Bailarina de Fangoria, cantante junto con la cordobesa Andy Lamoore en el grupo de reggaetón travesti Leopardo no Viaja, Topacio ha montado en España su propia galería de arte, La FreshGallery, que vendrá el año que viene invitada por ArteBA a festejar el bicentenario. De visita por su Rosario natal, rescata escenas trans y momentos trash de su vida, como quien elige los mejores cuadros de una exposición.
¿Aprovechaste la gira con Fangoria para visitar Rosario?
–Sí, aproveché para estar con mis padres y no salí de su casa. Siempre que vengo les prometo que me quedo con ellos y luego me voy de fiesta y vuelvo a los tres días. Esta vez lo cumplí. ¡Para lo único que salí fue para que mi médico me inyecte botox!
Durante los ‘90 trabajaste en el Comfer, ¿tuviste problemas por ser transexual?
–No, es que todavía no era transexual en esa época. Era una mariquita con el pelo largo y no tenía del todo claro mi transexualidad, que es algo que me llegó más tarde. Claro que no te voy a decir mi edad, pero fue después de los 30 años. Generalmente muchas empiezan a los catorce o quince años. Lo hice de grande, después de tener mi carrera y mi vida armadas. Ya estaba independizada y lejos de los valores y prejuicios que te inculcan de chica. Antes tuve que sacarme muchos miedos, imagínate que Rosario es una ciudad pequeña pero también un infierno grande. Me miraban, les decían cosas a mis padres, se generaba mucho comentario a mi alrededor.
¿De chiquita te sentías transexual?
–No. Me gustaba crearme un personaje y divertirme, pero no era transexual, me disfrazaba por momentos. Ocurre que en España es travestido el hombre que se viste de mujer eventualmente. Aquí le dicen travestis a las transexuales que no están operadas. Allá transexuales son todas las que viven y se sienten mujeres las 24 horas del día, estén operadas o no. Y hasta te puedes cambiar el DNI. Yo estoy en ese proceso.
¿Para cambiarse el documento es necesario hacerse la operación de cambio de sexo?
–No. Se realiza una pericia psicológica que determina que eres transexual. Allí el proceso es gratuito y lo cubre la seguridad social. Luego de la pericia te derivan a una unidad de género. El Estado cubre las operaciones, el tratamiento y demás. Lo primero es el láser para eliminar vello del cuerpo. Luego te operan la nuez de adán. El tercer paso es ponerse pechos y la cuarta es el cambio de sexo.
¿Cómo se siente tomar hormonas femeninas?
–Son difíciles, al principio es una batalla. Tienes un cuerpo que genera hormonas masculinas durante 30 años y le pones una hormona externa que es totalmente lo contrario a lo que viene segregando. Si tienes la voz gruesa se vuelve fina, si tienes la mirada dura se te hace suave, lloras, te sensibilizas, y también ataca al hígado, por eso se acompaña de un hepatoprotector. Además, se le suman los inhibidores de hormona masculina, que te bajan la libido. Toda una batalla interna en el cuerpo.
Y una batalla emocional...
–Uf, es una montaña rusa emocional, pero son procesos que uno tiene que pasar para convertirse en lo que quiere ser. Tal como un deportista profesional que debe entrenar diez horas por día y alimentarse de cierta manera o tomar suplementos u otras hormonas. Ocurre que el cuerpo guarda memoria de haber sido hombre, así que no es un ciclo y ya. Hay que seguir tomando más hormonas femeninas más adelante.
¿Y qué es lo más lindo de ese proceso?
–Lo más lindo es acá (sonríe y se agarra los pechos). Algo que constantemente estás fantaseando es cómo serán cuando las tengas, jugando con rellenos más grandes y más pequeños. No es fácil que te queden bien, a mí me los han hecho excelentes profesionales, sin duda. La última vez que me operé me corregí la nariz, me puse colágeno en los labios, me hice lipoescultura y también me agrandé las tetas. El médico me dijo: “Vos estás loca, hacé de cuenta que estás cruzando la calle y te atropella un camión, así vas a quedar: una semana internada y en cama quejándote del dolor”. Y le dije: “pues que me atropelle el camión”. Y estuve tres días en la clínica con mi papá y mi marido agarrándome de la mano para aguantarme los dolores.
¿Quién te puso Topacio?
–Me lo pusieron en la escuela. Eramos un grupo de amiguitas, y una se llamaba Agatha. Nos fue bautizando: esmeralda, rubí, perla y así. Da la casualidad que en esa época estaba la telenovela de Grecia Colmenares y yo tenía el pelo largo.
¿A vos te gustaba?
–No. Pero cuanto más me enfadaba, más me lo decían. Así que tuve que hacerme cargo y ya: yo era Topacio. Y llamaban a mi casa y preguntaban por Topacio y mis padres se enojaban, pero con el tiempo se fueron acostumbrando. Luego me di cuenta de que es un nombre muy personal, con fuerte referencia a lo latino, incluso alguna gente me empezó a regalar topacios.
