jueves, 24 de junio de 2010

"Mi jefe me echó de mi trabajo por llamarme Jesús y sentirme mujer"

Susana Cifuentes empezó en el bar cuando aún era Jesús. Lo era en su DNI y aparentaba serlo: un hombre alto y delgado. Decidió salir del armario (en el argot, vestirse y actuar conforme al sexo del que se siente) porque Susana se sabe mujer. "Me dejé el pelo largo, me ponía sombra de ojos... mi jefe empezó a mosquearse", señala esta madrileña de Carabanchel. Luce melena rubia y largas piernas, pero su voz es grave y el rostro, cubierto de maquillaje, aún resulta masculino. Los clientes del bar aceptaron el cambio. El jefe, no. Ella le confesó que había empezado a hormonarse, que se quería operar. "Yo no entiendo de esas cosas", le respondió él, relata Susana. "Cuando le dije que me sentía una mujer, me echó".

País-. Susana lleva más de un año sin trabajo. Se ha presentado a unas 100 entrevistas sin éxito. Porque su foto del DNI no casa con su melena rubia. Y los empleadores no entienden de Susanas que antes fueron Jesús. "Eres muy atractiva, pero tienes un paquete de más", le llegaron a decir en una de las entrevistas. Lo cuenta con la voz quebrada, sin dejar de mesarse el pelo. Habla en la asociación Cogam (Colectivo de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales de Madrid), alrededor de una especie de mesa camilla en la que seis transexuales narran los sinsabores y la discriminación. En esa mesa, Susana confiesa que se prostituye desde hace un mes en un polígono porque hay que comer, que vestir, que vivir y el subsidio de 420 euros no alcanza. "Es algo temporal, lo dejaré en cuanto pueda", se promete.

Susana, como las otras mujeres de la mesa, estará hoy pendiente del pleno de la Asamblea de Madrid. Uno de los últimos puntos habla de ellas. Es una proposición de Ley de No Discriminación por Motivos de Identidad de sexo (14 páginas, 5 títulos, 20 artículos) que presenta el PSM. "Recoge las demandas de los colectivos; esperamos que el PP la apruebe para que la Comunidad de Madrid siga siendo pionera en atender estas reivindicaciones", dice el socialista Óscar Blanco, impulsor de la iniciativa.

El PP presentará en el pleno una condena institucional a los países que discriminan a los homosexuales. Una portavoz popular indicó anoche que aún siguen negociando si aprobar o no la propuesta socialista, similar a la normativa que aprobó Navarra y a las que tramitan en Asturias, Aragón, Andalucía y Canarias, según datos facilitados por Cogam.

El proyecto madrileño habla sin hablar del paro de Susana (Artículo 11. No discriminación en el trabajo), de la actitud de su jefe y de otros empleadores. Quizá no habrían aludido despectivamente a su "paquete" si existieran medidas de concienciación social para entender a los transexuales, como las del Artículo 13.

La ley facilitaría su vida y la de María Alejandra Huertas, colombiana de 32 años en fase de transición: los dos años necesarios para el cambio de nombre y de aspecto. O como ella dice: "No soy un pibón, estoy en proceso de fabricación". Ese proceso provoca que un día tenga barba y al siguiente, no. Que sus compañeras de facultad la miren mal, que le pidan "por favor" que se vista de hombre cuando salga con ellas y que no use los baños de chicas. Se queja de la falta de "mente abierta" en la Universidad Politécnica, donde estudia un máster en diseño y arquitectura de interiores.

María Alejandra no consigue que le llamen por su nombre en lugar del que aún consta en sus documentos: Felipe. En España se puede cambiar el nombre del DNI desde 2007 sin necesidad de someterse a una operación de reasignación de sexo, pero son necesarios dos años de transición (para obtener un certificado de trastorno de identidad de género y otro que avale la hormonación durante 24 meses). Por eso Susana aún se llama Jesús. El caso de María Alejandra es más complejo. Debería cambiarlo primero en Colombia, donde el proceso es más engorroso. Así que presentará su proyecto de fin de carrera como Felipe. "No seré capaz de expresarme porque no estarán pendientes del proyecto sino de mí". Sería diferente si, como plantea el artículo 17, se hubiera podido matricular con el nombre y el sexo elegido por ella, lo que los transexuales llaman el "nombre social".

A Joelly Villa, mexicana de 38 años, le dieron el alta antes de tiempo. Entró en un hospital con una neumonía en septiembre. Le acomodaron en una habitación con un hombre. A ella, con sus labios perfilados, sus enormes aros y su pelo rubio. Luego la cambiaron a una individual. Dormía sola, sí, pero entre los pies de los goteros y las sillas de ruedas en un almacén, relata. "Tuve un trato espantoso por el hecho de ser transexual", sentencia. El proyecto de ley prevé acomodarles según su sexo en los centros sanitarios. No les ocurriría más lo que critica la argentina Linda Esteche. "Es humillante", dice, cuando en el centro de salud le llaman con nombre de caballero.

Paris Maison, de origen francés, viste como el chico que era antes porque no quiere perder su trabajo de enfermero. "No diré nada hasta que tenga un contrato fijo, me obligan a mentir". A la rusa Slava Ivantishin, de 30 años, le costó tomar la decisión, pero también se "disfraza" de hombre aunque se siente mujer. Vive de sus diseños como autónomo, pero necesita un contrato para renovar la residencia. "Los transexuales somos gente desafortunada, hay que cuidarnos porque somos muy frágiles".



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