domingo, 24 de noviembre de 2013

Transexualidad y cambio de sexo: un rompecabezas para repensar la medicina

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ANGELES DEL PILAR MAIDANA NACIÓ HACE 21 AÑOS CON UN CUERPO MASCULINO PERO SINTIÉNDOSE DESDE SIEMPRE MUJER. DE AHÍ QUE APENAS PUDO SE COLOCÓ IMPLANTES DE MAMAS E INICIÓ EL TRÁMITE PARA FIGURAR EN SU DNI CON SU NOMBRE DE ELECCIÓN. SÓLO LE QUEDABA PENDIENTE UN ÚLTIMO PASO, LA CIRUGÍA DE REASIGNACIÓN GENITAL. EN JUNIO PASADO VIAJÓ EN MICRO DESDE SALTA HASTA NUESTRA PROVINCIA PARA CUMPLIR ESE VIEJO ANHELO. LA SUYA FUE LA 65º INTERVENCIÓN DE SU TIPO REALIZADA POR EL SISTEMA HOSPITALARIO PROVINCIAL.
 
De la mano de ciertas intervenciones, la profesión médica estaría dejando atrás un modelo que la rige desde sus orígenes

Desde hace siglos, la práctica de la medicina se ha regido por algunos principios que justifican que su intervención pueda ser en ocasiones dolorosa y cruenta para el paciente. Entre ellos, el de ser un medio que busca restituir la salud frente a una enfermedad, y que en pro de salvar una vida bien vale sacrificar una parte del cuerpo. Lo cierto es que estos preceptos que han guiado a los médicos a lo largo de la historia no sirven para legitimar algunas prácticas que se han vuelto frecuentes hoy. Y el ejemplo más representativo de ello acaso sean las cirugías de reasignación genital.

Conscientes de que las operaciones de cambio de sexo constituyen un rompecabezas que obliga a repensar la medicina actual, médicos, cirujanos, psiquiatras y bioeticistas se reunieron el viernes pasado en La Plata para intercambiar experiencias y analizar en qué medida los paradigmas médicos no atraviesan en estos tiempos una interesante transformación.

Para el doctor José Alberto Mainetti, titular de la Cátedra de Filosofía Médica de la UNLP, director de la Escuela Latinoamericana de Bioética y uno de los organizadores de la Jornada, no cabe duda de que es así.


Preceptos que han guiado a los médicos a lo largo de la historia no sirven para legitimar algunas prácticas que se han vuelto comunes hoy. Y el ejemplo más representativo de ello acaso sean las cirugías de reasignación genital. 

“Las cirugías de cambio de sexo configuran el caso que mejor ejemplifica el proceso de transformación que está atravesando hoy la medicina: desde el viejo paradigma de “restitutio ad integrum” al de “transformatio ad optimun”. Porque lo cierto es que ya no sólo se espera que la medicina nos restituya la salud sino que nos mejore como seres humanos proporcionándonos mayor longevidad, mayor capacidad mental y mayor satisfacción con nuestro cuerpo”, dice Mainetti al explicar ese proceso de transformación.

“Mientras que el paradigma tradicional da por sentado la existencia de una enfermedad como el legitimador de la intervención terapéutica y plantea que la única justificación moral para mutilar el cuerpo humano es la de sacrificar una parte para salvar al todo -comenta el médico-, ninguna de estas condiciones se dan en una cirugía de cambio de sexo y no por eso puede decirse que no tiene legitimidad”.

“NO CAUSARAS DAÑO” 

Con todo, no son esos los únicos preceptos tradicionales de la medicina que las operaciones de cambio de sexo ponen en cuestión. Lo mismo ocurre con uno de los principios fundacionales de la bioética; el que se conoce como principio de beneficencia no maleficencia; es decir la obligación de actuar en beneficio del paciente y de abstenerse de realizar intencionalmente acciones que le pueden causar algún mal.

Y es que desde el punto de vista de la concepción tradicional, una cirugía que implica la mutilación de los genitales no justificada en razones terapéuticas, que supone un serio riesgo para el paciente y que no tiene marcha atrás constituye claramente una vulneración al principio que le dicta a los médicos no causar un daño intencional.

