sábado, 24 de enero de 2015

Transamérica


Irassema Pocasangre y Aylín Mainard son una pareja compuesta por una lesbiana cis y otra trans, oriundas de Guatemala y radicadas desde hace poco en la Argentina, donde van a hacer uso de la ley de matrimonio igualitario y de identidad de género. Allí y acá, vienen haciendo ciberactivismo, sobre todo con el fin de tensar las fronteras para introducir la palabra “cis”, un prefijo que nivela, por lo menos desde lo discursivo, cuestiones de privilegio entre las experiencias de las personas trans y de las que no lo son.

 Por Dolores Curia


“El príncipe Harry, a quien se lo suele ver con amigos de dudosa procedencia, ha confesado ser cisexual. Anunció también que no se someterá a una cirugía de reasignación.” Estos textos y más noticias, apócrifas o verdaderas, pueden leerse en el blog akntiendz.com que administran Aylín Mainard (55) e Irassema Pocasangre (35), una pareja compuesta –como ellas se encargan de remarcar cada vez que se presentan– por una torta trans y por una torta cis. Ambas son guatemaltecas y desde hace algunos años se han volcado a un activismo, hasta ahora, casi completamente virtual: 

“La discriminación, incluso por parte de lesbianas cis, hizo que nos refugiáramos y trabajáramos de manera online, casi anónima, con pseudónimo. Logramos administrar un blog que ha ido aumentando exponencialmente las visitas. Sobre todo de España”. El foco del blog son los perfiles de lesbianas transexuales famosas y visibles (la directora de cine Lana Wachowski, la cantante pop alemana Kim Petras, la torta trans que conduce el helicóptero del príncipe William, por ejemplo), falsas noticias que invitan a una lectura satírica, traducciones y libros en pdf de descarga gratuita sobre el tema, muchas veces imposibles de conseguir en español. 

El año pasado Aylín e Irassema se vinieron a vivir a Buenos Aires y continúan el activismo web desde estas tierras: “Vinimos por primera vez para la operación de Aylín y, viniendo de Guatemala, la impresión que nos dio es como si acá hubieran firmado la declaración de los DD.HH. 50 años antes de la Revolución Francesa. Estamos hace 2 años juntas y no nos casamos porque lo queremos hacer como mujeres. Estamos esperando que nos salga la ciudadanía, para que Aylín pueda cambiar su DNI y luego casarnos. Yo estoy estudiando animación y Aylín está dedicada a la música trance. Ambas vivimos de la renta de una casita que pudimos comprar en Guatemala gracias a una herencia que recibió Aylín”, cuenta Irassema.

¿Por qué el énfasis en “una pareja de torta cis y torta trans”?

Aylín: Porque es un tema tabú tanto para las lesbianas como para las travestis. Una identidad de la que ningún grupo se hace cargo. Antes de transicionar y de conocer a Irass viví en la Ciudad de Guatemala, en la Ciudad Antigua y en México. Tuve una banda alternativa llamada Daedra. Escribía las canciones, programaba los sonidos electrónicos y cantaba. Durante el tiempo en que mantuve una identidad masculina me vestía casi exactamente igual a ahora, bastante neutral, pero en ese momento era celebrada, me consideraban transgresora. Hasta que se me ocurrió transicionar. Ahí “pasé una línea”. Y eso que me movía en un grupo aparentemente progresista: había anarquistas, un artista que había ganado la Bienal de Venecia, un doctor en Física. Cuando inicié mi transición mis amigas me querían enseñar a pintarme las uñas, me regalaron una peluca...

Pero tu identidad no encajaba con esa idea sobre la feminidad.

A.: No. Y por eso empecé a aislarme. Me fui a vivir a una especie de cabaña en un bosque. Exagero: era una zona boscosa cerca de la ciudad, podías pedir una pizza, por ejemplo. Así empieza mi “blues de la persona trans”. Empecé a formarme exclusivamente por Internet. Soy muy geek, así que bajaba todos los libros posibles. Fue en un foro donde conocí por primera vez tortas trans. Una chica de la Universidad de Cambridge y su pareja, que era del Circo del Sol. El primer contacto con un centro lgtb lo tuve muchos años después. Entonces me fui a Antigua. Me quedé en un hotel. Tenía una indemnización de una empresa en la que trabajé y la ayuda de mi tía, que vivía en California, a la que ahora heredé. Por un lado estaba aliviada, pero por otro lado empezó la transfobia. Empecé a llamar la atención. Perdí los “privilegios masculinos”, por ejemplo, de que nadie te moleste cuando circulas por la calle.

