Por Dalia Acosta
LA HABANA, 22 ene (IPS) - Fue como si hubiera cerrado los ojos sólo un
instante. Cuando hace más de un año Wendy Iriepa despertó de una
cirugía, quiso levantarse como si nada hubiera sucedido, pero una
enfermera la empujó suavemente de vuelta a la cama. "¿Ya?", preguntó
ella, y la enfermera le respondió: "sí".
"Quise mirarme y logré palpar lo que soy. La cosa aquella, con lo que
había tenido que vivir 33 años de mi vida había pasado", cuenta a IPS
Iriepa, una de las transexuales cubanas beneficiadas con el
procedimiento de reasignación sexual, aprobado por el Ministerio de
Salud Pública en 2008.
"Cuando finalmente me quitaron las gasas, pude ir al baño y verme
reflejada en un espejo grande, inmenso, fue el momento más feliz de mi
vida. Los 16 días que estuve ingresada para mi no fueron un martirio, ni
un encarcelamiento, sino una liberación espiritual y de alma", afirma.
La historia no puede contarse sin volver a llorar. Pero desde el día de
la operación las lágrimas de esta mujer suelen ser felices. En el fondo
sigue siendo la misma, trabajadora y rebelde, pero al mismo tiempo ha
cambiado y no sólo físicamente. La impotencia y todo lo que ella genera
se fueron con aquel peso que la empujaba "siempre hacia abajo".
La imagen la acompañaba todos los días de su vida. Ir al baño y ver que
"para arriba eres de una forma y por abajo de otra". Levantarse en las
mañanas y recoger los genitales en una malla que marca y araña la piel.
Tratar de mirar "eso" como si fueran tus brazos y echarles crema. Cuidar
esa piel porque quieras o no "es parte de ti".
"No sufrí dolores con la operación y, si sufrí algún dolor, no fue nada
comparado con lo que viví antes en la sociedad. Y se lo dije al
cirujano. Para mí fue como si mis genitales de mujer siempre hubieran
estado ahí y lo que había tenido hasta entonces hubiera sido sólo una
máscara, algo que no dejaba ver la realidad que ya existía", dijo.
LOS MUNDOS DE WENDY
Primer y único varón de una familia de trabajadores, no tardó mucho en
descubrir que no era lo que su padre pretendía que fuera. A los tres
años ya jugaba a las muñecas y, al comenzar la escuela, rompía los
pantalones del uniforme para hacerse sayitas (faldas) y se amarraba
toallas en la cabeza para imitar el pelo largo.
A los 10 años tuvo su primera relación con un profesor, una de las pocas
personas que le dio cariño en una época de críticas y censuras de su
familia y de los compañeros de la escuela primaria. Un día la directora
del centro escolar la llamó y le dijo: "o abandonas la escuela o le
cuento a tus padres".
"Fue entonces que empecé a frecuentar la casa de mi prima. Ella me
prestaba sus vestidos y sus trusas para ir a la playa; yo escondía los
genitales y llevaba la vida de una muchacha. Los problemas con mi papá
siguieron hasta que a los 12 años me fui de la casa. Cuando volví dos
años después, ya tenía mamas", cuenta.
Le había oído decir a su hermana que una pastilla anticonceptiva le
aumentaba los senos y, sin consultar con nadie, empezó a tomar dos
pastillas diarias. Para ella fue como una religión y uno de los grandes
giros de su vida: "empecé a vestir de mujer, mi papá me decía 'pareces
un payaso' y yo me miraba en el espejo y no me veía así".
"Me costó trabajo dominar aquel cambio en el barrio, me gritaban y se
burlaban de mí, pero cuando salía de mi zona, los hombres me veían como
una mujer, como la persona que yo había concebido y por la que había
luchado toda la vida. Cuando vi que me piropeaban, desde un médico hasta
un policía, supe que aquella era mi vida".