Es por eso que quienes se oponen a este tipo de intervenciones quirúrgicas mencionan con frecuencia que son maleficentes en la medida en que “provoca un daño irreversible” y que no se puede hablar de beneficios porque “solo modifican superficialmente una estructura anatómica sin resolver el problema de fondo” que, a su criterio, “es un trastorno mental”.

Pero ¿es la desconformidad con el propio cuerpo un trastorno mental? Y por otra parte, dado que el sufrimiento que genera la discordancia entre sexo y género ha llevado a personas a suicidarse, ¿no podría decirse entonces que existe un beneficio incuestionable en las cirugías de reasignación genital?

“DISFORIA DE GENERO”

Tras haber ensayado varias categorizaciones para encuadrar la transexualidad como una enfermedad mental, el manual de la Asociación Americana de Psiquiatría (una de las herramientas diagnósticas de referencia a nivel mundial) sólo conserva la figura de “disforia de género” en su última edición. En otras palabras, ya no considera a la transexualidad como una enfermedad mental y en su lugar pone el foco en el sufrimiento que puede sentir una persona al no concordar su sexo con su identidad sexual.

Como señala el doctor Jorge Folino, profesor titular de la cátedra de Psiquiatría, director de la Maestría en Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNLP, “la desconformidad con el propio género no es en sí misma un trastorno mental”

“Sin embargo, diversas circunstancias y condiciones (asociadas a ella) pueden adicionar sufrimientos, dificultades de adaptación, victimizaciones y discriminación social, entre otros problemas que son pasibles de asistencia y pueden ser foco de tratamientos a pedido de los interesados”, señala Folino quien entiende que si bien la psiquiatría aporta importantes herramientas para entender el fenómeno, desde el punto de vista terapéutico el mayor aporte lo realizan hoy la endocrinología y la cirugía de reasignación genital.

Pero el hecho de que la discordancia entre género y sexo -como reconoce la Asociación Americana de Psiquiatría y vienen sosteniendo las minorías sexuales desde hace décadas- no sea en sí misma una enfermedad agrega otro punto de discusión en torno a las cirugías de cambio de sexo. Ya no se considera a la transexualidad una enfermedad mental, pero sí al sufrimiento que puede sentir una persona al no concordar su sexo con su identidad sexual.

Y es que si no se trata de una enfermedad, ¿por qué entonces el sistema público debería hacerse cargo de las intervenciones quirúrgicas como ocurre actualmente en nuestro país. Después de todo -sostienen quienes se oponen a ellas- en este caso el Estado no estaría obligado por el derecho a la salud de la población.

“Desde el momento en que se entiende que la transexualidad no es una patología, las cirugías de reasignación de sexo plantean en nuestro país una polémica más”, reconoce el doctor César Fidalgo, jefe de equipo quirúrgico de reasignación genital del Hospital Gutiérrez y uno de los pioneros en esta especialidad.

“Me han preguntado varias veces por qué el Estado debería hacerse cargo de ellas si no tienen por objetivo tratar una enfermedad y la única respuesta que puedo darles es que así lo establece hoy la Ley de Identidad de Género”, dice Fidalgo.

Pero “si bien es cierto que desde esa perspectiva resulta discutible que el sistema público se haga cargo de una reasignación de sexo, también es cierto que es el Estado el que no obliga a tener un género y no puede exigirle a una persona que asuma uno que no se corresponde con su identidad”, plantea el doctor Mainetti.

En este sentido, “algunos hallazgos en torno a cómo se define el sexo en los embriones también están poniendo en cuestión otro principio en que se basa la medicina tradicional: el de la existencia de un orden natural dimórfico de la sexualidad humana”, menciona el bioeticista.

“Según un corriente de la embriología, el bimorfismo no es tal -dice-. No habría sólo dos formas, sino un polimorfismo, una diversidad de variantes sexuales intermedias. De hecho, algunos embriólogos están hablando hoy de una diferenciación sexual de distintos grados que cuestiona por completo el orden tradicional”.

En cualquier caso, la transexualidad y las alternativas médicas que existen actualmente en torno a ella ya no encuadran en los paradigmas históricos que han venido guiando a los médicos en el ejercicio de su profesión. Y si bien se trata quizás del ejemplo más descriptivo no es el único que habla de este proceso de cambio, sostiene Mainetti junto a otros pensadores que ven adentrarse a la medicina en una nueva etapa, una donde su objetivo sea tanto curar como brindarle al hombre mayor bienestar.


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