domingo, 9 de mayo de 2010

El no-binarismo amerindio

La cultura amerindia ha sido y es no-binarista de género. Afirmación sorprendente por ser tan general, pero es que los testimonios históricos del Sur, el Centro y el Norte, así muestran que ha sido en todas partes desde hace milenios, y así lo han sido en los cinco últimos siglos de colonización cultural, y así lo están siendo en los nuevos tiempos de supervivencia y liberación.

La realidad del no-binarismo de género en todos o casi todos los pueblos amerindios, hace pensar que procede de una matriz cultural anterior a su diversificación, que debe estar en la cultura recolectora (sigo aquí el esquema de V. Gordon Childe)

Tan acentuado debía de estar, que superó incluso la fuerte división sexual del trabajo propia de la cultura cazadora; en ésta, la deriva hacia el patriarcalismo es arrolladora, unida a la separación de funciones entre varones cazadores-guerreros (suministradores de la alimentación y de la seguridad) y mujeres cocineras-peleteras (transformadoras de los productos conseguidos por la caza)

Como la cultura cazadora no sólo es divisora sexual del trabajo, sino muy jerarquizadora, la vía para la supervivencia del no-binarismo estuvo posiblemente en esa jerarquización: la asunción por parte de las “mujeradas” (por usar y transformar un término clásico castellano) de su subordinación radical a la dominación masculina, y la incorporación de “los” viragos (idem id) al grupo dominador, mantenía y fortalecía la fantasía fundamental del nuevo sistema cazador: un dualismo de dominación, una estructura de dominadores y dominados asociada al sexogénero.

Entonces, algunos de los testimonios de mujeradas y viragos que conocemos, ya tardíos, nos los dejan ver aceptando el sistema dualista de dominación con tintes sadomaso (es decir, de mala gana), sobre todo por parte de las mujeradas; pero a este extremado precio, consiguieron salvar lo principal: la supervivencia de la cultura no-binaria.

Los pueblos de las islas del Caribe y los de las praderas y los bosques del Norte contaban entre los más arcaicos del Continente cuando llegaron los europeos y siguieron siéndolo hasta el siglo XIX. Debemos a Alberto Cardín una magna recopilación de textos que muestran el choque brutal entre una cultura binarista, como la española, y una no-binarista, como la de los pueblos amerindios. Adivínese, entre el binarismo y el no-binarismo, cuál fue el intolerante.

Gonzalo Fernández de Oviedo, en 1535, describía a los homosexuales-transexuales (no existían estos conceptos separados) de la isla de Haití y añadía: “Y así, habés de saber que el dellos es paciente [pasivo] e toma el cargo de ser mujer en aquel bestial e descomulgado acto, le dan luego oficio de mujer, e trae naguas como de mujer”.

Repulsa verbal; sin embargo, otras veces sería de acto. López de Gomara, casi veinte años después, en 1552, cuenta que Balboa tuvo una batalla contra Torecha, señor de Cuareca, en el istmo de Panamá, una población probablemente agraria y cazadora, y “en esta batalla se tomó preso a un hermano de Torecha en hábito real [regio] de mujer, que no solamente en el traje, pero en todo lo tal, salvo en el parir, era hembra”. Queda incógnito si la hermana de Torecha era guerrera, lo que sería pasmoso (y supone Cardín) o más bien acompañaba a un guerrero, su marido. Pero vencidos los de Cuareca, “aperreó [les echó los mastines domesticados para la guerra] Balboa cincuenta putos que halló allí, y luego quemolos, informado primero de su abominable y sucio pecado.” Y añade, asombrosamente: “Sabida por la comarca esta victoria y justicia, le traían muchos hombres de sodomía para que los matase”. ¿Para congraciarse con él; con aquella religión que parecía necesitar a mujeradas para hacer sacrificios humanos?

Cabeza de Vaca, en 1555, habla de los pueblos de la costa del Norte: “entre estos vi una diablura, y es que vi un hombre casado con otro, y éstos son unos hombres amarionados (sic), impotentes, y andan tapados como mujeres y hacen oficio de mujeres, y tiran arco y llevan muy gran carga, y entre ellos vimos muchos de ellos así amarionados como digo, y son más mebrudos que los otros hombres y más altos; sufren muy grandes cargas”.

El análisis de este corto párrafo es muy descriptivo: en él aparece la palabra “diablura”, potencialmente terrible, por atribuir la iniciativa al diablo, y pretender justificar por tanto las mayores represiones; la palabra “casado”, que nos remite a las mayores conquistas legales de nuestro tiempo; la palabra “amarionado” (hoy, “amariconado”), que da la versión popular e insultante de otros conceptos más cultos, pero que sigue vigente hoy, mientras que los cultismos han sido sustituidos por otros; la noción de que vestían y trabajaban como mujeres. desechando los arcos y llevando, como las mujeres hacían, grandes cargas (asumían el género cultural femenino), y finalmente, la también sorprendente observación de que eran más altas y más fuertes que los hombres, observación que coincide con la contemporánea de que las trans o transexuales somos a menudo muy altas lo mismo que los trans son a menudo más bajos.

