jueves, 28 de enero de 2010

Por primera vez una mujer transgénero podría llegar al Congreso en Colombia


Colombia (AFP). Shelcy Sánchez aspira a convertirse en la primera mujer transgénero colombiana en obtener un escaño en el Congreso de su país para dotar de "condiciones dignas" a trabajadoras sexuales, lo que genera entusiasmo entre la comunidad gay pero apatía y rechazo en otros sectores de la sociedad.

"Mi aspiración nace de una convicción y una necesidad: demostrar que podemos lograr un destino distinto a vivir en el clóset o vernos forzados a ejercer la prostitución. Pero aquellos obligados a ejercer el trabajo sexual, deben gozar de condiciones laborales dignas", dijo a la AFP.

Sánchez, que inscribió su candidatura a la Cámara de Representantes de su país por el departamento (provincia) del Valle, en las elecciones de marzo próximo dice contar con el respaldo de 25.000 miembros de la comunidad gay. "No seremos machos pero sí muchos y vamos a demostrarlo en las urnas", bromeó.

"Mi propuesta es hacer que se otorgue al trabajo sexual el reconocimiento como oficio, lo que dotaría a quienes lo ejercen de beneficios como el acceso a la seguridad social, a los sistemas de salud, el gozar de una pensión por vejez o invalidez, e inscribirse a beneficios de los riesgos profesionales", añadió.

Las reacciones a su candidatura no se hicieron esperar. "Permitirá que los colombianos comprendan que las personas transgénero no son extraterrestres ni ladronas o drogadictas como las perciben. Que toman las riendas de su futuro y comienzan a ganar terreno", dijo a la AFP el activista Carlos Serrano.

Serrano, director de Radio Diversia -la única emisora colombiana para la comunidad gay que emite desde la clandestinidad debido a amenazas de muerte contra sus directivos- destaca la propuesta del travesti de dotar de beneficios legales en salud a miembros de esa comunidad.

"La principal causa de muerte de estas personas son enfermedades ligadas a sus transformaciones físicas. Las operaciones se hacen hoy de forma artesanal pues los sistemas de salud no las cubren. Argumentan que son cirugías estéticas cuando realmente les permite aceptarse como personas", enfatizó Serrano.

No es la primera ocasión en que Shelcy -de 28 años de edad y que rehúsa revelar su nombre real- hace proselitismo, aunque sí es la primera en que aspira a ocupar un cargo de elección popular. Hasta hace unos meses fue vicepresidenta de la Fundación 'Transmujer', que aboga por los derechos de las personas transexuales.

"Aspiro a llegar a la Cámara de Representantes porque es hora de hacer visibles los problemas de nuestra comunidad, de afrontar retos, de demostrar que detrás de nuestras almas femeninas encerradas en cuerpos de hombres conviven personas talentosas que pueden aportar a la sociedad", concluyó.

La mujer transgénero se inscribió a nombre del Partido Liberal colombiano, opositor al gobierno de Alvaro Uribe, al que agradeció "la grandeza de corazón y demostración de tolerancia" al darle el aval. "Sé que mi campaña no va a ser nada fácil pues todavía hay mucha discriminación en nuestro país", aseguró.

Sin embargo, Diana Navarro -también transgénero y asesora de la Alcaldía de Bogotá- critica "la manipulación coyuntural a su comunidad por parte de los movimientos políticos" que -dijo- "sólo nos tienen en cuenta ahora, en época electoral, para obtener votos".

"Las personas transexuales colombianos estamos en camino de conformar un partido político propio que no esté detrás de cargos sino de elevar una propuesta integral para nuestra sociedad, desde la perspectiva trans", enfatizó Navarro, directiva, además, de la Red Nacional de Personas Trans.

La ONU, a través de su oficina de derechos humanos en Colombia, ha condenado el asesinato en el país de una veintena de miembros de la comunidad transgénero en este país en los últimos años a manos de las llamadas organizaciones delincuenciales de "limpieza social".


(Nota: En el artículo original copiado aquí, se refieren a Shelcy Sánchez como "el travesti" y hablan de "los" transexuales. No sé si ella será una persona travestista. Aquí me he permitido referirme ella como a UNA mujer transgénero y a personas transexuales)



Alejandra Bogue, “Si la fama sirve, que sea para brindar alegría”


¿En qué momento de tu vida te conviertes en Alejandra Bogue?

Hace 25 años tomo la decisión de vivir socialmente definida como Alejandra Bogue, no fue algo como meterse en el microondas y salir convertida en una rubia preciosa. Siempre estás como en una constante búsqueda en definir tu personalidad, tu sexualidad, Alejandra es el resultado de esta búsqueda.

Sabemos que te iniciaste en el teatro. ¿Qué tipo de teatro hacías, y cómo es tu paso a la comedia?

Comienzo como la mayoría de las chicas como yo, en shows de transformismo, en un club de Acapulco llamado Gallery, pero en la década del noventa paso al teatro haciendo una obra de Bertold Brech y después de otras, Las criadas de Jean Genet, bajo la dirección de la primera actriz Adriana Roel, papel con el que obtuve el Premio de Actriz Revelación. A partir de ahí empieza mi carrera seria en el teatro. Hago comedia cuando llego a la televisión, a comienzos de esta década con Desde gayola, una comedia gay para el canal musical Telehit

¿Qué impacto tuvo ese premio a raíz de ser tú una actriz transgenerista?

Inmediatamente cuando se escucharon los primeros rumores sobre mi posible nominación, mi jefa en ese entonces y compañera de escena Patricia Reyes, una primerísima actriz mexicana, sugirió que si me querían nominar tenían que nominarme como una mujer, ya que en mi papel en la obra, Las criadas, yo hacia de mujer y me había definido yo como transgénero tiempo atrás. Me dieron el premio como Actriz Revelación, y marcó un precedente, fui la primera transgénero que ha recibido tal distinción, asunto que me llena de orgullo.

Analizando algunos de tus personajes más célebres como Tesorito, Tearruina Fernández y más recientemente Betty Bo5, te consideras una actriz de pueblo?

Creo que sí , aunque seamos figuras públicas no debemos olvidar de dónde venimos, tener en claro que sólo somos seres humanos, simples y ordinarios, con capacidades y virtudes, pero si la fama sirve para algo, que esté al servicio de brindar alegría, de hacer reír a la gente. Con Betty Bo 5, este personaje que se ha hecho tan famoso, tan seguido, la Betty, que no es más que el reflejo de una sociedad enferma, de una sociedad banal y sin rumbo, cosa que resulta hilarante, el patetismo de esta actriz en decadencia que es Betty provoca este tipo de reacciones, reír a veces de algo trágico en cierto modo.

