Por Carlos Bolívar Bonilla
La literatura científica y periodística se ocupa cada día con mayor atención, aunque no con el mismo criterio, de hacer visible una antigua condición humana poco común y manifiesta desde temprana edad, el transgenerismo. Se trata de seres humanos que nacidos biológicamente como niños o niñas, con sus respectivos genitales normales, expresan a los pocos años de vida, tacita o explícitamente, su inconformidad con la estructura anatómica y la identidad de género en la que se les ha matriculado al momento de nacer. Son “niños” que rechazan sus penes, sus “identidades” masculinas y los respectivos roles. “Ellos” desean ser niñas. Si “ellas” nacieron con vagina no la aceptan y desean ser niños.
No existe una explicación satisfactoria o suficiente sobre el fenómeno del transgenerismo, sólo hipótesis relativas a alteraciones hormonales, dificultades familiares afectivas, imitaciones sociales inconscientes, presiones culturales indebidas y caprichos infantiles mal atendidos, entre otras. Autoridades como la bióloga molecular y filósofa Anne Fausto Sterling, profesora universitaria norteamericana, defienden que la sexualidad es un hecho somático creado por un efecto cultural que no se reduce a dos géneros bipolares. Es un continuo o abanico de múltiples alternativas oscurecidas por razones ideológicas y políticas heteronormativas, dirigidas al control corporal y social.
Las rígidas clasificaciones científicas de los comportamientos atípicos o no hegemónicos consideran esta condición como una psicopatología denominada “disforia de género”, un trastorno de la identidad sexual. Pero no hay tal. Estas personas enferman no por su particular situación sino por vivir la incomprensión y violenta discriminación. Lo que las perturba no es su deseo de renunciar a un género impuesto para asumir el que sienten como propio, es la fiereza simbólica de negar su derecho a elegir y actuar de conformidad con su elección. El daño nace de obligar a alguien a actuar como lo que no quiere ser.
Si los lectores hallan difícil acceder a la lectura de textos especializados en defender esta última aseveración, pueden con facilidad observar un video con las entrevistas a familias con niños transgénero (http://www.youtube.com/watch?v=PgWJaHkb9b8), donde los padres admiten la reiterada actuación y petición enfática de sus hijos, desde que empiezan a hablar, para que se les permita ser y obrar como niña y no como niño o viceversa.
En el video sugerido Jazz Jennings, un “niño” biológico que desea ser niña, empezó desde los quince meses a pedir ser llamada niña. En la entrevista, a los seis años, se le ve muy a gusto en su rol femenino, para el que cuenta con apoyo pleno de su familia. La enfermedad, como en el homosexualismo, no está allí sino en la negación del derecho a ser diferente.
*Docente Usco-Crecer
La literatura científica y periodística se ocupa cada día con mayor atención, aunque no con el mismo criterio, de hacer visible una antigua condición humana poco común y manifiesta desde temprana edad, el transgenerismo. Se trata de seres humanos que nacidos biológicamente como niños o niñas, con sus respectivos genitales normales, expresan a los pocos años de vida, tacita o explícitamente, su inconformidad con la estructura anatómica y la identidad de género en la que se les ha matriculado al momento de nacer. Son “niños” que rechazan sus penes, sus “identidades” masculinas y los respectivos roles. “Ellos” desean ser niñas. Si “ellas” nacieron con vagina no la aceptan y desean ser niños.
No existe una explicación satisfactoria o suficiente sobre el fenómeno del transgenerismo, sólo hipótesis relativas a alteraciones hormonales, dificultades familiares afectivas, imitaciones sociales inconscientes, presiones culturales indebidas y caprichos infantiles mal atendidos, entre otras. Autoridades como la bióloga molecular y filósofa Anne Fausto Sterling, profesora universitaria norteamericana, defienden que la sexualidad es un hecho somático creado por un efecto cultural que no se reduce a dos géneros bipolares. Es un continuo o abanico de múltiples alternativas oscurecidas por razones ideológicas y políticas heteronormativas, dirigidas al control corporal y social.
Las rígidas clasificaciones científicas de los comportamientos atípicos o no hegemónicos consideran esta condición como una psicopatología denominada “disforia de género”, un trastorno de la identidad sexual. Pero no hay tal. Estas personas enferman no por su particular situación sino por vivir la incomprensión y violenta discriminación. Lo que las perturba no es su deseo de renunciar a un género impuesto para asumir el que sienten como propio, es la fiereza simbólica de negar su derecho a elegir y actuar de conformidad con su elección. El daño nace de obligar a alguien a actuar como lo que no quiere ser.
Si los lectores hallan difícil acceder a la lectura de textos especializados en defender esta última aseveración, pueden con facilidad observar un video con las entrevistas a familias con niños transgénero (http://www.youtube.com/watch?v=PgWJaHkb9b8), donde los padres admiten la reiterada actuación y petición enfática de sus hijos, desde que empiezan a hablar, para que se les permita ser y obrar como niña y no como niño o viceversa.
En el video sugerido Jazz Jennings, un “niño” biológico que desea ser niña, empezó desde los quince meses a pedir ser llamada niña. En la entrevista, a los seis años, se le ve muy a gusto en su rol femenino, para el que cuenta con apoyo pleno de su familia. La enfermedad, como en el homosexualismo, no está allí sino en la negación del derecho a ser diferente.
*Docente Usco-Crecer
No hay comentarios:
Publicar un comentario