sábado, 26 de mayo de 2012

La transexualidad no es enfermedad, la intolerancia sí


El 56% de las personas transexuales afirman haber tenido algún tipo de conflicto en el trabajo al hacer pública su situación. Además solo trabaja un 39,9% de las 153 personas encuestadas en un estudio realizado en 2011 por la Universidad de Málaga que analiza situación de la transexualidad en España.

Datos que muestran una situación de invisibilidad y desigualdad del colectivo transexual tanto a nivel social como laboral.

Aunque se avanza tímidamente en derechos legales sobre la identidad sexual de las personas, en la práctica permanecen los prejuicios provocados por una sociedad que se basa en un concepto de sexo-género dualista (hombre y mujer) y que en ocasiones discrimina y patologiza otras opciones.

La sociedad occidental establece una relación dicotómica entre sexo e identidad de género. Una concepción lineal que implica que debe haber correspondencia entre el sexo y el género, y que exige en función de ello pautas de masculinidad y feminidad según cuenta Laurentino Vélez Pellegrini, sociólogo y escritor del libro Minorías Sexuales.

Esta identidad de género se construye culturalmente atribuyendo determinadas características (formas de ser y actuar) a las personas en función de su sexo biológico. Nuria Gregori, enfermera y antropóloga social y cultural, afirma que desde este punto de vista, la identidad de género o la vivencia íntima de sentirse mujer u hombre, no tiene una raíz biológica, sino que se configura en contacto con el entorno cultural. “En la cultura occidental, este mecanismo solo permite ser mujeres o hombres, es decir que tu sexo biológico corresponda con tu género”, añade.

Sin embargo la realidad ha demostrado que ese dualismo sexo-género no es igual para todos los individuos. Por un lado, las personas transexuales nacen de un sexo biológico pero su identidad de género se corresponde con el sexo opuesto. Por otro, las transgénero pueden no sentirse ni hombre ni mujer o sentirse ambas opciones.

Francisco Javier Rubio Arribas sociólogo, afirma que la identidad de género es una construcción social y cultural, que es vivenciada como necesaria para el bienestar psicológico y social de todas las personas y por ende, de las personas transexuales y transgénero. Pero la sociedad tiende a clasificar en compartimentos inamovibles a los individuos y a asignarles roles muy reducidos.

Los roles de género basados en sistemas duales se establecieron sobre todo con el triunfo de la sociedad burguesa y la división social del trabajo, así como con los sistemas jurídicos contemporáneos. “Especialmente con la concepción propiamente burguesa y liberal de la separación de lo público (ámbito de lo masculino) y de lo privado (ámbito femenino)”, afirma el sociólogo Vélez-Pellegrini. A partir de ese momento, el binarismo de género se traslada a todos los ámbitos de la vida colectiva.

Lo que hoy se conoce como transexualidad ha existido siempre, pero a raíz de esa visión estrictamente dualista de sexo-género y orientación sexual de la sociedad moderna, comienza a excluirse y considerarse algo fuera de la norma. He ahí la razón por la cual a partir del siglo XIX la comunidad científica tiende a patologizar a las personas transexuales y transgénero.

Es decir, psiquiatras y médicos catalogan la transexualidad como una enfermedad mental “dejándose guiar por prejuicios culturales y sociales, derivados de una vida colectiva vertebrada alrededor del binarismo dos sexos/dos géneros”, asegura Vélez.

Despatologización

Fue el sexólogo Harry Benjamin quién por primera vez empleó el término transexualismo en 1954, y elaboró una serie de protocolos de diagnóstico y tratamiento de la transexualidad. “A partir de ese momento comienza a institucionalizarse el control y la regulación de los cuerpos que transgreden”, comenta la antropóloga Nuria Gregori. Esa institucionalización se hace patente en el año 1979, cuando se crearon los primeros protocolos de reasignación de género de personas con trastorno de identidad sexual.

Hoy en día la patologización implica que las personas trans deben someterse a un estudio psiquiátrico para acceder a un tratamiento hormonal o quirúrgico. Sin embargo, en pleno siglo XXI “la transexualidad como patología es una aberración social, un concepto reaccionario basado también en el miedo; todo aquello que no nos gusta y nos asusta hay que cambiarlo…curarlo…modificarlo”, reconoce Javier Brotons, psicólogo clínico de Valencia.

El profesional añade que es justo lo contrario, ya que la consideración de la transexualidad como una patología hace que surjan las verdaderas enfermedades como trastornos de ansiedad, depresiones, etc. “Estas son las que realmente hay que tratar para que las personas transexuales puedan desarrollarse personal y socialmente con toda normalidad”, añade.

