Esta es la historia de una transexual que estudió enfermería pero sufrió discriminación y sólo pudo “hacer la calle”.
Por
Laura Alvarez Chamale
En las calles existen tantas historias como personas. Esta es una síntesis de la vida de una transexual con el curriculum lleno de vueltas al perímetro de cemento, cargado de impotencia, de repudio a la indiferencia, pero vacío de resignación. Ella ocupa su lugar y tiene ambiciosos planes que concreta poniendo el cuerpo en el sentido más literal. Se ríe de la moral pacata, relata su travesía por Europa y marcha firme en tacos hacia la meta que se propuso.
Nancy Eva Luna nació un 3 de julio en Los Toldos, Santa Victoria Oeste. Su infancia transcurrió entre esta localidad ultrainterior de Salta y la populosa ciudad de Orán. “Desde muy chica sabía que quería ser mujer, me gustaba cocinar, jugar con muñecas, amaba la ropa de mujer. Mi padre era policía, muy autoritario, pero no me pegaba. Más bien parecía no darse cuenta de mi condición. Mi mamá siempre fue muy protectora y respetuosa”, relata.
En una familia con diez hijos, la vida no fue fácil desde lo económico. Esa fue la excusa que Nancy encontró para volar. “Yo siempre pensaba que tenía que irme de mi casa para ser libre y hacer mi voluntad. Eramos 10 hermanos y las dificultades económicas fueron el puntapié para hacerlo a los 15 años. Ese año llegó a mis manos una revista con una chica trans en la tapa: Gabriela Grey, y dije: quiero ser como ella”.
Paso seguido, eligió un nombre: “Una amiga muy adorable que tenía me ayudó a elegir mi nombre: Nancy Eva Luna. Eva por Evita Perón, por supuesto”, dice orgullosa.
Esta chica es dueña de un carácter afable, sin embargo no le faltaron conflictos, como es natural, para lograr construir su identidad. “Salir de Los Toldos, y en mis condiciones fue muy difícil. Empecé a vender en negocios de Orán, no estaba transformada aún pero comencé a dejarme el pelo más largo. Como vivía con mi hermana, su esposo no veía con agrado tener alguien anormal en la casa”, recuerda con cierta angustia.
Creyó que tenía un problema que quizás la religión podría solucionar. “Fui a la Iglesia Evangelista a buscar una respuesta a mi problema de no saber quién debía ser. Los pastores me escuchaban y yo pedía a Dios en silencio que me dijera quién era de verdad. Los pastores me decían que Dios había hecho el milagro de cambiar a chicos homosexuales. Yo jamás estuve con una mujer, porque siempre me sentí mujer”.
Decidida a ser “ella” después de haber intentado ser un varón infructuosamente, Nancy entró de lleno al mundo transexual. “Empecé a salir con un chico a los 17 años y a frecuentar el ambiente trans, ahí descubrí que no era rara, que no era la única y explotaron mis ganas de operarme. Pero mi papá estaba vivo y yo quería darle un título y elegí estudiar enfermería. Tengo vocación para atender a personas enfermas y ver que se recuperan me da una alegría que no puedo explicar”.
La discriminación no tardó en cachetear a esta persona que eligió ir contra la corriente. “Estaba trabajando ad honorem en un hospital público de Salta. Iba a trabajar vestida como mujer y por eso nunca me tomaron para pagarme un sueldo. En las clínicas dejé curriculums y nada, nunca hubo lugar para mí, aunque sé que soy una buena enfermera”.
Resistiendo su destino de prostituta, Nancy atendía un local de ropa en el centro que le daba suficiente dinero para operarse y transformar su cuerpo. “Me sentía muy señalada por todos. Un día una amiga me dijo que en Buenos Aires se ganaba mucho con la prostitución y me jugué. Trabajaba en Núñez y recuerdo que la primera noche me temblaban las piernas, tenía miedo, tuve tres clientes, aunque lo normal ahí es trabajar con 10 a 12 clientes por noche. En dos años gané plata y pensé que no quería ser una vieja sin casa, sin tranquilidad económica, así que ahorré y me fui a Europa sola. Estuve en París y en Roma. Fui a un hotel con 30 chicas trans argentinas y trabajé muchísimo, fue en 2005. Me quedé 6 meses y gané lo suficiente para comprarme una casa”.
“Tuve amores y enamorados, pero soy una persona que razona demasiado, calculo mi futuro, no tengo sueños de princesa. Mi plan ahora es trabajar como prostituta un par de años más para terminar de construir un geriátrico y después dedicarme a lo que más me gusta: cuidar gente”, asegura con increíble determinación.
Quiere dejar la calle salteña. “Acá el cliente no te maltrata físicamente pero sí te denigra. Una vez un señor quería ahorcarme con una soga y pagaba muy bien por ese simulacro. Obvio que salí corriendo, por las dudas. Las fantasías de los clientes son infinitas. Ya no me sorprende nada”, dice entre risas esta profesional del sexo que sorprende con su carácter y con su plan. Al menos tiene uno.
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