Carmen Graciela Díaz / Para Primera Hora
Unos desean rebelarse contra el sistema que les asigna un modo de vestir, otros hallan en esa actividad una fuente de placer, muchos se divierten junto a su pareja en una función teatral que no conoce de una hora fija.
Se trata del cross-dressing, un reto a las barreras erigidas alrededor de lo “femenino” o lo “masculino”. Es una persona -en la mayoría de los casos un hombre- que escoge representar al sexo opuesto mediante el uso de sus prendas de vestir.
“El cross-dressing es el equivalente al travesti, que tiene una compulsión interna por vestirse del sexo opuesto. Además, esa conducta está vinculada a su placer sexual”, expone José Toro-Alfonso, catedrático del Departamento de Psicología de la Universidad de Puerto Rico (UPR).
Hablar de cross-dressing requiere de ciertas definiciones para evitar confusiones. Toro aclara que “un travesti es la persona que asocia su capacidad erótica y sexual a la ropa del sexo opuesto”, mientras que el transformista está asociado a los artistas que se visten “para un espectáculo, pero no viven vestidos del otro sexo y eso no está vinculado a su sexualidad”.
El cross-dresser no necesariamente lleva ropa interior de mujer todo el tiempo, sino esporádicamente. El autor indica que “el caso del travesti implica una obsesión y una compulsión” porque es incapaz de disfrutar si no es con vestimenta de mujer.
La ambigüedad rodea al cross-dressing y las motivaciones de quien lo practica. “El cross-dresser entra desde un extremo a otro ya que puede hacerse por espectáculo, por reírse de la vida o porque le llama algún tipo de elemento asociado a lo erótico. Ahí empezaría la línea de lo travesti, dependiendo de la primera permanencia de esa obsesión”, asevera Toro.
El cross-dressing entonces podría transformarse en un puente hacia ser travesti, calibrándose por los grados de impulsividad. “Cuando la obsesión es tal que excluye a otra persona o la posibilidad de una relación normal, evidentemente empiezas a ver indicadores de psicopatología”, manifiesta.
¿Y la pareja?
Decidir ser un cross-dresser, sin duda, conlleva una profunda comunicación con la pareja. Toro entiende que esto “dependerá de la disposición que tenga la pareja para aceptar esto como parte de su repertorio sexual o rechazarlo totalmente”.
Cuando la compulsión no es tan profunda, el psicólogo asevera que hay mujeres que deciden aceptar el mencionado comportamiento de su compañero. Según Toro, en los casos, en que la mujer comprende esta conducta, ésta puede ser capaz de participar de forma activa como un tipo de fantasía.
“(Eso) pensando que su pareja tenga puestas unas medias, un brassiere y así combinarlo como parte de su sexualidad. Desde luego requiere un trabajo de reflexión de parte de la mujer porque evidentemente representa un reto”, dice.
El rol masculino
Un componente inseparable de la cultura latinoamericana es el machismo rampante. Según Toro, lo masculino en nuestra cultura es relativo a lo que se conoce como “lo masculino hegemónico”. Esa perspectiva es sinónimo -expone Toro- “de agresividad, de violencia, incluyendo el asunto del vestir”.
Precisamente Judith Butler, filósofa y profesora norteamericana, ha escrito que el cross-dressing es una práctica cultural que como el travestismo conforma una “estrategia de resistencia” hacia los poderes dominantes en la sociedad.
Y es que la sociedad ha sido más permisiva con la mujer y su vestimenta, incluso cuando decide incorporar a su atuendo piezas del clóset masculino. De acuerdo con Toro, el movimiento feminista a partir de la década de los 60 trajo a sus espaldas el que las mujeres pudiesen usar pantalones, el pelo corto, e ingresar a los campos profesionales tradicionalmente masculinos. Toro observa que esas luchas encajaron dentro del proceso social, “pero no así la construcción de lo masculino”.
Sin embargo, Toro estipula que en “algunas sociedades han abierto algunos espacios con el caso de los metrosexuales, que es el hombre heterosexual que [...] pudiera no ser tradicionalmente la imagen de la masculinidad”.
Como es de esperar, el académico declara que habrá personas que podrán integrar el cross-dressing a su vida cotidiana con más o menos éxito y otras para quienes es difícil. “La culpa, la influencia de la moral y la tradición, los mitos sobre la sexualidad hacen más fuerte que las personas lo puedan procesar”, puntualiza Toro sobre el drama que el cross-dresser enfrenta.
¿Qué causa el “cross-dressing”?
Toro informa que existen investigaciones inconclusas que insinúan que debe haber un trato biológico o alguna dificultad en el desarrollo cerebral. Otros estudios apuntan a que esto es un proceso de aprendizaje de asociar el erotismo y la sexualidad a la ropa del sexo opuesto, y ese comportamiento se va fijando hasta que se convierte en una obsesión.