Te has convertido en algo así como un ícono de la cultura popular en México, es impresionante la gente que te sigue en televisión y en la Internet, el personaje de ‘Betty BO 5’ ha calado de tal forma que hasta imitan sus poses y gestos, ¿qué opinas?

Me toma por sorpresa, me resulta hermoso, no podría encontrar las palabras exactas, desvirtuaría el sentimiento que me embarga cuando veo el éxito y el amor del público hacia mi trabajo. Entonces solo me queda agradecer todo ese amor, todo el apoyo que me han brindado. Me interesan los jóvenes, decirles que no se dejen contaminar con nada, que se puede vivir la vida respetándonos, amándonos y aceptándonos tal y como somos.

¿Qué expectativas tienes de venir a Barranquilla?

Muchas, estoy emocionada de romper las barreras y llegar a un país tan hermoso como el de ustedes. Voy a llegar con el corazón abierto para todos los barranquilleros, a quienes les envío mil bendiciones y toda la luz de este mundo.

Trabaja en el canal telehit

Es la comediante más popular en estos momentos en México y algunos países de habla hispana. Actriz de teatro en sus inicios, pasó a la comedia a principios de esta década en el programa contracultural ‘Desde Gayola’ donde interpretó personajes como ‘La Tesorito, peculiar entrevistadora de un magazin que con su lenguaje procaz y su voz chillona hacia ‘morir de la risa’. Ha participado en algunos programas como ‘Mujer, casos de la vida real’ y en la película ‘Frida’. Ahora tiene su propio programa ‘Qué show con la Bogue”.



DECLARACIÓN DE LA SOCUMES SOBRE DESPATOLOGIZACIÓN DE LA TRANSEXUALIDAD

V Congreso Cubano de Educación, Orientación y Terapia Sexual

A propuesta de la Comisión Nacional de Atención Integral a Personas Transexuales, del Centro Nacional de Educación Sexual, la sección de Diversidad Sexual de la Sociedad Cubana Multidisciplinaria para el Estudio de la Sexualidad (SOCUMES) propuso, en su Asamblea General de Asociados del 18 de enero de 2010 en La Habana, la adopción de la siguiente Declaración.

Recordando
la inclusión actual de la transexualidad como una enfermedad mental en el Manual Diagnóstico y Estadístico de las Enfermedades Mentales IV (DSM-IV, por sus siglas en inglés), publicado por la Asociación Americana de Psiquiatría (APA, por sus siglas inglés), y la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), de la Organización Mundial de la Salud (OMS);

Recordando también
que los Estándares de Cuidados adoptados en Cuba por la Comisión Nacional de Atención Integral a Personas Transexuales se basan en los publicados por la Asociación Profesional Mundial de Salud Transgénero (WPATH, por sus siglas en inglés), que incluyen también la clasificación del Manual Diagnóstico y Estadístico de las Enfermedades Mentales y de la Clasificación Internacional de Enfermedades E-10;

Tomando en cuenta
que la Asociación Americana de Psiquiatría publicará en 2012 la quinta versión del mencionado Manual y que el jefe y otros especialistas del grupo de trabajo encargado de su revisión han propuesto recientemente la no retirada de esta categoría, así como la aplicación a niñas y niños de terapias reparativas psicológicas de adaptación al sexo asignado al nacer;

Tomando en cuenta
la preocupación expresada por personalidades y diversos grupos de defensa de los derechos humanos a nivel internacional con relación a este tema;
Considerando que todas las personas transgéneros -incluyendo la transexualidad, las personas travestis y la intersexualidad- pueden ser vulnerables a la marginación, la discriminación y el estigma, basados en el enfoque binario socialmente normado de reconocer sólo dos identidades de género: masculino y femenino;

Considerando además
que las clasificaciones antes mencionadas perpetúan y profundizan la discriminación hacia estos grupos sociales, causando daños físicos y psicológicos irreversibles que pueden llegar al suicidio;

Considerando también
que la transexualidad y otras expresiones transgéneros no son una opción por un estilo de vida y que las modificaciones del cuerpo de estas personas no tienen intenciones cosméticas, sino que responden a un derecho y una necesidad interior de vivir con la identidad de género a la que la persona siente pertenecer;

Recordando
los Principios de Yogyakarta sobre la aplicación de la ley internacional de derechos humanos en relación a la orientación sexual e identidad de género, especialmente el Principio 18 sobre la “Protección contra Abusos Médicos” que, entre otros aspectos, responsabiliza a los Estados y Gobiernos en asegurar “que ningún tratamiento o consejería de índole médica o psicológica considere, explícita o implícitamente, la orientación sexual y la identidad de género como trastornos de la salud que han de ser tratados, curados o suprimidos”;

Considerando
que el derecho a la salud pública y el acceso universal y gratuito a sus servicios están garantizados por el Estado cubano para todas y todos, pero que aún se requiere de legislaciones complementarias que protejan integralmente los derechos de las personas transgénero;

Recordando
la Resolución 126 del Ministerio de Salud Pública del 4 de junio de 2008, que regula los procedimientos de salud involucrados en la atención de las personas transexuales;

Reconociendo
que la atención multidisciplinaria brindada por la Comisión Nacional de Atención Integral a Personas Transexuales, desde su creación en 1979 hasta la fecha, ha conllevado a una mejoría notable de la calidad de vida de las personas atendidas y de sus familiares.

Expresamos
nuestro apoyo a la retirada de la transexualidad de la clasificación internacional de enfermedades mentales, especialmente en la actualización que será publicada en el 2012 en el DSM-V y en el CIE-10.

Rechazamos
la aplicación de terapias psicológicas reparadoras a las personas transgéneros, con el objetivo de revertir su identidad de género, y las cirugías de reasignación sexual a personas menores de 18 años.

Reafirmamos
que la transexualidad y otras expresiones transgéneros son expresiones de la diversidad sexual, a las cuales se les deben garantizar todos los tratamientos psicológicos, médicos y quirúrgicos que requieran para aliviar las alteraciones a la salud mental de estas personas, resultantes del estigma y la discriminación.

Reafirmamos además
que la aplicación de estos procedimientos respeta los derechos sexuales de cada persona y son congruentes con los principios bioéticos de autonomía, no maleficencia y justicia.

Reafirmamos también
que la atención a las personas transexuales debe tener un carácter integral, que garantice el reconocimiento y respeto a los derechos de la persona, mucho más allá de la mera atención médica y psicológica.

Reiteramos
la necesidad de que se consideren las legislaciones necesarias para garantizar el reconocimiento de estos derechos, especialmente la propuesta de Decreto Ley sobre "Identidad de Género”, en la que se incluye el cambio de identidad independientemente a la práctica de cirugía de reasignación sexual.