¿Y Fresh?
–Eso me lo puso la diseñadora Miuki Madelaire. Yo desfilé para ella, y en el backstage se dio cuenta de que la estaba imitando, porque es de Misiones y yo le copiaba la tonada. Entonces se dio vuelta y me dijo “ay, Topacio, qué fresh que eres”. Decirme eso delante de otras veinte travestis, imaginate. Empezaron todas: “Ay, qué fresh, qué fresca”, y me quedó. Mi galería, La FreshGallery, queda en un barrio muy tradicional, sobre la calle Conde de Aranda. Por eso algunos medios también me han llamado “la condesa de Aranda”. ¡Y bueno, con ese apodo le quito el título a todas las otras del barrio! (se ríe).
¿Quienes te alentaron a entrar al circuito de arte contemporáneo?
–Tengo a mi tutora y protectora en la galería de enfrente: Margarita Sánchez, una mujer muy inteligente. Cuando sucede algo me cruzo la calle y le pido: ¡Margarita, ayúdame! También Rafael Doctor, que es una eminencia en el arte español, y es como mi padre en ese sentido.
Ellos te cuidan mucho.
–Sí, soy una travestida súper protegida. Es una red, y si la red no te protege, te caes al vacío. El arte contemporáneo funciona como una red que interactúa con muchos personajes, algunos a favor y otros en contra tuyo. Ya no existe más el artista aislado en una caverna pintando con la mano, el círculo está compuesto por galeristas, curadores, periodistas y tienes que estar al tanto de todo, si no no es arte contemporáneo. Hay que saber nadar en ese mar. A mí me protegieron y me ayudaron, pero lo pagué con trabajo, y lo sigo devolviendo con trabajo duro.
¿El próximo artista en exponer en la FreshGallery será Fabio McNamara?
–McNamara lleva 15 años sin hacer apariciones públicas y no quiere volver a hablar más de la movida madrileña ni del pasado. Solamente quiere hablar de arte y se dedica a la plástica. Eligió mi galería para hacer su próxima exposición, todo un halago. Mucha gente le habló bien de mi galería. El cambió radicalmente. Ya no es más un personaje de la noche, no quiere hablar de drogas ni de Almodóvar, no le interesa. Tuvo un “giro mariano”, luego de confesar haber tenido un contacto con la propia Virgen María. Va todos los días a misa y está vinculado al Opus Dei. Un personaje que genera mucho misterio y la gente no termina de saber si lo que hace es de verdad o una mentira. Muy pocos tienen acceso a él: a mí me lo traen a la salida de misa a la galería para hablar de arte y coordinar cuestiones de la muestra. Pues hay que mimarlo como si fuese Marilyn Monroe y a mí me encanta hacerlo.
¿Cómo conociste a tu marido Israel?
–(Sonríe sugerente.) Nos conocimos en un ascensor en un edificio en 2006. Y según dicen, era un ascensor muy, pero muy chiquitito. Y cuenta la leyenda, aunque yo no estoy muy segura, que él estaba en el fondo del ascensor donde sólo entraban dos personas. Dos personas de frente o de espalda. Entonces le di la espalda y así fue que se enamoró de mí.
Debieron esperar a que se apruebe la ley para casarse.
–Sí. El casamiento fue hermoso, y puedes verlo en YouTube. Decidimos hacerlo en Aranjuez, una pequeña ciudad a 50 kilómetros, que era antiguamente el palacio de verano de los reyes, todo rodeado por lagos. Alquilamos una casa de fin de semana con varias habitaciones para los amigos y un salón. Nos casamos un viernes y los invitados se fueron el domingo. Fue una fiesta gitana, una locura. El primer día comimos asado, porque soy argentina, el segundo hubo paella, porque él es español.
¿Y el tercer día?
–¡Pues el tercer día nos comimos las sobras!
¿Te imaginabas llegar a armar una vida de este estilo?
–No, para nada. ¡Me imaginaba tirada en una zanja! Yo vengo del barrio José Rucci en Rosario, un barrio sindicalista construido durante el gobierno de Perón, un lugar intenso.
¿Cómo es el barrio Rucci?
–¡Trash! Es un barrio obrero, muy bien hecho arquitectónicamente, quizás parecido a algún barrio industrial de Berlín construido durante los setenta. Pero había gente intensa, picante. Bandas que se peleaban y eso. Pero mi familia siempre supo contenerme, mis padres siempre quisieron que yo estudie. Y estudié muchos años comercio exterior.
¿Comercio exterior? ¿Por qué?
–Un día mi papá me dijo: “Como está claro que vas a ser una hippie y una artista, quiero que estudies comercio exterior, para que aprendas cómo debes venderte por el mundo”. Y en verdad no se equivocó.
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