En el caso español, en 2007 se hizo un avance legislativo importante con la Ley de Identidad de Género, que regula la rectificación registral de la mención relativa al sexo de las personas, más conocida como la. Esta regulación ofrece: “cobertura y seguridad jurídica a la necesidad de la persona transexual, adecuadamente diagnosticada, de ver corregida la inicial asignación registral de su sexo, asignación contradictoria con su identidad de género, así como a ostentar un nombre que no resulte discordante con su identidad”. Esta ley supuso la supervivencia social de las personas transexuales, según indica el sociólogo Rubio Arribas.

No obstante, no hay que olvidar que esta regulación exige unos requisitos como presentar un certificado de diagnóstico remitido por un médico de trastorno de identidad sexual, para poder modificar así el sexo y el nombre en cualquier documento oficial. Unos requisitos rígidos que según cuenta la antropóloga Nuria Gregori en muchos casos no pasaría una persona no transexual.

El DSM-IV, es decir, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana, sigue manteniendo la transexualidad como patología al igual que la OMS. . En ellos se siguen utilizando unos estereotipos rigurosos en los que la identidad sexual debe responder con un género y unas pautas de feminidad y masculinidad muy marcadas, y además con una orientación sexual heterosexual. Pero la realidad es que “hay tantas transexualidades como personas transexuales”, expone Nuria Gregori.

La revisión y publicación en 2013 del DSM V, está creando una controversia social ante la idea de mantener o no la transexualidad como trastorno de identidad de género. Nuria Gregori apunta que uno de los directores encargados de esta tarea utiliza terapia de electroshock con transexuales en una clínica de Toronto, y que esto es un claro indicador de cual será el resultado.

De momento, el pasado febrero del 2010 se publicó el borrador en el que se apunta una tendencia a continuar con la patologización de estas identidades. La única modificación al respecto es la propuesta de cambiar el nombre por el de “incongruencia de género”.

En reacción a este borrador la campaña internacional STP-2012 (Stop Trans Pathologization) difundió una propuesta a nivel internacional de petición de despatologización. En esta propuesta se argumentaba principalmente que la libre identidad de género es un derecho humano básico y que la patologización es un proceso que estigmatiza a las personas trans.

El estudio de la Universidad de Málaga que analiza la realidad social de la Transexualidad en España, indica que las personas encuestadas tienen una bajo nivel de satisfacción con la vida y que esta insatisfacción es una variable que se relaciona con el apoyo social que reciben. Un dato que según el estudio es comprensible ya que las personas transexuales desde el momento en el que deciden hacerse visibles, encuentran numerosos obstáculos en el entorno social, educativo, laboral…

Por ello, los estereotipos junto con las dificultades reales que una persona trans debe afrontar a lo largo de su proceso de transexualización, “tanto en relación con su propio cuerpo como con su entorno familiar y social, provocan que muchas personas opten por una transición silenciosa”, asegura el sociólogo Francisco Javier Rubio Arribas.

Esta invisibilidad en ocasiones se ve reforzada por los medios de comunicación. Aunque tienen la capacidad de cambiar muchas percepciones sociales, “la mayoría de los medios reproducen estereotipos sexistas y no presentan otras representaciones de género más allá de las normativas”, comenta la especialista Nuria Gregori. Se da una visión negativa del colectivo trans proyectando sobre la población conceptos como la patologización o la prostitución.

Los medios, se siguen alimentando una serie de prejuicios que agreden contra la libertad y la diversidad de la sociedad. Lo que se muestra sobre el colectivo “no representa a las personas transexuales, puesto que muchas de ellas son luchadoras, trabajadoras y dispuestas a ser felices”, afirma Juan Manuel Domínguez Fuentes profesor de Psicología y coordinador del Grupo Acción Social en el Colectivo LGTB de la Universidad de Málaga. El problema es que, esto no vende tanto como lo anterior.

Si bien es cierto que en el ámbito legislativo y sanitario se han dado algunos pasos importantes para alcanzar la libertad de identidad sexual, está claro que en el terreno social aun queda camino por recorrer. En este sentido “se ha avanzado para mejorar la calidad de vida de las personas transexuales, sin embargo, es necesario un mayor esfuerzo a todos los niveles”, explica el profesor y psicólogo Juan Manuel Domínguez Fuentes. Para ello, es fundamental que desde el ámbito educativo se trabaje a fondo para lograr que la diversidad sexual sea respetada por todas las personas, recalca Domínguez.

Para luchar contra la patologización de la transexualidad, y favorecer la comprensión y aceptación de las diferentes identidades de género, es necesario educar a la sociedad desde el respeto y la diversidad. Un cambio de prisma fundamental para que las personas transexuales no sientan un malestar causado por los prejuicios y estereotipos extendidos en la sociedad. “Lo que no hay que hacer es percibir la diferencia, como desestabilizadora ni como conflicto. Tiene que servir para potenciar valores sociales de tolerancia, comprensión y de igualdad social”, como asegura el sociólogo Francisco Javier Rubio Arribas.

(Tomado de página: http://revistainvisibles.wordpress.com)


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