Abogamos
por la profundización y la aplicación de las estrategias educativas referentes a la orientación sexual y la identidad de género en todos los niveles de enseñanza y hacia la población en general, según lo contemplado en el Programa Nacional de Educación Sexual.

Reafirmamos
la necesidad de que la atención a las personas transexuales sea incluida de forma amplia en las políticas sociales del Estado y el Gobierno cubanos, en correspondencia con la “Declaración de la Asamblea General de las Naciones Unidas, que condena la violación de los derechos humanos por orientación sexual e identidad de género”, apoyada por Cuba el 18 de diciembre de 2008.

La Habana, 22 de enero de 2010





REPORTAJE y Portada de la Revista del País Semanal: “Quiero mi sexo”



P
aís Semanal/Luz Sánchez-Mellado-. “¿Se me nota el bultete?”. Álex se está arreglando. Después de la sesión de maquillaje y planchado de melena vienen las piruetas para embutirse los leggins. Ni una arruga. Ni un gramo de grasa. Ni rastro de celulitis. Las cosas como son: con su metro ochenta, su tipazo y la insolencia de sus 20 años, Alexandra Rubio es un pibón. El bulto que le preocupa debe de estar a buen recaudo. Álex estudia en la Escuela de Arte y Diseño de Valencia. Su talento para el dibujo fue decisivo para que sus padres, una modista y un albañil de Hellín (Albacete), accedieran a costearle la carrera fuera de casa. Hoy se muda a esta corrala de Benimaclet. Está que se sale. Eufórica por la novedad y baldada por el traslado. Una montaña rusa emocional. Una balsa de aceite comparada con la travesía en la que se ha embarcado.


Alexandra es una mujer transexual. Tiene disforia de género, un síndrome identificado en el DSM IV y el ICD-10, los catálogos de enfermedades por los que se rigen los facultativos del mundo. Los investigadores aún no saben cómo ni por qué. Pero ocurre. Alexandra nació con pene, testículos -el bultete que camufla entre sus piernas- y el cromosoma masculino XY en su cariotipo. Todo un hombre, el mayor de tres hermanos. Pero su sexo biológico y psicológico no coinciden. En sus pensamientos y en sus sentimientos, siempre fue mujer. Ahora acaba de emprender el viaje sin retorno para, además, parecerlo. Su proceso de reasignación de sexo.


Álex se considera mujer desde que recuerda, pero ya era una adulta de 19 años cuando, después de un proceso de asimilación e investigación personal -”Internet fue mi guía: lo miré todo, lo leí todo, lo pregunté todo”-, se plantó en la consulta de Felipe Hurtado. Otras, y otros, no esperan tanto. Hurtado, psicólogo, es quien diagnostica a los pacientes de la Unidad de Atención a la Transexualidad en la sanidad pública valenciana. De las 120 personas que trata, 10 son menores. Chavales que acudieron a consulta y confesaron el mismo sinvivir. Un conflicto total entre mente y cuerpo. Chicos con genitales masculinos que se sienten mujeres. Chicas con mamas y vagina que se ven hombres hechos y derechos. Criaturas en pleno desarrollo que asisten con horror a la eclosión de sus caracteres sexuales. Unos atributos que no reconocen y llegan a aborrecer hasta el punto de ansiar librarse de ellos. Cueste lo que cueste. Duela lo que duela.


Son adolescentes y jóvenes transexuales. Sí, existen. La cátedra de Transexualidad de la Universidad Libre de Ámsterdam, santuario de los especialistas, habla de un diagnóstico cada 11.900 varones y uno cada 30.400 mujeres. Los nuevos transexuales no son ni más ni menos que antes, pero presentan diferencias respecto a las generaciones anteriores. Disponen de toda la información sobre su síndrome -la relevante, la accesoria y la basura- a un clic de ratón. Cuentan con un grado de apoyo familiar inaudito hace años. Y gozan de derechos adquiridos, posibilidades por las que los mayores pelearon y ellos dan por supuestas. La Ley de Identidad de Género de 2006 permite cambiar de nombre y sexo en el Registro sin tener que acreditar cirugía de reasignación sexual. Y el Catálogo 2006 de Sanidad acepta de hecho, al no excluirla, la atención a las personas transexuales en el Sistema Nacional de Salud.


Algunos de estos chavales no entran siquiera en ningún armario. En cuanto le ponen nombre a lo que les sucede, o antes, cuentan su malestar en casa y piden ayuda a los suyos. Y a quien haga falta. Una chica de 16 años de Barcelona, nacida varón, se sometió en diciembre a una operación para convertir en femeninos sus genitales viriles. Se trata del primer caso de cambio de sexo de un menor en España y uno de los pocos en el mundo. La muchacha puso una demanda judicial para no tener que esperar a la mayoría de edad, y el juez, tras oír a los médicos, dictó a su favor. La adolescente -llamémosla X- cuenta con el apoyo de sus padres. En muchos casos son los propios progenitores quienes llevan a sus hijos al médico al notar algo raro. Cada vez más, cada vez antes. Hace poco, el psicólogo Hurtado vio en consulta a una niña de cuatro años con sus papás alarmados por la querencia de la cría a adoptar roles y juegos masculinos y orinar de pie.


Alexandra ha invitado a desayunar a sus íntimos. Una panda en la que predominan las pintas oscuras, entre Crepúsculo y Tim Burton. Quizá por el talante liberal de su especialidad, Álex no ha sentido rechazo en su facultad. Ni en casa. Un día dio un paso más en la imagen andrógina que cultiva desde niña y fue a clase con falda. Esa noche se lo había contado a su madre por teléfono. “No fue una gran sorpresa para nadie. Me apoyan y me quieren. Era Álex y soy Álex. Han vivido mi cambio en directo”. Sus amigos saben que las tres píldoras que toma con el café -un Androcur y dos Meriestra- son parte del peaje que tiene que pagar para parecer por fuera tan femenina como por dentro. Es el tratamiento hormonal cruzado. El Androcur bloquea su testosterona y el Meriestra le proporciona estrógenos para ir adaptando su cuerpo a su mente.


Álex está siguiendo paso a paso el protocolo de actuación establecido en 1979 por la Asociación Harry Benjamin de Disforia de Género, la biblia de los profesionales de la transexualidad. Hurtado la sometió a nueve meses de entrevistas y pruebas clínicas antes de diagnosticarla como idónea para el proceso de reasignación de sexo. Las pastillas -prescritas por el endocrinólogo de la unidad- son la primera etapa de esa carrera de fondo. Sólo tras dos años de terapia y de probar que va por la vida como mujer aunque tenga “paquetico” -el test de la vida real- podrá ponerse en manos de los cirujanos para terminar de feminizar el cuerpo masculino con el que nació. Pero eso ya se verá. “Es una operación complicada y no quiero arriesgarme a perder el placer sexual”, dice la interesada, “por ahora estoy bien así”.


