martes, 18 de marzo de 2008

Esposas de la "A" a la "F"

(No hay referencia del autor pero el artículo es extraordinario!!)

He dudado mucho antes de decidirme a escribir acerca de las esposas de los travestis porque es casi imposible postular cualquier cosa que sea pertinente para todas ellas. En todos los campos en que están incluidos seres humanos, todo intento de generalización provoca oleadas de protestas por parte de aquellos que no se identifican con el postulado general.

Mis circunstancias me limitan a no escribir más que acerca de las esposas que conozco personalmente y de aquellas cuyas actitudes me han sido comunicadas por sus maridos durante nuestras conversaciones o por medio de nuestra correspondencia. Con el propósito de facilitar este análisis, he clasificado a las esposas en seis categorías, tomando como modelo los seis grados con los que la mayor parte de las escuelas califican el aprovechamiento de los alumnos *. Tendremos, entonces, esposas de nivel “A” (excelentes), esposas “B” (buenas), esposas "C” (regulares), esposas “D” (aceptables), esposas “E” (malas) y esposas “F” (un fracaso total, calificación reprobatoria). No hay que olvidar que esta es una clasificación considerada desde el punto de vista del travestista y, por lo tanto, sumamente parcial.

ESPOSAS “A” plus:

Antes de entrar a la descripción de estos maravillosos especimenes de la especie humana, me parece oportuno mencionar que la Esposa “A-Plus” sería aquella que alcanzaría el éxtasis cada vez que su marido se vistiera de mujer. Ella lo llevaría personalmente de la mano al tocador y procedería a transformarlo en una dama. Su mayor felicidad la alcanzaría cuando gozara de la compañía femenina de él. Nunca se compraría nada para sí, a menos que antes hubiera adquirido algo igualmente atractivo para “ella”. Cuando, por cualquier causa él optara por no “vestirse” en alguna ocasión, ella se sentiría desolada. La Esposa “A-Plus” se considera la más feliz de las mujeres y le resulta incomprensible que otras esposas puedan llevar una vida marital satisfactoria con un marido que no sea travestista.

Tras este vuelo a las alturas de la fantasía, volvamos a la realidad y a...

ESPOSA “A”:

Es una chica que realmente toma en serio el concepto de sociedad que implica todo matrimonio. Dos personas que comparten sus vidas al máximo (excepto en los casos en los que es imposible hacerlo; p.ej.: cuando el marido es un fanático del levantamiento de pesas, del fútbol americano, de cortar leña con hacha, etc.). La Esposa “A” ama a su marido tal como es y no intenta “hacerlo cambiar” en el sentido de lo que ella preconcibe como el marido ideal. Ella lo acepta sin restricciones porque lo ama y está con él incondicionalmente. Se identifica con aquellas heroínas cinematográficas que, después de que su hombre ha cometido un crimen y va en camino de la cárcel, le dice: “Querido, estaré esperándote”, y se identifica en serio. Así es una Esposa tipo “A”. Sabe que el travestismo no es algo que pueda encenderse y apagarse a voluntad como un interruptor eléctrico. Discute la cuestión con su marido de principio a fin y está siempre dispuesta a verbalizar sus sentimientos. Disfruta de lo que el fenómeno significa en sí mismo. Está bien dispuesta a conocer a otros travestis y a sus esposas, y los ayuda a entender y superar el fenómeno...

ESPOSA “B”:

La siguiente es la Esposa tipo “B”, que es una mujer de personalidad entusiasta, de espíritu práctico, incapaz de creer que una persona no pueda superar sus problemas. Es una buena esposa de travesti, aunque no le preocupe especialmente indagar “los porqués ni los orígenes” de lo que ella considera “las peculiaridades inofensivas de su marido”. La Esposa “B” no se burlará cuando su esposo se vista de mujer, ni se opondrá a que lo haga cuando “no haya moros en la costa” (cuando estén a salvo de los vecinos y de los niños). Hará de buen grado las compras necesarias para satisfacer sus necesidades transgenéricas, aunque probablemente no aquilate cuán significativos e importantes son para él los artículos de vestuario que ella adquiere en su nombre.