Tenía 17 años cuando, en 1988, se enteró de la primera operación de
cambio de sexo que se había hecho en Cuba, fue a ver al médico que la
había realizado y él la mandó a ver a Mayra Rodríguez y Ofelia Bravo,
sicólogas del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex). Dos años
después, era confirmada como transexual.
"Mayra, quien para mí ha sido como mi verdadera madre, le hizo entender
a mi papá que, realmente, no es que yo eligiera ser así sino que existía
una incongruencia entre mi sexo psicológico y mi sexo biológico, que no
se trataba, como él decía, de ir en su contra o de acabar con la
dignidad de los hombres de su familia", recuerda.
El Cenesex le abrió las puertas para empezar un tratamiento hormonal
feminizante que corrigiera algunos rasgos físicos sin necesidad de hacer
cirugías y se encargó de las gestiones para que, el 7 de julio de 1997,
cambiara en el carné de identidad el nombre que le dieron sus padres por
el que ella había elegido: Wendy. Pero no todo fue tan fácil. Era como
si su vida en el Cenesex fuera por un lado y el mundo por otro. Se
enamoró y se desilusionó una y otra vez. Fue maltratada sistemáticamente
por una pareja y, como tantas otras personas como ella, sintió que la
prostitución "era la única forma que esta sociedad me había dado para
sobrevivir".
Llegó a estar tan mal que optó por trancarse en su casa y no salir.
"Pero pasó el tiempo, seguía sin trabajo y llevando una vida muy
promiscua, hasta que un día me fui a ver a Mayra llorando y le dije: yo
necesito que tú me ayudes, yo necesito trabajar. Y empecé allí mismo, en
el área de servicios del Cenesex".
Cinco años después es una trabajadora de confianza, lleva un archivo de
expedientes de personas que llegan a la institución en busca de ayuda,
terminó el sexto grado, piensa terminar el preuniversitario, pasar un
curso de secretaria y, quien sabe, si logre realizar su sueño de
ingresar en la universidad y graduarse de psicóloga.
PERSONAS DE ESTOS TIEMPOS
Para ella uno de los cursos más importantes recibidos en el Cenesex fue
sobre sus derechos como ciudadana: "resulta que tenemos el derecho de
vestirnos como queramos, pero la policía podía parar a un travesti y
ponerle una multa por andar con ropa de mujer. Ahora ya sabemos,
conocemos las leyes y podemos darnos a respetar".
A su juicio, la institución cubana que promueve una política a favor de
la libre orientación sexual y de género y las campañas contra la
homofobia y la transfobia lideradas por la directora del Cenesex, la
sexóloga Mariela Castro, le ha dado a su grupo las herramientas
necesarias "para lograr un mayor respeto social".
El grupo de travestis, transexuales y transgéneros vinculados a la
institución no sólo han recibido cursos de imagen, comunicación y
educación popular, muchas tienen su carné que las identifica como
promotoras de salud y participan en la elaboración de los programas del
centro sobre diversidad sexual.
Algunas de ellas, las más activas y preparadas, suelen participar con
los especialistas de la institución en actividades de sensibilización en
diferentes sectores, en paneles sobre diversidad sexual durante
determinadas muestras de cine, en congresos y encuentros internacionales
sobre sexualidad o sida (síndrome de inmunodeficiencia adquirida).
"Estamos abiertas a todo el que quiera conocernos y ver que no somos
monstruos; que no hemos roto las normas sociales porque hemos querido
sino porque somos así y debemos ser respetadas; que merecemos un lugar y
que se nos mire no como bichos raros, sino como personas de esta
sociedad, personas de estos tiempos", afirma.
Y, a pesar de todo, de que sabe que aún falta mucho por hacer para que
la sociedad las acepte como son, basta mirarla a los ojos o verla
caminar por las calles de su Habana para descubrir a una mujer libre y
feliz. Porque para ella "esa es la felicidad, momentos que tú vas
apilonando, ahí, dentro de ti, que te hacen la vida de una u otra
manera". (FIN/2010)
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