Sólo lleva tres meses hormonándose y ya se encuentra “más hecha, más yo”. “Las pastillas son la bomba”, constata. Y enseña una sesión de desnudos que se hizo al iniciar el tratamiento “para ver el antes y el después”. Es cierto. Se la ve más mujer. Se le está cayendo el poco vello que tenía. Las caderas se le redondean. Y confiesa sufrir gozosamente ciertos pinchazos en el pecho con resultados tangibles. “Me están saliendo teticas, mira”, dice subiéndose la camiseta de “I love zombies” para mostrar los dos bultitos que le brotan en el torso. A este paso, pronto dejará de usar sostenes con relleno.


A Lucía, sin embargo, le comen las prisas. Hace unos meses que su madre le deja llevar sujetador con gel. “Una 80-85, discretitas, ¿a que parecen de verdad?”, inquiere señalando la delantera que remata su andrógina silueta. Lucía no desea ser reconocida, pero cuenta su historia sentada con su madre en la trastienda del negocio familiar en Valencia. Una madre separada y su hija adolescente. Pura clase media. Una chica de barrio. Pelo larguísimo a base de extensiones. Espeso maquillaje para camuflar espinillas -y algún cañón de barba-, pestañas sepultadas de rímel, voz angelical plagada de tacos. Una chavala como tantas. Pero no tanto. En la Navidad de 2008, a los 14 años, Lucía escribió una carta a su madre. “Un folio por delante y por detrás” en el que le contaba todo y nada: “Ponía: ?Mamá, siempre hemos estado juntas?, en femenino, en plan indirecta, ?y en esto también tenemos que estar unidas”. Pero la receptora no captó el mensaje. La madre pensó que su hijo confesaba ser homosexual. Nada que no sospechara tras una infancia en la que “el nene”, el pequeño de dos varones, insistiera en jugar a muñecas, llevar pelo largo, depilarse cara y cuerpo y hablar en femenino. Pero no, no era eso. No tan sencillo.


“Mamá, soy una chica. Una chica de verdad, aunque tenga eso colgando. Pero lo mío tiene arreglo. Ayúdame”, le dijo entonces llorando Lucía a su madre. Y le pasó un tocho de información recopilada en horas de buceo en Internet. Allí estaba todo. Foros de todo pelaje, páginas científicas y sórdidas, y una dirección a quince minutos de casa. La Unidad de Atención a la Transexualidad, en el hospital Doctor Peset de Valencia. Allí la llevó su madre después de los “15 o 20 días” que le costó asimilar la “bomba” que le había estallado en casa. “Estoy en el mundo y sé qué es esto. Conozco a una chiquita transexual que venía por la tienda, pero nunca imaginé que lo tendría tan cerca. Estoy asustada”, confiesa la madre. “Todos los días doy gracias por estar viva, porque le hago mucha falta. Ella necesita ayuda, y yo también. Ella llora mucho, y yo más, pero mi hija no ha matado a nadie. Ha nacido con esto y voy a ayudarla a subir esta montaña”.


La misma cumbre que ha empezado a escalar Alejandra Cruz de la mano de su madre, Gloria García. Lucía y Alejandra no se conocen, pero tienen mucho en común. Ambas tienen 15 años. Ambas cursan tercero de la ESO. Y ambas son pacientes de Hurtado. Alejandra sí quiere salir en las fotos y no entiende por qué, al ser menor, se la retrata con el rostro velado. Ella no tiene nada que ocultar desde que, a los 12 años, les contó a sus padres su “angustia” en la mesa del comedor. “Soy una mujer, no me gusta mi cuerpo y quiero cambiarlo”, les dijo. Para entonces, el niño, el varoncito de esta pareja de Cali (Colombia) emigrada a Utiel (Valencia) con otras dos niñas, ya sabía lo que le ocurría. “Desde los nueve años me sentía fatal. A mis amigas les salían los pechos, les venía la regla, y a mí no. Me gustaban los chicos, pero no soy gay; no me atraen como hombre, sino como mujer. Busqué en Internet y en cuanto me metí en foros transexuales, me dije: ?Ésta soy yo”.


A Gloria y a su marido les costó más entenderlo. “Era más niña que su hermanas, pero pensábamos que el niño nos salió mariquita”, confiesa la madre, una cocinera de 30 años a la que su marido ha sorprendido en este trance. “Él es un colombiano machista y temía su reacción. Pero lo ha aceptado mejor que yo”. Ella ha precisado más tiempo. Después de dos años de tumbos por pediatras y psicólogos “que no tenían mucha idea de esto”, Gloria y Alejandra acabaron en la consulta de Hurtado. Y empezaron a subir la montaña.


El protocolo de la Harry Benjamin tiene un apartado para niños y adolescentes. Con los pequeños, recomienda el seguimiento y apoyo psicológico del niño y sus padres en el proceso de crecimiento y socialización. Nada más. Se sugiere no reforzar ni reprimir al pequeño para que actúe en un sentido u otro, a la espera de que la pubertad asiente, o no, su inclinación. La asociación aconseja retrasar al máximo la adopción de medidas irreversibles. Según los centros de Ámsterdam y Vancouver, los más experimentados del mundo, sólo el 25% de pacientes de entre seis y 18 años evolucionaron a transexuales. Es preciso realizar un diagnóstico certero, descartando otras posibilidades como homosexualidad o errores de autopercepción.


Si el ansia de cambio persiste en la pubertad, los médicos pueden plantear la posibilidad de paralizar el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios (barba, mamas, regla) del menor. Darle una tregua a la espera de que su madurez mental permita acometer -o no- acciones radicales. Ése es el tratamiento que reciben Lucía y Alejandra. Inyecciones de análogos cada 21 días bloquean su testosterona desde la hipófisis. Lucía lleva tres pinchazos. Alejandra, dos. No notan gran cosa por fuera. Pero sí por dentro. “He empezado el camino, ya queda menos”, dicen cada una por su lado.


La vigencia de los análogos no es eterna. “El cuerpo no puede estar indefinidamente sin hormonas, se descalcifica la masa ósea”, apunta la endocrinóloga Isabel Esteva, de la Unidad de Trastornos de Identidad de Género (UTIG) del hospital Carlos Haya de Málaga. Seis meses o un año es el límite. Según el protocolo Harry Benjamin, es en torno a los 16 cuando podría iniciarse la terapia hormonal. Estrógenos para feminizar a las chicas. O testosterona para masculinizar a los chicos. Un paso de difícil vuelta atrás. Los ovarios y los testículos se atrofian y quedan estériles. Una decisión dura que precisa del permiso de los padres, y que éstos deben tomar delante de un niño, su hijo, que sufre y quiere acabar ya. El paso final, la cirugía genital, no debe abordarse, según el protocolo Benjamin, hasta los 18.


