"Lo tuve muy claro en la primera comunión: no quería vestirme de marinero. Eso me impactó y me hizo reflexionar", recuerda Cynthia. Pero lo peor llegó durante la adolescencia, época en que los cambios corporales se precipitan. La distancia entre anatomía y mente se volvió un abismo y Cynthia mutó a un ser irascible, huidizo, incapaz de mirarse desnuda ante el espejo sin que le asomase el vómito a la boca. Una situación insoportable que estalló una noche de diciembre del 2008, cuando decidió contárselo todo a Elvira, su madre.
"Me duele no poder impedir que abandone este ambiente hostil", lamenta su madre
"Soy como Amor"
Cynthia se acuerda milímetro a milímetro de aquel día. "Estábamos viendo Gran Hermano en la televisión y apareció Amor, una concursante transexual. Entonces, me giré hacia mi madre y le dije que era como Amor, que me sentía una chica". Elvira quedó paralizada por la estupe-facción. "¿Es una broma?", le interrogó. El gesto grave de Cynthia, de un lado a otro, fue suficiente.
"Nunca noté nada. Estaba acostumbrada a lo que otros veían raro, como que no orinase de pie o que jugase a escondidas con muñecas", relata Elvira, que inmediatamente acudió a un psicólogo en busca de información "porque estaba muy nerviosa". También fue ella quien se lo contó a su marido. "Es más cerrado y le chocó bastante, pero lo aceptó enseguida". Cynthia tuvo que desarmar toda la coraza que había construido para defenderse ante un rechazo familiar que le aterraba "y que afortunadamente no se produjo". Hasta su abuela le regaló una falda y las extensiones nada más enterarse.
Cynthia afirma que no será una mujer completa hasta que no reestructure su sexo
La comprensión de su familia le dio coraje para abrirse al exterior, pero la experiencia no fue tan benigna. En enero de 2009, enterró públicamente su identidad masculina: publicó en Internet una imagen con su antiguo nombre (que no quiere ni mencionar) tachado en rojo y acompañado de fotos antiguas hechas pedazos. "En un día, la página explotó de tantas visitas", recuerda Cynthia. De hecho, el revuelo en Oliva, una localidad agrícola de 25.000 habitantes a 70 kilómetros al sur de Valencia, fue notable. "Buena parte de mis amigos de la infancia me dieron la espalda. Sabía que pasaría. Sólo ha quedado Alba, una compañera de clase, y el grupo de la Asociación de Gays y Lesbianas de Gandia, donde voy casi a diario".
Pero a Cynthia no le amedrentó el rechazo. Una noche de abril, se metió en el cuarto de baño, se dibujó de rojo los labios y se empapó de rímel las pestañas. Acto seguido, se embutió en unos pantalones apretados, se abotonó una blusa amarilla y salió a la calle por primera vez vestida de mujer. Caminó entonces sorteando miradas atónitas hasta el pub Oasis, donde suele acudir su viejo grupo de amigos. "Fue un golpe. Me dijeron de todo. Insultos... Ya me daba igual lo que pensaran", rememora con un gesto de desdén.
Sin embargo, a Elvira le cuesta más digerir el repudio de la gente. "¿Cómo es posible que niños que han ido con ella desde los tres años ahora le giren la cara? Es la misma persona, no es un bicho raro...", explica. Algo que tampoco soporta es salir con Cynthia a la calle y que la miren de arriba a abajo con aire burlón. "A veces tengo miedo. Ya le han dañado la moto en dos ocasiones. Me preocupa que la puedan agredir". Pero al mismo tiempo anima constantemente a su hija a salir de casa. "No tiene por qué esconderse. ¡Que la miren! Ella es un ser normal, bondadoso. Los que no son normales son los otros, que son crueles y hacen daño". Una contradicción que lesiona su equilibrio emocional: "A veces me hundo y no dejo de llorar. Es mi hija, ¿no?"
El rechazo familiar no se produjo: hasta su abuela le regaló una falda y las extensiones
"Sueño con el bisturí"
Cynthia afirma que no será una mujer completa hasta que no se someta a una operación de reestructuración de sexo. Es decir, hasta que no le extirpen los testículos y el pene, y construyan en su lugar una vagina. Su mayor referente es el de la menor que hace una semana fue operada en el Clínic de Barcelona por el prestigioso cirujano Iván Mañero. Una intervención histórica, ya que se trató de la primera que se practica a un menor en España. "Sueño con el bisturí y con las manos del doctor Mañero", reconoce Cynthia, quien maneja información de primera mano porque en Oliva vive una transexual que fue operada por este profesional.
Las posibilidades de Cynthia de entrar en un quirófano son escasas. Al menos, de momento. Sólo Andalucía, Madrid y Catalunya contemplan de manera pública este tipo de operaciones a través de unidades especializadas "cada vez más saturadas", según denuncia Mar Cambrollé, presidenta de la Asociación Española de Transexuales en Andalucía. De hecho, la demanda ha crecido en los últimos años y las listas de espera se dilatan hasta los tres años.
El itinerario para someterse a una operación de reestructuración genital se inicia en la consulta de psicólogo, que redacta un informe favorable para que un endocrino pueda iniciar el tratamiento hormonal, que puede durar un año y medio. Después, llega la lista de espera para entrar al quirófano. Paralelamente, muchos transexuales suelen someterse a intervenciones para feminizar o masculinizar, según el caso, la voz y el aspecto. La mayoría no los cubre la Seguridad Social. Esto, unido a la demora de la sanidad pública, ha hecho florecer un amplio sector de clínicas privadas.
El coste de estos tratamientos es muy elevado. Entrar al quirófano supone unos 15.000 euros y depilarse con láser, unos 6.000. "Inalcanzable para una familia como la nuestra. Limpio casas y mi marido recoge naranjas. Ganamos el dinero justo para tapar deudas", reconoce Elvira. A continuación, añade con los ojos nublados: "Me duele muchísimo no poder ayudarla a que sea una mujer completa e impedir que abandone este ambiente hostil que la rodea".
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