Fuente: Dr. José Toro-Alfonso
Unos desean rebelarse contra el sistema que les asigna un modo de vestir, otros hallan en esa actividad una fuente de placer, muchos se divierten junto a su pareja en una función teatral que no conoce de una hora fija.
Se trata del cross-dressing, un reto a las barreras erigidas alrededor de lo “femenino” o lo “masculino”. Es una persona -en la mayoría de los casos un hombre- que escoge representar al sexo opuesto mediante el uso de sus prendas de vestir.
“El cross-dressing es el equivalente al travesti, que tiene una compulsión interna por vestirse del sexo opuesto. Además, esa conducta está vinculada a su placer sexual”, expone José Toro-Alfonso, catedrático del Departamento de Psicología de la Universidad de Puerto Rico (UPR).
Hablar de cross-dressing requiere de ciertas definiciones para evitar confusiones. Toro aclara que “un travesti es la persona que asocia su capacidad erótica y sexual a la ropa del sexo opuesto”, mientras que el transformista está asociado a los artistas que se visten “para un espectáculo, pero no viven vestidos del otro sexo y eso no está vinculado a su sexualidad”.
El cross-dresser no necesariamente lleva ropa interior de mujer todo el tiempo, sino esporádicamente. El autor indica que “el caso del travesti implica una obsesión y una compulsión” porque es incapaz de disfrutar si no es con vestimenta de mujer.
La ambigüedad rodea al cross-dressing y las motivaciones de quien lo practica. “El cross-dresser entra desde un extremo a otro ya que puede hacerse por espectáculo, por reírse de la vida o porque le llama algún tipo de elemento asociado a lo erótico. Ahí empezaría la línea de lo travesti, dependiendo de la primera permanencia de esa obsesión”, asevera Toro.
El cross-dressing entonces podría transformarse en un puente hacia ser travesti, calibrándose por los grados de impulsividad. “Cuando la obsesión es tal que excluye a otra persona o la posibilidad de una relación normal, evidentemente empiezas a ver indicadores de psicopatología”, manifiesta.
¿Y la pareja?
Decidir ser un cross-dresser, sin duda, conlleva una profunda comunicación con la pareja. Toro entiende que esto “dependerá de la disposición que tenga la pareja para aceptar esto como parte de su repertorio sexual o rechazarlo totalmente”.
Cuando la compulsión no es tan profunda, el psicólogo asevera que hay mujeres que deciden aceptar el mencionado comportamiento de su compañero. Según Toro, en los casos, en que la mujer comprende esta conducta, ésta puede ser capaz de participar de forma activa como un tipo de fantasía.
“(Eso) pensando que su pareja tenga puestas unas medias, un brassiere y así combinarlo como parte de su sexualidad. Desde luego requiere un trabajo de reflexión de parte de la mujer porque evidentemente representa un reto”, dice.
El rol masculino
Un componente inseparable de la cultura latinoamericana es el machismo rampante. Según Toro, lo masculino en nuestra cultura es relativo a lo que se conoce como “lo masculino hegemónico”. Esa perspectiva es sinónimo -expone Toro- “de agresividad, de violencia, incluyendo el asunto del vestir”.
Precisamente Judith Butler, filósofa y profesora norteamericana, ha escrito que el cross-dressing es una práctica cultural que como el travestismo conforma una “estrategia de resistencia” hacia los poderes dominantes en la sociedad.
Y es que la sociedad ha sido más permisiva con la mujer y su vestimenta, incluso cuando decide incorporar a su atuendo piezas del clóset masculino. De acuerdo con Toro, el movimiento feminista a partir de la década de los 60 trajo a sus espaldas el que las mujeres pudiesen usar pantalones, el pelo corto, e ingresar a los campos profesionales tradicionalmente masculinos. Toro observa que esas luchas encajaron dentro del proceso social, “pero no así la construcción de lo masculino”.
Sin embargo, Toro estipula que en “algunas sociedades han abierto algunos espacios con el caso de los metrosexuales, que es el hombre heterosexual que [...] pudiera no ser tradicionalmente la imagen de la masculinidad”.
Como es de esperar, el académico declara que habrá personas que podrán integrar el cross-dressing a su vida cotidiana con más o menos éxito y otras para quienes es difícil. “La culpa, la influencia de la moral y la tradición, los mitos sobre la sexualidad hacen más fuerte que las personas lo puedan procesar”, puntualiza Toro sobre el drama que el cross-dresser enfrenta.
¿Qué causa el “cross-dressing”?
Toro informa que existen investigaciones inconclusas que insinúan que debe haber un trato biológico o alguna dificultad en el desarrollo cerebral. Otros estudios apuntan a que esto es un proceso de aprendizaje de asociar el erotismo y la sexualidad a la ropa del sexo opuesto, y ese comportamiento se va fijando hasta que se convierte en una obsesión.
Fuente: Dr. José Toro-Alfonso
No hay comentarios:
Publicar un comentario