Pero estas observaciones de aquellos españoles eran tan cortas como hostiles. Pasaron los siglos, surgieron ciencias como la Etnografía o la Antropología, y así fueron mirados más de cerca y con más detenimiento. Así se creó una línea de estudios de la que, llegando a nuestro tiempo, participó por ejemplo, George Devereux, en su artículo “La homosexualidad como institución entre los indios mohaves”, referido a los mohaves de California y publicado hacia 1937; hace mas de 70 años.

Voy a exponer algo de lo mucho que se dice en aquel capítulo, que nos acerca a la vida de las mujeradas y los viragos, en la América del Norte de fines del siglo XIX y principios del XX. El propio hecho de la palabra “homosexualidad” en este contexto es sólo consecuencia de la falta todavía entonces de un concepto definido de transexualidad, falta que tanto daño nos hacía a las personas transexuales que vivíamos sin tener un nombre; sólo unos cinco años antes, Harry Benjamin había comenzado a extender el nombre creado por Cauldwell.

Entre los hechos citados por Devereux, sorprende en especial que, siendo sólo unos quinientos los mohaves de hace medio siglo, conservaban su cultura no-binarista de género, en medio del extremado binarismo de los Estados Unidos de la posguerra.

Habla, en presente, de las mujeradas o alyhá, y de los viragos, o hwame. Sus referencias llegan a testimonios de personas nacidas hacia 1850 y quizá hacia 1820, que cuentan cómo la decisión de cambio de género se hacía por los sueños de las madres, durante la preñez, más los propios, durante la edad prenatal y hasta la adolescencia, comprobados por el rechazo a jugar con los juguetes asignados según el sexo visible, y se confirmaba por su reacción ante ciertos cantos rituales (que transcribe) ya cerca de la pubertad.

El estatuto legal de mujeradas y viragos era enteramente el de mujeres u hombres, con el derecho al matrimonio incluido. Sin embargo, las mujeradas y los viragos (éstos, más cruelmente quizá) y los maridos de unas y las esposas de otros, eran zaheridos frecuentemente por los demás, pero estas burlas entraban dentro de un rasgo de la cultura mohave cuya intensidad nos sorprende aun hoy día: el humor ante el sexo, el sexo como cuestión de broma, aunque las bromas eran a menudo muy pesadas y hasta destructivas.

La mentalidad de las mujeradas, tal como la describe, y desde nuestra lectura actual, incluía reacciones que nos son muy familiares a las transexuales de hoy, como la repulsa a que sus maridos tocasen o mencionasen sus genitales. También se observaba mayor estabilidad en los matrimonios de los viragos que en los de mujeradas, nada que nos sorprenda. Y sus manifestaciones sociales, como consecuencia del menosprecio general a que se sometía a la mujer, eran a veces particularmente ridículas, mostrando la existencia de una rebelión latente contra las bromas que tenía que tomar formas sadomasoquistas.

En la medida en que el mito es la una versión de la historia y de los arquetipos del inconsciente colectivo, debe decirse que, según Devereux, la cultura mohave incluye el mito de una indiferenciación sexual primigenia (en lo que va más allá de la judía: “Hombre y mujer los creó”)

Lo más grande es que la cultura no-binaria de género ha sobrevivido hasta nuestro tiempo. Al mismo tiempo que esta cultura comienza a liberarse y a vivirse con igualdad de derechos ante otras, en especial en Bolivia-Kollasuyo, nos damos cuenta de nuestro desconocimiento de muchas de sus formas no-binaristas, espontáneas, populares, complejas, pueblerinas, como las de la Costa o la Provincia de Manabi en Ecuador, o la de las muxe de Zapotecas en México. No puedo estudiarlas, aunque quisiera, pero puedo hacer al menos un breve repertorio de sus temas, increíblemente libres, y de sus formas, creadoras, con el fin de que aquellas culturas sigan haciéndose plenamente conscientes de lo que siempre se ha visto en ellas, y nosotros nos acerquemos a aprender de ellas.

Por Kim Pérez.

COMENTARIO

Aunque muchas de nosotras recibimos duras e injutificadas críticas por intentar, siquiera, reflexionar sobre nuestra condición, yo insisto en esto: la investigación histórica terminará por reconocer que antes del inicio de la conquista europea de América, en el siglo XVI, no sólo en la américa precolombina, sino en muchísimas otras partes del mundo entero, la condición transgénero y transexual, era aceptada como natural y como una forma más de expresión de la identidad de género. Solo con el "occidentalismo", la "modernidad" y el "eurocentrismo", esta condición fue vista como una "abominación". Ya esta llegando el momento de recuperar una memoria histórica que se intento extraviar durante más de 500 años. Pero estamos y seguimos ahí. ¿Que más pruebas de naturalidad, normalidad y que Dios nos quiere en este mundo?





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