domingo, 17 de enero de 2010

Transexuales, el sueño de una vida normal


SiIfis, la mítica mujer con alma de hombre de La Metamorfosis de Ovidio halló respuesta a su aflicción («¿Qué salida me espera?») en la clemencia de los dioses, la menor transexual de Barcelona que estos días copa titulares (eso sí, amparada en un oportuno anonimato) ha encontrado cobijo en su familia y en los médicos y psicólogos, convencidos de que a su edad, dieciséis años, es lo suficientemente madura para rectificar una equivocación de la naturaleza.

Último capítulo, el quirófano, tras el pertinente proceso previo de asesoramiento y tratamiento hormonal. Ahora es una joven transexual (o mejor, una joven a secas), reflejo de una realidad que ha acompañado a la humanidad en todas las épocas y culturas y que en la España «avanzada» del matrimonio gay aún tiene que sacudirse muchísimos tópicos y prejuicios. Exclusión, recelos, chanzas, incomprensión.

Los transexuales, dice la barcelonesa Gina Serra, tienen que superar aún más obstáculos que los homosexuales conformes con su «envase» corporal porque «para nosotros no existe la opción del armario». El cambio físico los coloca en una vitrina, a la vista de todos.

La presión ambiental

Gina, que nació en la década de los cincuenta, no sólo no gozó del respaldo familiar del que ha disfrutado la adolescente operada en Barcelona, sino que durante buena parte de su vida ha padecido la alienación impuesta por la presión ambiental: «Esto arranca en la más tierna infancia, siempre me he sentido mujer. Pero mi padre me rectificaba constantemente cuando me comportaba como tal. Una vez una cría me pegó y me llevé una bronca monumental por haberme dejado zurrar por una niña...». Sin información y sin apoyo se emboscó tras el disfraz de una vida convencional: «Buscaba los trabajos más masculinos, me casé como hombre y tuve un hijo. A los tres años, me separé. Trabajaba doce y hasta catorce horas al día para huir de mi sufrimiento por llevar una vida contraria a mi verdadera naturaleza».

Por eso ve bien el paso que se ha dado en el caso del joven operado, aun tratándose de un menor «porque con esa edad la transexualidad se tiene absolutamente clara. Además, a los catorce o quince años empieza a salir la barba, la transformación física es enorme y eso resulta traumático. Para mí lo fue. De modo que cuando llegué a los veinte años había perdido el interés por todo, me veía sin proyección. Como hombre y como mujer».

No fue hasta la treintena cuando empezó a replantearse seriamente su futuro y sólo después de cumplidos los cuarenta se decidió a dar el paso de comenzar a hormonarse como paso previo del cambio de sexo: «Me operé en Tailandia, y nunca me he arrepentido». Empleada en una residencia de ancianos, Gina adquirió notoriedad hace un par de años cuando fue expulsada del trabajo y llevó su caso a los tribunales porque tuvo muy claro que la habían echado por su condición de transexual.

La Justicia le dio la razón y fue readmitida. Hoy forma parte del comité de empresa: «Por fin me siento en paz, disfrutando como nunca de mi trabajo y de mi pareja, una mujer lesbiana».

«Nunca es capricho»
Mar Cambrollé, coordinadora del Área Transexual de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (Felgtb), tiene claro que con el adolescente catalán se ha seguido el camino adecuado tanto por su propia experiencia (ella misma es «trans») como por los muchos testimonios que conoce de primera mano de personas en la misma situación. «La transexualidad nunca es un capricho —asegura—. Es algo innato, en eso coincido con la voz de los médicos. Desde la más temprana edad. Conozco personas que lloraron amargamente por el traje que tuvieron que llevar en su Primera Comunión. Simplemente, hemos nacido con una genitalidad que no nos corresponde».

En cuanto a la casuística, Cambrollé indica que «según los estudios más serios, una de cada 11.900 personas es transexual de chico a chica, y una de cada 30.000 de chica a chico». Esa pauta, añade, se puede considerar de validez universal, por lo que, aplicada a la población española, arrojaría que existen en nuestro país cerca de cuatro mil transexuales «de hombre a mujer» y unos mil quinientos que han seguido el recorrido inverso. Son ciudadanos que, según denuncia, «aún están esperando en buena medida el reconocimiento de una sociedad justa y democrática».

Ve desenfoques, por ejemplo, en el tratamiento que los medios de comunicación dan a la transexualidad. Primero, aduce, «porque la vinculan habitualmente a la prostitución, cuando también hay transexuales con carrera universitaria, profesores, abogados... Esto es terrible, pues se trata de un colectivo especialmente afectado por la exclusión social y laboral. El 70 por ciento de las transexuales que ha pasado de hombre a mujer está en paro. Y los hombres transexuales consiguen empleos de baja calidad».

Otro lastre es el del lenguaje: «Por ejemplo, se están refiriendo a la chica que es noticia estos días como “el transexual”, remitiéndose a su sexo de origen, cuando lo adecuado es mencionarla como mujer».

Considera no sólo pertinente, sino incluso positivo, que se haya operado siendo aún menor: «No olvidemos que vivimos en la sociedad de la imagen, y para un transexual la adolescencia es un calvario, por esos malditos caracteres sexuales secundarios... Y es más sencillo modificar un cuerpo aún por desarrollar».

Para refrendar estas consideraciones, se remite a su propio caso y a otros que conoce: «Yo tengo ahora 42 años y me operé a los 27. Vengo de una época en la que los transexuales, por falta de información y de ayuda nos autohormonábamos y nos jugábamos la salud. Sé de compañeras que se han cargado el hígado o se han provocado una trombosis».

Como momento alentador evoca su cambio de nombre en el Registro y en el DNI, gracias a la Ley de Identidad de Género aprobada en 2007: «Pasé tantas veces vergüenza porque la documentación no me hacía justicia. ¡Odiaba que en una institución pública o un centro sanitario me llamaran José Antonio!».

Mucho más que una operación

Ahora queda pendiente de solución que el abordaje de la transexualidad sea igual en todas las autonomías, lo que, hoy por hoy, no sucede. Cambrollé apunta que «hay cobertura pública de la atención sanitaria integral al proceso en Madrid, Andalucía, Asturias, País Vasco, Canarias... Pero muchas comunidades aún no lo cubren». Porque dentro de los tópicos que deforman la realidad de los transexuales está el de reducir sus vivencias y circunstancias al antes y el después de una operación.

La psicóloga Ana Gómez, del Programa de información y atención a homosexuales y transexuales de la Comunidad de Madrid, explica que las simplificaciones no ayudan: «Ya no se tiende a “patologizar” estas situaciones. Antes se intentaba esconderlas y modificarlas y ahora se acompaña a esas personas en su maduración, se les ayuda a gestionar el prejuicio o rechazo social... Es un proceso largo que empieza con el tratamiento médico y psicológico y culmina cuando se logra ajustar el cuerpo a la mente».

A la legendaria Ifis ese alivio se lo proporcionaron los dioses; a los transexuales de 2010, mucho más que el bisturí, verse reconocidos sin etiquetas.



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