Lucía y Alejandra son dos del centenar de menores en tratamiento en la sanidad pública. La UTIG de Málaga es el centro pionero. Acaba de cumplir una década. De sus 800 pacientes, 77 son menores, con 15 años de media. La Unidad de Identidad de Género del hospital Clínic de Barcelona ha atendido a 25 menores y tiene a cuatro niños en seguimiento psicológico. En ambos centros, como en Valencia, se sigue al dedillo la doctrina Benjamin. El endocrino Antonio Becerra, responsable de la UTIG de Madrid, con 500 pacientes en 15 años, no prescribe, sin embargo, terapia alguna antes de los 18, más allá de enviar al menor al psicólogo de la unidad. “Me despierta dudas intervenir antes. No hay certezas en este campo, y antes de actuar prefiero no dañar. En mi experiencia, ningún menor transexual ha necesitado con urgencia ningún tipo de tratamiento”.


El caso de la chica de Barcelona, o el de la cantante alemana Kim Petras, que logró también autorización judicial para cambiar sus genitales de chico a chica a los 16 años y lo pregona en Internet, ha abierto un debate médico. Iván Mañero, cirujano plástico privado con más de 500 intervenciones de reasignación sexual, fue quien operó a la menor catalana cuando obtuvo permiso judicial. Mañero es desde hace un año quien interviene también a los pacientes de la UIG del Clínic. La unidad, pública, no acomete operaciones hasta los 18. Pero la chica X es su paciente particular, y como tal la operó en Barnaclínic, la zona privada del hospital, y le pasó la correspondiente minuta.

Cada transexual es un mundo, pero éste es un caso clarísimo, bien diagnosticado y con la cabeza amueblada. Llevaba año y medio hormonándose, ya le había hecho las mamas y estaba lista para acabar el proceso”, dice el cirujano, que añade: ” Los protocolos Benjamin tienen 30 años. El mundo ha cambiado. En casos claros se podría intervenir antes, en terapia hormonal y en cirugía. Les evitaríamos sufrimiento y los resultados serían más satisfactorios. Es un debate abierto en todas las unidades. He pedido valentía médica a mi equipo. Vamos a asistir a un tsunami de menores: veremos si otros padres no se plantean por qué a esta chica sí y a sus hijos no”. El resto de integrantes -psiquiatras, endocrinos y psicólogos- de la UIG del Clínic admiten el debate -”uno más de los muchos en transexualidad”-, pero estiman que “es razonable que las decisiones irreversibles se tomen alcanzada la madurez”. Y ésta, opinan, no llega ni a los 16 ni a los 18, cada caso es distinto. Tanto el equipo del Clínic como el de la UTIG de Málaga no entienden “las prisas” en este terreno. “En algo tan delicado, tan irreversible, para toda la vida, no hay por qué ser pionero de nada. Son unos años difíciles, y es más importante apoyarles, enseñarles a vivir en el género que sienten, que correr para cambiarles los genitales”, opina la endocrinóloga Esteva.

Los chavales están al día. Conocen el caso de Petras. Y el de la chica X. Paula contesta antes de preguntarle. “Me muero si tengo que esperar a los 18 para operarme. Si no me dejan, iré al juez”, declara, retadora, ante la mirada entre comprensiva y espantada de su madre. Lucía y Alejandra están en la edad del pavo. Un pavo salvaje, admiten. Lo quieren todo, y lo quieren ya. “Tengo 15 años, mamá”, es la excusa de Lucía cuando suelta una palabrota o se pone a llorar por todo y nada. Si le preguntas qué quiere ser de mayor, dice: “No sé, estoy en mi mundo de pava tonta. Sólo sé que quiero operarme. Odio lo que tengo. No quiero mi vagina para follar, sino para ser yo misma. Ya sé que con eso no acaban mis problemas, pero podré afrontarlos con seguridad”. Y vuelve a llorar.


Su coetánea Alejandra Cruz parece más modosa. Por la cuenta que le tiene. Acata los consejos de su madre: “No la dejo salir sola. Me da pánico que la hieran. Ahora que sabemos lo que es, hay que ir poco a poco”. Así va. Negociando cada paso. Aún no le dejan ponerse sujetador. Pero hoy ha logrado estos botines de taconazo con los que se tambalea: “Aún no los domino, dame tiempo”. Alejandra es una “chica nueva” desde que está en tratamiento. Antes, “la desesperación” la llevó a autohormonarse. A los 14 años. “Miré las dosis en Internet, compré estrógenos en la farmacia y los tomé a escondidas”. La bronca -y la amenaza de parar su proceso- que le echó el médico cuando los análisis delataron la presencia de hormonas femeninas en su sangre fue mano de santo. Aun así, su cabeza no descansa. “Este año me pongo pechos en Colombia, que es barato. No puedo esperar a que me toque aquí gratis”.


Si la cifra de menores transexuales es aproximada, la de mayores no lo es menos. Pero el efecto de la Ley de Identidad de Género es evidente. En 2004 se autorizaron dos cambios de sexo registral en España. En 2007 hubo 19. Y de enero a septiembre de 2009, últimos datos disponibles, fueron 39. Uno de los últimos fue Lucas Peralbo. Uno de los primeros de 2010 será David.


Lucas y David tampoco se conocen, pero también son almas gemelas. Ambos tienen 20 años. Ambos viven en Madrid. Ambos nacieron mujeres. Ambos se sienten hombres. Y ambos son pacientes de Becerra. Los dos cuentan historias tan similares que parece que se han puesto de acuerdo. Los dos se empeñaban en orinar de pie desde que recuerdan. Los dos detestaban faldas y muñecas. Los dos creían que eran chicos y jugaban y vivían como tales hasta que, “con 10 o 12 años”, empezaron a brotarles los pechos y -la aborrecida prueba definitiva- les vino la menstruación. A ambos, admiten, se les cayó el mundo encima cuando -reglamentaria exploración en Internet mediante- atisbaron el vía crucis que les esperaba. Los dos, que nunca estuvieron en el armario porque jamás ocultaron “su naturaleza”, cayeron “en el pozo”. Y a los dos, admiten, les sacaron de él sus propias madres. “A hostias”, precisa David, gráfico.


