Manuela Rute tiene 57 años, vive en Íllora, es transexual,
católica y una activa feligresa de la parroquia de su pueblo, donde
llevaba un par de meses preparándose para recibir el sacramento de la
confirmación.
Pero Manuela se ha quedado con su madrina buscada, el
vestido para el gran día preparado y sus ilusiones machacadas porque el
párroco le ha anunciado que no podrá recibir el sacramento, aunque le ha
dejado las puertas de la iglesia abiertas para seguir colaborando como
hasta ahora como intregrante de los grupos parroquiales.
«Me dijo que yo
tenía una amputación de un miembro y que no podía recibir el sacramento
de la confirmación porque eso no lo permitía la iglesia, que no era lo
natural, ¡como si me lo hubiera hecho por gusto!», cuenta Manuela,
«destrozada».
«Tengo una depresión de caballo, ¿por qué no me aceptan?»,
se pregunta esta mujer que hasta ahora se sentía una más en la comunidad
cristiana de Íllora. Asegura también que dio «todas las facilidades» al
párroco y se ofreció incluso a confirmarse con su antiguo nombre
masculino, Manuel, «o buscando un diminutivo». Además tuvo que
plantearle su caso al vicario y después de semanas de ilusión fue el
cura, el que según cuenta, le echó «el jarro de agua fría».
«Yo sé que esto no es cosa de don José Luis, porque él
siempre me ha tratado con respeto. Pero se ve que no está en su mano. No
puedo decir que siga en los grupos... Si la iglesia me acepta tiene que
ser para lo bueno y para lo malo», apunta Manuela, dolida e indignada.
La vida de Manoli, la única transexual de un pueblo pequeño que la vio
nacer como hombre, casarse con una mujer, ejercer el oficio de zapatero y
ser padre de dos hijas, que ahora tienen 28 y 30 años, no ha sido
fácil.
En 2006, una operación en el hospital de Málaga acabó con
un calvario de siete años de pruebas y de espera, y la liberó del drama
de vivir dentro de un cuerpo equivocado. «En el quirófano le dije al
cirujano plástico: ‘Si muero, moriré feliz’», recuerda. Tras la
operación, Manuela empezó su vida plena de mujer en el pueblo, luchando
contra la incomprensión de muchos de sus vecinos. «Iba en la moto y me
lanzaban globos de pintura», rememora.
También cuchicheaban y se reían
de sus tacones y sus vestidos... pero eso fue hace muchos años.
Manuela
vive ya plenamente integrada, feliz y nadie mira si lleva pantalón o
falda. «Dios sabe lo que he sufrido. Me he ganado el respeto como mujer
con sudor y sangre», suspira. Y la iglesia, a la que ya acudía siendo un
niño con su madre, ha sido siempre su gran refugio. «Yo colaboro de
corazón con todo», cuenta esta devota de San Rogelio y la Virgen de los
Dolores. Por eso, la decepción ha sido tan grande. «Presa de un ataque
de ansiedad», tras hablar con el cura, Manuela buscó consuelo en su
amiga Kim Pérez, portavoz de la Asociación de madres y padres de gays.
«Estaba destrozada, tuve que animarla, le dije ‘Manuela vamos a luchar y
vamos a hacerlo en nombre de Dios’», contaba ayer Kim.
Pero no solo Kim la está apoyando, la causa de Manuela ha
desatado una oleada de solidaridad dentro del colectivo y la Asociación
de Transexualidad Clínica de España hizo ayer una convocatoria llamando a
movilizarse a todos los transexuales de España a las puertas de la
catedral de Granada «mediante turnos hasta que el arzobispo de Granada
ordene la confirmación de nuestra hermana».
Manuela agradece el apoyo, pero dice que ni aún así logra
levantarse de la cama, ni tiene ganas de arreglarse. Ella lo tiene
claro: «Jesús no permitiría esto, él era amigo de prostitutas y
leprosos. Estaba siempre al lado de los discriminados».
«El cambio de sexo está fuera de la práctica de la Iglesia»
El párroco de la iglesia de la Encarnación de Íllora, José
Luis Ontiveros, manifestó ayer a Efe que fue el domingo pasado cuando
comunicó a esta vecina la «conveniencia» de que no se confirmara dado
que la transexualidad «está fuera de la práctica de la Iglesia». «La
Iglesia no le cierra las puertas, pero la confirmación es un sacramento
que nos responsabiliza como cristianos, y el cambio de sexo es algo que,
según las enseñanzas de la Iglesia en este tema, no se recomienda»,
explicó el párroco.
«Somos amigos, ella suele venir los domingos,
comulga, no se lo negamos, pero la confirmación es como dar un paso más,
identificarse más cristianamente, por lo que confirmarla sería de
alguna manera justificar esa práctica», opinó el sacerdote.
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