombre y esculpe -con algo de hormonas y mucho de imaginación- el cuerpo que ansía tener, hace los chistes de la revista El Teje.
"El humor trans está muy vinculado a lo sexual, siempre desde un tono más picaresco y catártico que explícito", cuenta.
Y agrega: "En mi caso, hago énfasis en la problemática de la identidad de género y en el estereotipo social que pesa sobre nosotras y la prostitución. Si mis personajes no lucieran taco, minifaldas y cartera pequeña, la gente común no las identificaría como chicas trans".
Explotación laboral y sexual, amoríos truncos, hostigamiento policial, cambios en el aspecto físico, embellecimiento, exclusión del sistema sanitario. Estos son otros de los temas que abarca el universo humorístico de Alma.
Sus figuras femeninas siempre son sinuosas, jóvenes y deseables. En su vacío, los espacios remiten a los márgenes sombríos de la ciudad y sus suburbios. Y los hombres aparecen fuera de cuadro o enjuiciadores o abusadores. La soledad y la incomprensión atraviesan todas las historias.
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