David y Lucas acudieron con ellas al hospital Ramón y Cajal, sede de la UTIG de Madrid, y tuvieron que esperar a los 18 años para iniciar la terapia hormonal. Parches o píldoras de testosterona que, en el caso de David, le han procurado un exuberante vello “a lo X-Men”, y en el de Lucas, la fina perilla que perfila su mandíbula. David, cajero de supermercado e hijo de porteros, lleva 18 meses de terapia. Cuenta los días para poder operarse. El calendario impone. Una mastectomía para librarse de los senos. Una histerectomía para quitarse útero y ovarios y, el peldaño final y más difícil, una faloplastia -creación en su zona genital de un pene realizado con piel y músculo de su brazo- para poder orinar de pie y tener relaciones sexuales completas con ayuda de una prótesis.


Lucas, teleoperador hijo de una limpiadora y un empleado de aeropuerto, podría operarse ya. Lleva más de dos años de terapia hormonal y su cuerpo está preparado. Su mente, no tanto. Se quitó enseguida las mamas -”en un cirujano privado, por 4.500 euros, para dejar de estrujármelas bajo fajas de neopreno”-, pero “lo de abajo” es otra cosa. Le da pavor. Tiene tal asco a sus genitales femeninos que sólo la palabra citología le da arcadas. No quiere oír hablar de ellos. Muchísimo menos tocarlos. Lucas, nacido Laura, dice no haber tenido un orgasmo en su vida. “Nunca me he tocado, me repugna el hecho de pensar en esa parte, ni permito que mis parejas me toquen”.


-¿Y qué sacas de tus relaciones sexuales?

-El placer de satisfacer plenamente a una mujer como el hombre que soy.

-¿Y tú?

-Yo a veces me aburro, para qué nos vamos a engañar. Pero no me quejo. Estoy en el camino. Todo llegará, supongo.


Suena duro. Durísimo. Seguro que lo es. Pero estos chicos no transmiten infelicidad. Al contrario. Rezuman una mezcla de euforia, realismo y esperanza. Ahí está Álex, la artista, y su éxito con los chicos, acreditado por sus amigos. “Cuando llega la hora de la verdad, digo lo mío, y hasta ahora no he sufrido rechazo, la gente es educada. Otra cosa es encontrar pareja”. O Lucas y su narcisismo súbito: “No me canso de mirarme al espejo. Ahora me gusto, por fin me veo como me siento”. O Alejandra y el descaro de sus 15 años: “Aún no lo he hecho del todo. Esperaré a tener mi vagina. Pero rollos, sí, claro. No hace falta decir nada. De noche todos los gatos son pardos”, pontifica, precoz. Están en la edad. Tienen pavo doble, o triple. El cronológico, el que les proporciona el colocón de hormonas, y el subidón que les produce empezar a vivir como sienten.


Tampoco engañan a nadie. Todos llevan su cuota de sufrimiento encima. Casi todos -David, Lucía, Alejandra- prefieren “morir en el quirófano” a vivir en una cárcel, su propio cuerpo, “una vida que no es vida”. Algunos, como Lucas, sienten lo suyo como “una putada de la naturaleza”. Y eso que los chavales que aquí aparecen están hiperseleccionados. Se han reconocido como transexuales. Han pedido ayuda. Están en tratamiento. Tienen apoyo familiar. Y el suficiente coraje para contar su historia al mundo. Los problemas, que los tienen, y muchos, les hacen fuertes. Los informes médicos no valen en la calle ni en el patio del colegio. “Claro que me insultan”, confiesa tierna y procaz Lucía. “Cuando empecé a ir de chica, como estoy buena, había alguna que me gritaba: ?¡Lucía tiene rabooo!?. Pero yo me volvía tranquila y contestaba: ?Cállate, hija de puta?. En esto, si te achantas, te hunden. Y a mí no me hunde nadie. Tengo ovarios, aunque no los tenga”. Y ahí está David, que los tiene y los abomina, capaz de lucir “las barbas de Bin Laden” y una insignia con el nombre de Verónica cobrando a las señoras en el súper.


Tienen el futuro por delante. Se debaten entre la frustrante sensación de tener la “vida aparcada, esperando el cambio”, como Lucas, y la euforia de querer comérselo “todo, todo y todo”, como Álex. En cierto modo, son afortunados. Ésta puede ser la primera generación de transexuales que disfrute, y sufra, la vida lejos de la sordidez y la marginación a la que estuvieron condenados muchos de sus mayores. Cuando Manolita Chen, nacida Antonio Saborido, recorría España con su Teatro Chino, ellos no habían nacido. Ni cuando Bibiana Fernández -entonces Bibi- fascinaba a España con su misterio en los años ochenta. Pero sí han llegado a tiempo para beneficiarse de la lucha de activistas como Carla Antonelli. La actriz canaria, espléndida en la cincuentena, no disimula su orgullo cuando se le comunica que su página -carlaantonelli.com- es citada por casi todos estos chavales como el faro que les iluminó en la búsqueda de su identidad en Internet. Crecieron en el momento justo para ver en la tele a Amor, o Nicky, concursantes transexuales de Gran Hermano. Referentes polémicos, pero referentes. Espejos -aunque sean deformados- en los que mirarse.


Es muy posible que Lucas, Álex, Alejandra, David y Lucía tengan problemas en el trabajo, en el amor, en la vida. Pero es probable que no estén condenados al ostracismo o la prostitución, que era el horizonte de muchos hombres y mujeres transexuales de no hace tanto. Consciente de su suerte histórica, Lucía expresa gráficamente su falta de vocación para el activismo: “Les estoy muy agradecida, pero no quiero ir a ninguna asociación ni nada de eso. Me deprime. Yo no soy un travelo. Soy una chica que va por la calle, como tú”.


Sigue la cháchara en Benimaclet. En medio del guirigay suena el timbre. Es la anciana dueña de la casa, que viene a conocer a la inquilina. “Perdone el desorden”, se disculpa Álex, y le entrega una fotocopia del DNI para el contrato. “Ay, xiqueta, qué gusto ver tanta juventud. Veinte años, quién los pillara, filla meua”, repone la casera. Ni ha mirado el carné. Nadie diría que la o de Alejandro ha mutado en a. Para algo la titular es la reina del Photoshop. “En un año tendré mi carné con mi nombre y mi sexo real”, dice Álex. “Hasta entonces, mejor una mentirijilla piadosa a que le dé un telele a la abuelica”.


FUENTE : CARLA ANTONELLI

lunes, 25 de enero de 2010

Me quedo con el ejemplo de Amanda.

Por Carolina (?)

No seré yo, quien deje de reconocer el sacrificio y la injusticia por las que personas transexuales tuvieron que soportar en este y otros tantos paises por su condición de género; su valentía, su tesón y eliminación inmediata de cualquier derecho, incluso humano por ser una mujer u hombre transexual. Solo puedo sentir agradecimiento y cariño hacia ellos y ellas. Y este reconocimiento es incondicional.