Ella ha llegado a comprender que “su marido es más feliz” cuando se viste de mujer, pero no concibe que prefiera pasar un fin de semana vestido de chica, en lugar de pasarlo con los hijos o en la casa de campo de su hermana. La Esposa “B” ejerce, hasta cierto punto, una función equilibradora sobre su marido. Asume que él no es lo suficientemente inteligente para balancear sus actividades familiares, evitando exagerar el ejercicio de sus preferencias genéricas cuando éstas vayan en detrimento del resto de las actividades que ella espera de su esposo. No objetará que se vista de mujer, siempre y cuando sea discreto, cumpla satisfactoriamente con sus responsabilidades de proveedor y demuestre ser un buen padre para sus hijos y un amante esposo con ella. Si cumple con estas condiciones, a ella no le preocupa en lo más mínimo cómo se vista en sus periodos travestistas.

Disfrutará incluso de que se acueste con un camisón de encaje simplemente porque a él le gusta, sin inquietarse por las razones que pueda haber detrás. Si llega a conocer a otros travestis y a sus esposas, los juzgará tan sólo por su calidad de “personas agradables” con quienes uno puede departir a gusto. Comentará que a ella no le importa que él se vista de mujer y se mostrará orgullosa con los demás de que “su marido no beba ni apueste en exceso y sí, en cambio, le sea fiel”. En realidad, la Esposa tipo “B” intuye que esa “peculiaridad” constituye una garantía de fidelidad, puesto que si a él se le permite “vestirse” en casa, en ninguna otra parte se sentirá mejor y, en consecuencia, la probabilidad de que salga en busca de aventuras es prácticamente nula, sobre todo si es de la clase de travestis que acostumbre usar ropa íntima femenina debajo de su ropa masculina o que guste de tener pintadas con barniz las uñas de los pies.

Es, en definitiva, una chica práctica que no pierde oportunidad para fincar sólidas bases para su hogar; de alguna manera su actitud al respecto es como la de ciertas mujeres que no se sienten totalmente seguras de su matrimonio sino hasta que tienen hijos porque piensan que cuando un esposo es también padre, en caso de cualquier malentendimiento que surja entre ellos en el curso de su vida marital, los hijos siempre constituirán en factor primordial para la reconciliación y para resolver en forma pacífica la controversia. De alguna forma considera que, al aceptar las “extravagancias” de su esposo, tiene a su favor un argumento más en caso de que el cielo conyugal llegue a cubrirse de nubarrones. Se da cuenta de que no debe intentar “curarlo”, porque sabe Dios hacia qué otras cosas puede inclinarse para remplazar su travestismo si se ve obligado a renunciar a él. En todo caso, el tener un marido travesti la hace sentir más segura.

La principal diferencia entre una Esposa tipo “A” y otra tipo “B”, consiste en que esta última no comparte con la primera su interés en compartir plenamente con su esposo su vida transgenérica. No por ello dejará de ayudarlo a que se vea bien, le aconsejará, incluso lo acompañará en sus incursiones al exterior si lo considera suficientemente seguro, pero básicamente sentirá que su peculiaridad no le concierne más que a él y que su participación se limita a aceptarla de la misma forma en que uno acepta las particularidades de un niño amado.
La Esposa “B” siente que, hasta cierto punto, en lo que concierne a esta situación particular, ella es más madura que su marido y, por tanto, es uno de los aspectos de su vida conyugal en el que posiblemente ella sea superior a él, en virtud de no padecer de ninguna peculiaridad por su parte. Considera al travestismo como un detalle de debilidad en una personalidad que, en sus demás aspectos, es fuerte y casi perfecta; aunque, por otro lado, admita que no se trate de una debilidad desagradable ni dañina y que, por tanto, no sea difícil de sobrellevar. Además, en ocasiones puede llegar a ser una fuente de diversión para ella, como cuando le permite lavar los platos o cuando le es sumamente útil al realizar una serie de trabajos domésticos que pueden llegar a ser demasiado pesados para el ama de casa. “Querido, ya que estás lavando tus cosas, ¿no quisieras lavar las mías?”. Argucias que funcionan maravillosamente.

LA ESPOSA “C”:

Cuando un travesti está casado con una mujer de este tipo, siente que todo está bien, que podría ser peor, ¡mucho peor! Por lo general, este tipo de esposa requiere de gran cantidad de explicaciones y de una extraordinaria paciencia para aceptar la “rara conducta” de su marido, pero finalmente consecuenta con la idea, aunque no deja de desear que hubiera algún medio de eliminar esa “conducta ridícula”.

