Ley de Identidad de
Género argentina, aprobada el 9 de mayo de 2012 y resultado de luchas
activistas, reconoce la identidad y permite modificaciones corporales
sin necesidad de un diagnóstico. / Nuria V. Albalao
La Ley de Identidad de Género argentina, aprobada el pasado 9 de mayo, permite a cualquiera modificar su nombre y sexo en el DNI sin ningún requisito previo más que la expresión de su voluntad. En la mayoría de países con leyes parecidas se exigen diagnósticos médicos, tratamientos hormonales y quirúrgicos e incluso la esterilización previa. Además, esta ley contempla el acceso gratuito a los tratamientos y operaciones de reasignación de sexo. En palabras del propio Cabral, “demuestra que se puede tener acceso al reconocimiento de la identidad y a modificaciones corporales sin que sea necesario un diagnóstico. Es la respuesta a algo que muchos activistas en muchos lugares estábamos buscando”.
DIAGONAL: ¿Cómo fue posible el planteamiento de esta propuesta?
MAURO CABRAL: Tiene que ver con la fuerza que tiene en Argentina el derecho a la identidad. La experiencia con el robo de bebés durante la dictadura y los cientos de nietos y nietas que todavía están perdidos hace que el derecho a la identidad sea un argumento contra el cual prácticamente no se discute. Es un lenguaje que en Argentina se conoce bien. Es decir, esto que es la identidad legal, la identidad que me reconoce el Estado, no es mi identidad verdadera. Y ese desconocimiento produce una serie de violencias que no son sólo jurídicas, sino que son sobre la vida cotidiana. Tengo el derecho humano a ser reconocido por el Estado y por los demás en la que es mi verdadera identidad.
D.: ¿Por qué plantearon este derecho como un derecho humano?
M.C.: Hace poco tiempo que se empezó a hablar de cuestiones de identidad de género en NacionesUnidas. En 2006 los principios de Yogyakarta (Indonesia) vincularon el marco existente de la legislación internacional de derechos humanos con cuestiones de orientación sexual y de identidad de género [un documento que el mismo Cabral ayudó a redactar]. Personalmente me siento un poco incómodo con esa retórica.
Para que todo este sistema funcione uno debe creer en algo así como la “identidad” de género: creer que todos tenemos una, que todos sabemos cuál es, que es estable y permanente. La identidad de género es una metáfora, una herramienta, y funciona. Y si funciona es porque tiene ciertos costados negativos que comprometen cualquier lucha que se lleve a cabo con este término.
La identidad de género, como la orientación sexual, exige una antropología, una concepción del ser humano que sigue siendo una concepción occidental, yo diría del Norte global. Todos somos sujetos creados por la psiquiatría norteamericana de los años‘50. De alguna manera, los movimientos LGTBI han conseguido transformar esos saberes en una retórica política efectiva, pero no nos tenemos que olvidar de que hay toda una vida que no encaja dentro de los parámetros cartesianos de la identidad sexual y de la identidad de género.
En general no se habla de expresión de género ni de diversidad corporal, que para mí son cuestiones centrales y que no existen porque no están en el vocabulario político de los movimientos.
D.: ¿Cuáles son las demandas del movimiento intersexual en Latinoamérica?
M.C.: El movimiento está en problemas en todas partes. La demanda universal es que no se realicen intervenciones quirúrgicas no consentidas en niños y niñas intersex. Yo estoy un poco aburrido de ese planteamiento, aunque lo apoyo al cien por cien. Me parece que el movimiento en gran medida está atrapado en la defensa de la integridad corporal de ese niño o esa niña que todavía no nació y cuyo cuerpo queremos salvar.
Como activista estoy más interesado en saber cómo articular políticamente la experiencia de aquellos que ya hemos sufrido mutilación genital. A la gente le gusta hablar de la mutilación genital como algo que debe prevenirse, que tiene que parar, que se tiene que prohibir. Pero no le gusta hablar de la mutilación genital una vez que ha tenido lugar. Generalmente nadie se pregunta cómo esos niñitos que están mutilados van a transformarse en adultos que probablemente tengan también una vida sexual mutilada.
¿Cómo nuestra cultura –y también la cultura queer– lidia con un cuerpo genitalmente mutilado? Me interesa trabajar en términos de reparación, pero también resaltar que a la gente le interesan las personas intersex en la medida en que su existencia parece ser un ejemplo privilegiado de la diversidad corporal, pero no le interesa nada esa diversidad corporal que produce la medicina, esos cuerpos que no sienten: donde el bisturí corta, no se siente.
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