Como defensora que soy del derecho a la libertad de expresión, aunque no me guste lo que escuche o lea; Manuela tiene todo el derecho a escribir su opinión respecto al tema del asunto.

No estoy en absoluto, y en nada de acuerdo con ella. Pienso que, ojalá tuvieramos muchas Amandas que poder poner como ejemplo a esta sociedad hipócrita, de lo que somos, valemos y aspiramos las mujeres y hombres transgéneros y transexuales.

A diferencia de Manuela, yo no baso la transexualidad de una persona ni en el tiempo histórico, ni en la edad de la misma. Ni si quiera en el sufrimiento que la sociedad la haya hecho pagar mediante abusos, violaciones o negaciones de derechos fundamentales. La baso fundamentalmente en un sentimiento de identidad y en su compromiso ejemplar para que en el futuro no ocurran más veces, las cosas que Manuela nos cuenta acerca de ese pasado horrible que tuvieron que pasar aquellas que iniciaron su proceso transexualizador en tiempos muchisimos más duros que estos. Y Amanda Simpson es un ejemplo de ello y su trabajo para NTCE en su equipo directivo ha sido francamente fructífero para que en muchos estados de la Unión, las personas transexuales tengan reconocidos sus derechos fundamentales.

Mezclar el odio a la monarquía, al capitalismo, al bipartidismo existente, a la industria armamentística, etc. con el ejemplo que Amanda nos da a las personas transgéneros y transexuales (y al resto de la sociedad) para demostrar que hoy en día, quien vale en la vida, aquel o aquella que tiene un currículo tan espectacular como el que ella puede poner encima de la mesa; lo haya podido hacer antes o despues de su transición (a mi al contrario de Manuela eso me da igual); puede llegar a puestos de importancia impensables hace tan solo unos pocos años para una persona transexual y exponerlo y exponerse como ejemplo, para avanzar en los derechos de la personas trans, precisamente para evitar que se las vuelva a mandar a las tinieblas de la marginalidad; me parece una terrible equivocación.

Yo, mujer transgénero que hizo a edad muy adulta su transición; que estoy absolutamente integrada tanto en la sociedad que me circunda; así como en mi puesto de trabajo, donde no he recibido ningún tipo de discriminación por parte de nadie; sino más bien todo lo contrario. Que en definitiva vivo bastante feliz acompañada por mi mujer, no en un gheto, sino en una sociedad (bastante hipócrita a veces, eso si); y que por supuesto no represento a nadie más que a mi misma con mis actos diarios. Estoy con Amanda.

Yo no se; porque no soy quien para opinar si Manuela tiene envidia de la nueva consejera de la Administración Obama, eso será ella quien lo sabrá. Pero aunque solo sea por su currículo profesional y por su entrega en la lucha de los derechos para las personas trans en EEUU, por su ejemplo, lo único que puedo decir es que ¡YO SI!.

domingo, 24 de enero de 2010

Las más deseadas del 2010


Emmanuel Chiriqui


Marisa Miller


Kate Beckinsale

Alessanadra Ambrosio


Beyoncé


Jessica Alba


Penélope Cruz


Cheryl Cole


Eva Mendes


Miranda Kerr


Megan Fox


Gisele Bundchen


Bar Refaeli


Erin Andrews


Padma Lakshmi


Kelly Brook


Natalie Portman


January Jones


Monica Bellucci


Paz Vega

Wendy, una transexual frente al espejo


Por Dalia Acosta

LA HABANA, 22 ene (IPS) - Fue como si hubiera cerrado los ojos sólo un
instante. Cuando hace más de un año Wendy Iriepa despertó de una
cirugía, quiso levantarse como si nada hubiera sucedido, pero una
enfermera la empujó suavemente de vuelta a la cama. "¿Ya?", preguntó
ella, y la enfermera le respondió: "sí".

"Quise mirarme y logré palpar lo que soy. La cosa aquella, con lo que
había tenido que vivir 33 años de mi vida había pasado", cuenta a IPS
Iriepa, una de las transexuales cubanas beneficiadas con el
procedimiento de reasignación sexual, aprobado por el Ministerio de
Salud Pública en 2008.

"Cuando finalmente me quitaron las gasas, pude ir al baño y verme
reflejada en un espejo grande, inmenso, fue el momento más feliz de mi
vida. Los 16 días que estuve ingresada para mi no fueron un martirio, ni
un encarcelamiento, sino una liberación espiritual y de alma", afirma.

La historia no puede contarse sin volver a llorar. Pero desde el día de
la operación las lágrimas de esta mujer suelen ser felices. En el fondo
sigue siendo la misma, trabajadora y rebelde, pero al mismo tiempo ha
cambiado y no sólo físicamente. La impotencia y todo lo que ella genera
se fueron con aquel peso que la empujaba "siempre hacia abajo".

La imagen la acompañaba todos los días de su vida. Ir al baño y ver que
"para arriba eres de una forma y por abajo de otra". Levantarse en las
mañanas y recoger los genitales en una malla que marca y araña la piel.
Tratar de mirar "eso" como si fueran tus brazos y echarles crema. Cuidar
esa piel porque quieras o no "es parte de ti".

"No sufrí dolores con la operación y, si sufrí algún dolor, no fue nada
comparado con lo que viví antes en la sociedad. Y se lo dije al
cirujano. Para mí fue como si mis genitales de mujer siempre hubieran
estado ahí y lo que había tenido hasta entonces hubiera sido sólo una
máscara, algo que no dejaba ver la realidad que ya existía", dijo.

LOS MUNDOS DE WENDY

Primer y único varón de una familia de trabajadores, no tardó mucho en
descubrir que no era lo que su padre pretendía que fuera. A los tres
años ya jugaba a las muñecas y, al comenzar la escuela, rompía los
pantalones del uniforme para hacerse sayitas (faldas) y se amarraba
toallas en la cabeza para imitar el pelo largo.

A los 10 años tuvo su primera relación con un profesor, una de las pocas
personas que le dio cariño en una época de críticas y censuras de su
familia y de los compañeros de la escuela primaria. Un día la directora
del centro escolar la llamó y le dijo: "o abandonas la escuela o le
cuento a tus padres".

"Fue entonces que empecé a frecuentar la casa de mi prima. Ella me
prestaba sus vestidos y sus trusas para ir a la playa; yo escondía los
genitales y llevaba la vida de una muchacha. Los problemas con mi papá
siguieron hasta que a los 12 años me fui de la casa. Cuando volví dos
años después, ya tenía mamas", cuenta.

