Lejos de los estereotipos que la sociedad quiere imponer, mujeres y hombres transexuales defienden poder normalizar su situación y ser partícipes de una sanidad que no considere su condición como una "disforia de género" o un "trastorno de la identidad". Demandan una cobertura pública de la atención sanitaria específica. Ingenieros, cantantes, lo difícil en su vida no ha sido desempeñar una profesión, sino darle el género adecuado

Con el objetivo declarado de que la transexualidad deje de estar considerada como una enfermedad, se celebra este mes el Octubre Trans, un mes repleto de actividades reivindicativas que congregan a activistas de diferentes asociaciones que luchan cada día por ser ciudadanos de pleno derecho. Hoy, sábado 19 de octubre, se celebra el Día Internacional de Acción por la Despatologización Trans, y hay programada una manifestación en Madrid que acogerá a todas aquellas personas que quieran sumarse a la causa.

Respecto a los estereotipos sociales que desde fuera pueden percibirse, como que la gran mayoría de las mujeres transexuales dedican a la prostitución o al mundo del espectáculo, la música declara entre risas: “La mejor forma de saber qué es la transexualidad es relacionarse con personas transexuales y que te cuenten su puto rollo. Yo soy una tía normal y corriente, hago canciones y me apasiona el Rock and Roll”. Alicia cuenta que su percepción es que las mujeres transexuales que ejercen la prostitución suelen ser personas que no tienen acceso a la sanidad pública, como extranjeras sin documentación en regla, y lo hacen para pagarse el tratamiento hormonal y las operaciones.
“Igual que naces sabiendo que eres bípedo y mamífero, naces sabiendo que eres una niña. No le pones nombre a lo que te pasa, pero sabes lo que es. Además no hay que confundirlo con la orientación de género, hay transexuales heterosexuales, homosexuales y bisexuales”. Al igual que Alicia, Amanda Sañón, presidenta del FELGTB de Ávila e ingeniera de redes en telefónica I+D, opina que “la transexualidad no es una situación elegida, naces con ello y si no lo resuelves es algo que te puede amargar la vida”.
Amanda, no obstante, no ha tenido una vida fácil. “Recuerdo el día de mi comunión como uno de los más traumáticos de mi vida, con ese traje de marinerito que tan poco me gustaba y con el que no me identificaba en absoluto”. Con 50 años, a la ingeniera y activista le tocó vivir los duros años 60, en los que se aplicaba la ley de vagos y maleantes.
“Aún recuerdo una bofetada que me arrearon a los cinco años. En mi familia me inculcaron que lo que me pasaba era una cosa terrible que tenía que ocultar, algo de lo que yo tenía la culpa. Tengo espacialmente en mi memoria una frase que se decía mucho por aquellas épocas: ‘Prefiero tener un hijo tonto a un hijo maricón’”. Aunque la peor etapa fue la de la adolescencia, cuando el cuerpo empieza a desarrollar y la barba comienza a salir; “Llevo travistiéndome a escondidas toda mi vida, hasta los 47 años que comencé el tratamiento hormonal”.

Lleva tres años participando activamente en asociaciones, contando su experiencia y ayudando a otras personas en su situación a salir adelante. “Me operé de todo lo operable por la vía privada, con un coste total de 22.000 euros por una mamoplastia y una vaginoplastia. Tuve problemas para que me dieran la baja laboral, no por mi trabajo, sino por la seguridad social, que tenía catalogado como “caso no previsto” este tipo de operaciones plásticas.”
La campaña internacional por la despatologización trans (STP 2012) une a Madrid con otras 50 ciudades de todo el mundo en un esfuerzo activista para exigir a gobiernos y organismos institucionales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Asociación Americana de psiquiatría (APA) que pongan fin a la patologización de todas las expresiones, trayectorias e identidades de género.
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