Se esfuerza en adaptarse de la mejor manera si se encuentra en una reunión de travestistas e intenta de buena fe aceptarlos y que le agraden en calidad de amigos de su esposo. Admite que la mayor parte son personas agradables, pero considera una lástima que pierdan su tiempo en algo tan improductivo y carente de sentido como el reunirse vestidos de mujer, con maquillaje y pelucas. Al término de cada reunión transgenérica, desea en secreto que su marido haya tenido suficiente satisfacción en vestirse de mujer como para que le dure lo más posible y se siente en extremo defraudada si él pretende “vestirse” de nuevo al día siguiente. Lo consecuenta, pero no lo anima, respecto a sus inclinaciones; se siente ridícula cuando le compra artículos femeninos, en tallas demasiado grandes. Intenta agradar a su “hombre”, comprende (¡al fin, después de interminables discusiones!) que él es como es y que lo más probable es que siga siéndolo el resto de su vida; pero, en el fondo, no le gusta y desearía que no fuera así. Ella intenta sinceramente que esa conducta le agrade, pero algo en su interior le impide aceptar emotivamente esas inclinaciones excéntricas.

Cuando esta esposa llega a descubrir la situación por vez primera, sufre un verdadero shock; piensa que su marido es “uno de esos pervertidos” de los que uno lee en los periódicos y es preciso librar una auténtica batalla cuesta arriba para convencerla que no es así. Pero, a veces, cuando él da rienda suelta a sus inquietudes y proyecta destellos de femineidad, el gusanito de la duda repta hasta los más recónditos de su mente. Sabe, no obstante, que es inútil luchar contra su “obsesión” y carga en silencio lo que considera que es “su cruz”. Se pone nerviosa cada vez que él se viste de mujer y vive con el temor de que su secreto sea descubierto y caiga sobre ella y su familia la burla y el escarnio. Tiembla al pensar que alguna de sus amigas llegue a descubrirlo y teme caer en una crisis nerviosa si “ellas” se enterasen.

Como ella todo lo sufre en silencio, ya que ama al amable cónyuge y no lo regaña, él piensa ingenuamente “mi esposa acepta mi travestismo de buen grado”. Pero, ¡no es cierto, de ninguna manera! Si alguien inventara alguna píldora para “curar” el travestismo, ella sería la primera en administrársela subrepticiamente con el pretexto de darle un nuevo remedio contra la gripe recomendado por su médico. En mi opinión, la Esposa “C” es el tipo más frecuente entre las mujeres de los travestis; insisto, no obstante, en que estas categorías no son inamovibles. Una Esposa “C” bien puede convertirse en una de tipo “B” (¡sin que me refiera a su aspecto!) o incluso alcanzar el grado “A”. Casi siempre, depende del propio travesti poner los medios para lograr tal propósito.

LA ESPOSA “D”:

En el caso de la Esposa “D”, el travestista enfrentará dificultades. Ella sabe de sus intensos deseos y, a veces, contemporizará con ellos, pero él nunca podrá estar seguro de su reacción: algunas noches aceptará de buen grado su “compañía femenina”; pero, otras, se mostrará irritable, le lanzará miradas de desprecio que lo lastimarán hasta el fondo del alma. Se quejará del despilfarro de dinero que significan todas esas compras estúpidas como una peluca cara o un bonito abrigo de invierno, sin que considere que él esté ganando bien. Le será indiferente que el se compre un rifle de caza o un juego de palos de golf chapeados en oro....¡pero un vestido de 20 dólares, de ninguna manera! También se niega a compartir sus ejercicios transgenéricos y preferirá visitar a su madre el fin de semana para que él pueda desahogar solo sus impulsos.
La Esposa “D” nunca pierde la esperanza de poder reformarlo y hace todo lo posible por interesarlo y comprometerlo en lo que considera “actividades y objetivos netamente masculinos”; llega incluso a organizar reuniones imprevistas en casa con personas no-travestistas, a sabiendas de que interferirán con la velada en que él había planeado vestirse de mujer.