Le había oído decir a su hermana que una pastilla anticonceptiva le
aumentaba los senos y, sin consultar con nadie, empezó a tomar dos
pastillas diarias. Para ella fue como una religión y uno de los grandes
giros de su vida: "empecé a vestir de mujer, mi papá me decía 'pareces
un payaso' y yo me miraba en el espejo y no me veía así".

"Me costó trabajo dominar aquel cambio en el barrio, me gritaban y se
burlaban de mí, pero cuando salía de mi zona, los hombres me veían como
una mujer, como la persona que yo había concebido y por la que había
luchado toda la vida. Cuando vi que me piropeaban, desde un médico hasta
un policía, supe que aquella era mi vida".

Tenía 17 años cuando, en 1988, se enteró de la primera operación de
cambio de sexo que se había hecho en Cuba, fue a ver al médico que la
había realizado y él la mandó a ver a Mayra Rodríguez y Ofelia Bravo,
sicólogas del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex). Dos años
después, era confirmada como transexual.

"Mayra, quien para mí ha sido como mi verdadera madre, le hizo entender
a mi papá que, realmente, no es que yo eligiera ser así sino que existía
una incongruencia entre mi sexo psicológico y mi sexo biológico, que no
se trataba, como él decía, de ir en su contra o de acabar con la
dignidad de los hombres de su familia", recuerda.

El Cenesex le abrió las puertas para empezar un tratamiento hormonal
feminizante que corrigiera algunos rasgos físicos sin necesidad de hacer
cirugías y se encargó de las gestiones para que, el 7 de julio de 1997,
cambiara en el carné de identidad el nombre que le dieron sus padres por
el que ella había elegido: Wendy. Pero no todo fue tan fácil. Era como
si su vida en el Cenesex fuera por un lado y el mundo por otro. Se
enamoró y se desilusionó una y otra vez. Fue maltratada sistemáticamente
por una pareja y, como tantas otras personas como ella, sintió que la
prostitución "era la única forma que esta sociedad me había dado para
sobrevivir".

Llegó a estar tan mal que optó por trancarse en su casa y no salir.
"Pero pasó el tiempo, seguía sin trabajo y llevando una vida muy
promiscua, hasta que un día me fui a ver a Mayra llorando y le dije: yo
necesito que tú me ayudes, yo necesito trabajar. Y empecé allí mismo, en
el área de servicios del Cenesex".

Cinco años después es una trabajadora de confianza, lleva un archivo de
expedientes de personas que llegan a la institución en busca de ayuda,
terminó el sexto grado, piensa terminar el preuniversitario, pasar un
curso de secretaria y, quien sabe, si logre realizar su sueño de
ingresar en la universidad y graduarse de psicóloga.

PERSONAS DE ESTOS TIEMPOS

Para ella uno de los cursos más importantes recibidos en el Cenesex fue
sobre sus derechos como ciudadana: "resulta que tenemos el derecho de
vestirnos como queramos, pero la policía podía parar a un travesti y
ponerle una multa por andar con ropa de mujer. Ahora ya sabemos,
conocemos las leyes y podemos darnos a respetar".

A su juicio, la institución cubana que promueve una política a favor de
la libre orientación sexual y de género y las campañas contra la
homofobia y la transfobia lideradas por la directora del Cenesex, la
sexóloga Mariela Castro, le ha dado a su grupo las herramientas
necesarias "para lograr un mayor respeto social".

El grupo de travestis, transexuales y transgéneros vinculados a la
institución no sólo han recibido cursos de imagen, comunicación y
educación popular, muchas tienen su carné que las identifica como
promotoras de salud y participan en la elaboración de los programas del
centro sobre diversidad sexual.

Algunas de ellas, las más activas y preparadas, suelen participar con
los especialistas de la institución en actividades de sensibilización en
diferentes sectores, en paneles sobre diversidad sexual durante
determinadas muestras de cine, en congresos y encuentros internacionales
sobre sexualidad o sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida).

"Estamos abiertas a todo el que quiera conocernos y ver que no somos
monstruos; que no hemos roto las normas sociales porque hemos querido
sino porque somos así y debemos ser respetadas; que merecemos un lugar y
que se nos mire no como bichos raros, sino como personas de esta
sociedad, personas de estos tiempos", afirma.

Y, a pesar de todo, de que sabe que aún falta mucho por hacer para que
la sociedad las acepte como son, basta mirarla a los ojos o verla
caminar por las calles de su Habana para descubrir a una mujer libre y
feliz. Porque para ella "esa es la felicidad, momentos que tú vas
apilonando, ahí, dentro de ti, que te hacen la vida de una u otra
manera". (FIN/2010)

viernes, 22 de enero de 2010

Abren en Colombia una escuela para transformistas: Todo un Arte!!


Linda Lucia Callejas es el nombre de una escuela poco tradicional, es el de una escuela de travestis y transformistas con sede en Bogotá, Colombia.

Una escuela con muchos años de tradición en la que hombres que transitan a la feminidad de forma permanente o que simplemente lo hacen con ocasión de una reunión social, un reinado o un espectáculo en un lugar de alterne gay o un espacio comercial que ha descubierto en ellas un gancho publicitario.

En La escuela de Reinas Linda Lucia Callejas se forma a hombres en las técnicas de maquillaje, glamor, pasarela, uso de prendas y accesorios e incluso a responder a una entrevista en un medio masivo de comunicación.

En la escuela son maestras las más afamadas trans colombianas, desde aquellas que iniciaron la actividad artística en el país hasta aquellas que han logrado el éxito rápidamente. Las estudiantes son tanto homosexuales como heterosexuales, incluso algunas veces los chicos asisten a clase con sus esposas, cuando estas han aceptado su travestismo.

Dice Charlotte Schneider Callejas que en la escuela además están interesadas en la realización de producciones en las que se evidencien los talentos trans. El TransProyecto es una estrategia cultural de TransColombia, Mapa Teatro y Producciones Miau que busca posicionar las producciones de videos, documentales, fotografía, pintura, teatro, danza, literatura, performances, instalaciones y materiales gráficos y de comunicación como medios para la garantía, ejercicio, reconocimiento o exigibilidad de los derechos de las personas trans, así como la visibilización de la cultura trans como un espacio político, desde una perspectiva de género, orientaciones sexuales e identidades de géneros.

Channel Callejas (en la foto), quien presenta el video, es una líder transgénero que habita en Bogotá y que se considera “bendecida” por su condición. Fue la protagonista de un programa de la televisión oficial colombiana denominado “Acceso Directo” en el que cuenta su caso y el de otras que han logrado abrirse un espacio en la sociedad. Channel Callejas es un hombre homosexual, profesional de la comunicación social y periodista en diferentes medios de comunicación nacionales colombianos.




Aroma de Mujer !!






Bellas en Vestido: hermosa morena






Bellas en pantalón: hermosa Lady Boy