domingo, 28 de febrero de 2010

Dificultad de reasignarse como mujer siendo transexual y medianamente pobre en Argentina


Las travestis y transexuales recurren a técnicas peligrosas para cambiar sus cuerpos y llegan a poner sus vidas en peligro.

Uf, si las propias representantes del sexo femenino hablan de lo difícil que es ser mujer, imagine lo que debe ser aspirar a transformarse en mujer siendo hombre. Y no sólo eso: imagine lo que debe ser aspirar a eso siendo hombre y relativamente pobre.

Critica-. Hoy en día, a las travestis y transexuales –unas 9.000 en la Argentina según estimaciones no les basta con ir al gimnasio, a sesiones maratónicas de pilates, dejarse crecer el pelo y frecuentar peluquerías –cuando está dentro de sus posibilidades, si no se inclinan por cabelleras artificiales. No es suficiente con aprender a usar tacos para levantar las nalgas, incorporar modales femeninos, manicura, depilación en cera, fangoterapia, atemperar el timbre de voz. Hoy en día, si no apelan a cierta química, cierta tecnología, ciertos fármacos y ciertos tratamientos endocrinológicos, están fritas.

No todas tienen la suerte –ni el dinero que suele acompañar a la buena suerte para dar el salto definitivo al otro género, y colocarse prótesis de siliconas, o para consultar periódicamente a médicos especializados en tratamientos hormonales que las ayuden a transformar radicalmente el envase sin poner en vilo su vida. Y aquí es donde empiezan los problemas, la transformación comienza a ser un asunto de vida o muerte, y el término “estar fritas” cobra todo su significado.

“La mayoría de las travestis que no tienen dinero para ir al cirujano se inyectan siliconas industriales de forma totalmente casera y sin conocimiento alguno de los efectos colaterales”, dice Claudia Puccini, travesti militante de los grupos de jóvenes de la Comunidad Homosexual Argentina.

“Son productos que se compran en droguerías. Sale muchísimo menos que una cirugía de mamas. Pero las siliconas industriales son altamente nocivas. Muchas travestis murieron por las complicaciones que les produjo este material. Son tan tóxicas que pueden resultar en un cáncer”, advierte.

No es sólo la silicona industrial lo que se inyectan las travestis para tener lolas, son comentadas por lo bajo historias de transformistas que buscan acentuar sus pechos con aceites comestibles y hasta hay algunas osadas que se meten otra clase de aceite, el Johnson, quizá con la esperanza de que, dado que es un producto para bebés, sea menos nocivo que el resto. Sin embargo, en ambos casos, corren altos riesgos de producirse infecciones internas y, en casos extremos, ingresar al torrente sanguíneo, algo que puede generar un desenlace fatal.

“Las chicas, por lo general, no tienen médico endocrinólogo y usan los productos que les llegan por el boca en boca”, dice Claudia, de la CHA. “Está, por ejemplo, el Perlutal, que a mí me puede hacer muy bien y quizás a otro no. Las hormonas no son tan nocivas como las siliconas industriales, lo que pasa es que deben ser administradas en su justa medida. Un desarreglo puede producir cualquier clase de complicación de salud”.

Sólo un hospital público ofrece servicios de endocrinología a transformistas y tiene un convenio con la CHA: el hospital Durand, con un equipo de ocho profesionales, entre ellos psicólogos, psiquiatras, urólogos y endocrinólogos.

“En verdad, nosotros no recibimos a travestis, sólo atendemos a transexuales, que es una entidad reconocida legalmente, que tiene una presentación judicial de por medio y merece su tratamiento en el hospital”, explica el doctor Oscar Levalle, jefe del departamento de endocrinología del hospital Durand. Desde que iniciaron el servicio de cambio de sexo, ya atendieron a más de 80 pacientes que se convirtieron de hombres en señoritas de la noche a la mañana.

Pero así como sucede con las travestis, advierte Levalle, también reciben casos de transexuales que toman medicación por su cuenta y corren infinidad de peligros. “Todas buscan el mismo objetivo y usan hormonas por su cuenta”, dice Levalle.

“Las transexuales suelen apelar más a consultas médicas, pero vemos a travestis que no tienen esto tan en cuenta. También no sólo vemos casos de mujer varón sino también casos de varón mujer. Cuando uno quiere cambiar el aspecto físico, tiene que emplear dosis altas de hormonas.

No es lo mismo que a un hombre que le faltan hormonas masculinas, eso es supletorio, reemplaza nada más lo que le falta. En cambio, acá se le da una dosis potenciada para contrarrestar la hormona propia. Si lee el prospecto de cualquier anticonceptivo, habla de muchos efectos adversos ya en dosis mínimas. Pero, bueno, ellas buscan cambios rápidos, quieren tener mamas y que se caigan los vellos velozmente y esto trae efectos dañinos sobre el hígado, el sistema vascular y toda clase de trombosis, trastornos en la sangre. Nosotros recetamos medicación a transexuales pero en tres meses, les pedimos verlas para hacer control de rutina. Si les crecen las mamas, hay que controlarles las mamas, infinidad de cosas”, explica el médico del Durand.

“Hay una falta total de acceso para nosotras a la cirugía plástica en los hospitales”, denuncia Claudia Pía Baudracco, de la la Asociación de Travestis Transexuales y Transgénero de la Argentina (ATTTA). “El Estado no contempla el derecho a feminizar el cuerpo”, se indigna Baudracco.

“Esto es una realidad que, si bien no está regulada, existe”, explica Patricia San Martín, médica de ginecología endocrinóloga del hospital Ramos Mejía. “Por el uso incorrecto de hormonas, las travestis tienen consecuencias graves a nivel infartos, accidentes cerebrovasculares, tromboembolismos pulmonares. Y muchas travestis no sólo usan más de una píldora, la suman además a un tratamiento inyectable, y así duplican el riesgo. Además, aumentan las posibilidades de tumores de mamas, de testículos y de próstata. En el hospital estamos interesados en tratarlos, pero tenemos muchos impedimentos legales. Como médicos, no podemos prescribir una hormona femenina a un hombre. Esa receta legalmente no se la podemos hacer”, resume San Martín.

A veces, no sólo ponen en jaque su salud, además, mal empleadas, las hormonas pueden producir exactamente el efecto contrario. “Lo que sucede es que muchos productos de venta libre contienen estrógenos, pero no inhibidores de las hormonas masculinas ni antiandrógenos. Con lo cual, producen un desfasaje hormonal. Y les sale el tiro por la culata. El organismo comienza a producir elevadas dosis de tetosterna para volver al grado normal, y produce el efecto negativo de lo que las chicas buscaban”, retoma Baudracco, de la ATTTA.

Ella sabe de qué habla, pues vivió el drama en carne propia. En 1984, se inyectó aceite industrial en los pechos y una filtración del producto puso en peligro su vida. Si no se las quitaba ocho años más tarde, quizá Claudia Pía no vivía para contar la historia. “Yo me salvé a tiempo. Es que en esa época no se manejaba tanta información como ahora y las travestis nos metíamos de todo.

De cualquier forma, nos siguen llegando a la ATTTA casos de chicas que se meten cualquier cosa. Es alarmante. Yo les digo a todas: ‘No tienen que aspirar, chicas, a representar el modelo Barbie que les venden por la televisión. Cada una debe aceptar el cuerpo que le toca’”. Algunas travestis, dice ella, la escuchan y son cautelosas, responsables, recurren a un médico y no experimentan con su cuerpo. Otras, no. Y a ellas, intuye Claudia –o, más que intuye, teme– las verá nuevamente, aunque tal vez cuando ya sea demasiado tarde.




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