Si el trata de besarla cuando está “vestido”, ella lo rechazará con un “¡No te atrevas a besarme mientras estés vestido así. Me das horror. Siento como si me hubiera casado con una MUJER!” O bien comentará: “¿Tienes que vestirte así cada vez que tienes un día libre?” Otras veces se volverá francamente hostil y le dirá: “Muy bien, ya que tanto quieres ser una mujer, entonces compórtate como una. Limpia la casa este fin de semana, lava la ropa, plánchala. ¡A ver si eso te gusta!” (¡Ella piensa que con esa clase de remedios lo curará!). Tendrá la idea fija de que el travestismo no significa otra cosa que el deseo de su marido de “convertirse en mujer”; no le cabe en la cabeza que pueda tener otras características o propósitos, muy posiblemente porque su esposo no haya conseguido explicarle la situación en forma adecuada.

Si la pareja tiene hijos, ella será recalcitrante en sus objeciones. “Prohibido “vestirse” en casa. Prohibido esconder todas esas cosa en el closet... ni siquiera en el desván. Imagínate si alguno de los niños lo descubre. ¿Cómo explicarles que su padre es un... un...” (sus sollozos le impiden completar la frase). En tales condiciones, nuestro travesti se abstiene y se abstiene y se abstiene... hasta que llega al borde de la explosión. En ese punto hará lo que cientos, miles probablemente, de travestís han hecho, hacen y seguirán haciendo: buscará un lugar, lejos de casa, en donde pueda vestirse de mujer ocasionalmente y en donde pueda también guardar sus vestidos y “sus cosas”. Y cuando llegue a reunirse con otros travestis casados con Esposas de tipo “A”, “B” o “C”, con una sonrisa triste se lamentará: “¡Cuánto daría por que ella me entendiera!”.

Este es un caso en el que tenemos un matrimonio que consigue irla pasando, aparentemente bien establecido visto desde el exterior, pero que, sin duda, tiene un agujero por debajo de la línea de flotación. A esta clase de parejas yo le doy un 50% de probabilidades de conseguir permanecer unidos durante toda su vida de casados.

ESPOSA “E”:

Entremos de puntillas en el hogar de una Esposa tipo “E”. En este caso, el agujero debajo de la línea de flotación es ya toda una plancha faltante en el casco y todo el mundo está achicando el agua a cubetadas para mantener la nave a flote. Ella no busca el divorcio, pero no quiere tener nada que ver con esa “horrible costumbre” y, desde luego, no levantará un dedo para ayudarlo en nada que tenga relación con su travestismo. No pierde oportunidad para recriminarle acremente la condición de sus amigos travestis, aunque no los conozca. El simula olvidar algún ejemplar de TRANSVESTIA, con la esperanza de que ella, por mera curiosidad, lea algunas páginas; pero no sucede así: se niega a “contaminarse” con esa terrible perversión.

Cada vez que llegan a disgustarse, lo primero que le echará en cara será su travestismo; si llega a enfurecerse lo suficiente, aprovechará que él esté ausente en la oficina, para buscar en su armario y proceder sistemáticamente a destruir todo artículo femenino que él posea. Cualquier paquete que él traiga a casa despertará sus sospechas. Lo vigilará como un ave de presa cada vez que haga la maleta para salir en viaje de negocios para asegurarse de que no esconde nada femenino en su equipaje.

En honor a la verdad, ella preferiría verlo borracho que vestido de mujer. ¡Y eso es precisamente lo que con frecuencia sucede! El se siente tan frustrado que sustituye el vestidito por la botella. Lo trágico en esa clase de matrimonios es que la hostilidad que se da entre ambos con motivo del travestismo comienza a invadir otras áreas de la vida conyugal que nada tienen que ver con las tendencias del marido. El empieza a considerarla amargada e ingrata y suele pensar: “Después de todo, yo le doy todo lo que quiere, nunca le niego dinero... entonces, ¿por qué se niega a corresponder en esta simple cuestión?”. Ella, por su parte, se dice: “Lo hace sólo por molestarme. Sabe muy bien los sensible que soy con esas cosas e insiste sólo para torturarme. Es cruel e ingrato, porque, después de todo, yo soy una buena esposa, una buena ama de casa, preparo sus comidas, lo cuido cuando se enferma... no entiendo por qué no ha de ser un poco condescendiente en ésto, que es lo único que le pido... que deje de vestirse de mujer”.

