Llega a los cines de España 'Laurence Anyways', la tercera película de Xavier Dolan. El director canadiense relata el camino de una pareja cuando él, Laurence, le dice a ella, Fred, que no se siente hombre, sino mujer. Un camino de diez años cuyo precio parece ser la propia pérdida
Él es Laurence (Melvil Poupaud), un profesor de literatura inglesa en un instituto (aunque con pretensiones de poeta) que acaba de cumplir 30 años y no quiere saber nada más sobre él. Sobre esa persona que le ha tocado ser. Lleva años negándose a sí mismo, usando los sujetadores y bragas de su novia Fred (Suzanne Clément), su maquillaje, su ropa.
Laurence no es él, es ella. «¿Ves esto?», le dice a su chica mientras señala el músculo de su brazo. «¿Y ves esto?», le espeta mientras señala su pene. «¡Pues no soy yo!», grita al fin. La verdad liberada, fuera de la jaula, fuera de su cuerpo. «¿Quieres decir que todo lo que me gusta de ti tú lo detestas?», le pregunta ella. Ambos derraman sus cuerpos por la pared de la habitación dando comienzo al final de uno y el principio de otro. Al menos, de lo que conocían.
A Fred le gustaría poder decir que aquello ha acabado, «pero necesito sus abrazos», se dice a sí misma. Como si su ‘sí’ y su ‘no’ fibrilasen de forma macabra en su cabeza. Al final, Fred decide que se quedará con él, al fin y al cabo, su ‘te quiero’ es un ‘nos quiero’. Se quieren a sí mismos como parte del otro.
Casi se podría decir que la condición sexual de Laurence es anecdótica en comparación con la relación entre ambos. Su amor sí es trans: se sienten el uno del otro y no de ellos mismos. Transexualidad física, sí, pero también transexualidad emocional.
Xavier Dolan, el niño prodigio
A partir de aquí comienza una película inesperada: ‘Laurence Anyways’ del jovencísimo director canadiense Xavier Dolan (tiene 23 años y este es su tercer filme). Se estrena hoy en los cines españoles, pero ya pudo verse en el Festival de Cannes, donde Suzanne Clément se alzó con el Premio a la Mejor Interpretación. Una película que narra la introspección de un transexual en los difíciles años 90, con las zancadillas de esa sociedad a la que incomodan y con las suyas propias. Un camino de diez años cuyo precio parece ser la propia pérdida, la desaparición del ‘yo’ en pro del ‘nos’.No es de extrañar que Clément haya sido reconocida por su interpretación. Se mueve con destreza en un personaje vehemente, totalmente alejado de la tibieza, que o hierve hasta la ebullición o se congela. Una mujer que cuando alcanza sus propios extremos deja de soportarse; la increíble mujer de pelo rojo que da gritos y chillidos cuando son necesarios (y cuando no, también). «¿Sabes lo que es comprarle una peluca de mujer a tu novio»?, le grazna enloquecida a la camarera indiscreta que no deja de mirar a Laurence, ese ‘caballero’ con uñas pintadas y rimmel corrido.
Desenfreno estético
Más allá de la transición emocional propia y ajena que los protagonistas viven y que puede encantar o amargar, la película es un desenfreno estético, una bacanal de imágenes y música. Una banda sonora muy noventera—‘The funeral party’ de The Cure o ‘Enjoy the silence’ de Depeche Mode— y unas secuencias con aliento popero y videoclipero propias de la década.Un ejemplo es el plano en el que ambos caminan juntos por la calle huyendo de esa vida que desprecian y que les oprime mientras llueve ropa del cielo y suena ‘A new error’ de Moderat.
La escenificación de romper con todo, con lo que éramos e, incluso, con aquello que aún no hemos sido pero que sabemos que no queremos ser. Romper con todo, menos con el amor, con el ‘nos quiero’.
‘Los poetas no se abrigan lo suficiente en invierno, pero no pueden morir de frío porque están hechos de fuego’ (Laurence Anyways)
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