¿Cómo se conocieron?

Irassema: Aylín trabajaba en una tienda de artículos budistas y seguía con su producción electrónica. Yo trabajaba en el canal de la universidad – estudiaba Comunicación– y un amigo en común, músico y vinculado con mi trabajo, nos presentó. Este chico quería algo conmigo. El no sabía que yo era torta. De hecho yo había estado casada con un hombre. Me casé porque quería salir de mi casa. En una sociedad tan represiva como la guatemalteca era la única forma. Este amigo en común que todavía no se había desalentado me invita a salir con él y con Aylín. Fuimos a un concierto de reggae. De repente el amigo se fue a buscar unas copas y nosotras nos quedamos platicando y bailando. él regresa y para nosotras, como si no existiera.

¿Cómo entra la Argentina en esta historia?

I.: Estando en Guatemala nos empezamos a relacionar con grupos de lesbianas. Pero terminaron expulsándonos porque ni yo era una “lesbiana verdadera” por estar con Aylín, ni Aylín, siendo torta trans, era aceptada. Lo curioso es que esas mismas personas se mostraban tremendamente solidarias con las chicas travestis. Pero con cierta imagen de travesti. A Aylín la sometían a un doble estándar. Por un lado, si una trans se comporta de un modo estereotípicamente femenino, la acusan de ser una caricatura artificial. Si muestra rasgos de autonomía, fuerza, rasgos chongos que en una mujer cis sí serían bienvenidos por el feminismo, ésa es la prueba de que no es verdaderamente una mujer. No hay salida. Es una reacción que aquí también encontramos pero no tanto como en nuestro país. A Aylín le surge la posibilidad de venir a operarse aquí y vinimos. Nos encantó el ambiente de Buenos Aires, así que enseguida volvimos a Guatemala para cerrar nuestros asuntos y en 2014 nos mudamos acá.

¿En qué mejoró acá la cotidianidad para ustedes?

A.: En Guatemala como mujer trans te asignan dos estereotipos. La timadora: la trans que “pasa por” mujer pero tarde o temprano se descubre su terrible secreto, por lo cual recibe su merecido por tratar de engañar a los pobres hombres. Y luego la patética, aquella que hace lo que puede pero siempre se le va a notar que es un tipo. Hay que compadecerla. En Dallas Buyer’s Club, con Jared Leto, está la patética. Y en la película El juego de las lágrimas, la timadora: se descubre al final y el tipo cuando se entera de que estuvo con una trans vomita. Desde esa iconografía, con variantes, te ven. Cuando “te descubren”, una pasa de objeto sexual a objeto sexual de segunda. Y objeto de violencia, por ser una timadora. En ésas estaba en Guatemala, donde casi no quería salir de mi casa. No digo que aquí hayan desaparecido esos estereotipos, pero sin duda se respira otro aire.

¿Por qué es importante ir introduciendo el término cisexual?

A.: Hace años que estamos tratando de introducir la palabra cis (que significa no transexual) en las redes sociales. Nos han contestado cosas como “¿para qué más términos?”. Esa resistencia es en sí cisexista (es decir, tiene que ver con la creencia de que los géneros de las personas trans son menos legítimos que los de las personas cisexuales). Los términos “cis” y “trans” siempre se utilizaron en pares a través de la historia. Existía la Galia Cisalpina y la Galia Transalpina. La Galia cisalpina se llamaba a la de los habitantes que habían vivido de un lado de los Alpes, significaba “los de acá”. Y la Galia transalpina es la de aquellos que atravesaron los Alpes, “los de allá”. Esto se repite en muchos otros ejemplos geográficos. Cuando empezó a surgir la idea de transexualidad se borró la idea de que podía existir un término complementario u opuesto. En los ’90 cierto activismo trans lo rescata.

¿Y por qué tanta resistencia a introducirlo?

I.: Debe tener que ver con que quienes representan “lo normal” no quieren un prefijo que los rebaje, perderían privilegios. Hay resistencia incluso dentro del ambiente lgbti por parte de grupos oprimidos que ejercen una opresión lateral sobre grupos más oprimidos todavía. La gente con formación queer tenía como argumento el “¿para qué seguir etiquetando a la gente?”. Sin embargo, todos coinciden en que a la palabra “trans” sí hay que seguir usándola. Entonces, ¿en qué quedamos?


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