La Esposa “E” siente que él la engañó, que le hizo trampas, sobre todo si ella descubre sus conductas transgenéricas después de haberse casado. No obstante, aunque lo haya
sabido antes de la boda, argüirá que ella nunca supuso que “eso” llegara a convertirse en una obsesión, que se imaginó que el matrimonio, por sí mismo, eliminaría “sus caprichos”.

En otros casos, los celos empeorarán el cuadro, en particular si su esposo resulta ser un travesti atractivo. Aunque ella no lo admita, si por un milagro condesciende a asistir a una fiesta de travestistas y su esposo resulta ser el centro de atención y no ella, ¡se volverá verde de envidia! Parece increíble, pero llega a suceder. La Esposa “E” da por sentado que lo que el travesti desea es cambiar de sexo y se muere de miedo ante la idea de que un buen día su esposo decida comprar un billete a Casablanca.

ESPOSA “F”:

Si las características de la Esposa tipo “E” se intensifican, tenemos el retrato de la Esposa “F”: un verdadero infierno para el travestista. Cuando ella lo descubre, literalmente se cuelga de las lámparas, lo cubre de injurias y abre las hostilidades de un auténtico juicio de la Inquisición contra el desdichado. No le importará decirle a sus hijos que su padre es un degenerado y difundirá la noticia entre su círculo de amistadas, condimentándola con toda clase de rituales perversos “a los cuales la obliga a presenciar”. Goza de las exclamaciones de asombro de sus amigas y se convierte oficialmente en la “víctima” de ese tal por cual, su marido. Si él sugiere el divorcio, lo amenaza con arrastrar su nombre por e l lodo en las cortes y no duda en hacerlo. He sabido de más de un caso en el que el travestí involucrado fue literalmente echado del pueblo debido a las revelaciones hechas por su esposa durante el juicio.

Nunca ni por ningún motivo intentará la esposa comprender el fenómeno del travestismo, ni siquiera informarse mínimamente al respecto. Para ella es sinónimo de homosexualidad y cerrará sus oídos por completo a cualquier intento pacificador por parte de algún amigo o incluso de un cura o un psiquiatra: para ella, “eso” es la cosa más horrible que pueda haber en el mundo... ¡punto final! Hace poco tuve conocimiento de un caso en el que la esposa simplemente tomó a los niños y abandonó a su marido, pues no estaba dispuesta a tolerar que sus “angelitos” permanecieran un minuto más bajo esa influencia nefasta. El desafortunado travesti estaba hecho un mar de lágrimas mientras me narraba la historia.

FIN DEL ANALISIS

Así, llegamos al término de este análisis, somero e incompleto, de las esposas de travestistas. Las del tipo “A”, “B” y “C” son difíciles de encontrar; sin embargo, es muy posible que su número sea mucho mayor de lo que suponemos porque, sin duda, hay miles de travestistas de los que nunca sabremos nada porque viven felices “vistiéndose” en casa en compañía de sus maravillosas mujeres tipo “A” o “B”. Es igualmente posible que nuestro optimismo al respecto sea desmedido y que, en realidad, la mayor parte de ellos se encuentren unidos a esposas incluidas dentro de las categorías “D”, “E” y ”F” y que por eso creamos necesario advertir a todos aquellos que planean contraer matrimonio: “¡No lo haga! Lo más probable es que se arrepienta”.

Abundan los casos de aceptación previa por parte de las amiguitas, (más tarde las novias), que se convierte en franco rechazo después de unos cuantos meses, o incluso después de años, de vida en común. Resulta sumamente decepcionante para una persona travestista comprobar que su maravillosa mujer tipo ”A” empieza a deslizarse cuesta abajo, a toda velocidad, a lo largo del alfabeto. Pese a todo, yo quisiera terminar con una nota de optimismo: estoy convencida que por medio de su auto-aceptación, el mayor conocimiento de sí mismos y la aplicación de sus talentos femeninos, buena parte de los travestistas conseguirán empujar a sus esposas cuesta arriba en dirección de las alturas de las Esposas “A” y “B”.

* Tal es el sistema de calificaciones en la mayor parte de las escuelas anglosajonas, en particular norteamericanas, siendo “A” la mejor calificación y “F” la mínima y reprobatoria (N. del Tr.)

** Tomado de “Espacio de Vane”, en http://yotvht.spaces.live.com/




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