Irassema Pocasangre y Aylín Mainard son una pareja
compuesta por una lesbiana cis y otra trans, oriundas de Guatemala y
radicadas desde hace poco en la Argentina, donde van a hacer uso de la
ley de matrimonio igualitario y de identidad de género. Allí y acá,
vienen haciendo ciberactivismo, sobre todo con el fin de tensar las
fronteras para introducir la palabra “cis”, un prefijo que nivela, por
lo menos desde lo discursivo, cuestiones de privilegio entre las
experiencias de las personas trans y de las que no lo son.
Por Dolores Curia
“El
príncipe Harry, a quien se lo suele ver con amigos de dudosa
procedencia, ha confesado ser cisexual. Anunció también que no se
someterá a una cirugía de reasignación.” Estos textos y más noticias,
apócrifas o verdaderas, pueden leerse en el blog akntiendz.com que
administran Aylín Mainard (55) e Irassema Pocasangre (35), una pareja
compuesta –como ellas se encargan de remarcar cada vez que se presentan–
por una torta trans y por una torta cis. Ambas son guatemaltecas y
desde hace algunos años se han volcado a un activismo, hasta ahora, casi
completamente virtual:
“La discriminación, incluso por parte de
lesbianas cis, hizo que nos refugiáramos y trabajáramos de manera
online, casi anónima, con pseudónimo. Logramos administrar un blog que
ha ido aumentando exponencialmente las visitas. Sobre todo de España”.
El foco del blog son los perfiles de lesbianas transexuales famosas y
visibles (la directora de cine Lana Wachowski, la cantante pop alemana
Kim Petras, la torta trans que conduce el helicóptero del príncipe
William, por ejemplo), falsas noticias que invitan a una lectura
satírica, traducciones y libros en pdf de descarga gratuita sobre el
tema, muchas veces imposibles de conseguir en español.
El año pasado
Aylín e Irassema se vinieron a vivir a Buenos Aires y continúan el
activismo web desde estas tierras: “Vinimos por primera vez para la
operación de Aylín y, viniendo de Guatemala, la impresión que nos dio es
como si acá hubieran firmado la declaración de los DD.HH. 50 años antes
de la Revolución Francesa. Estamos hace 2 años juntas y no nos casamos
porque lo queremos hacer como mujeres. Estamos esperando que nos salga
la ciudadanía, para que Aylín pueda cambiar su DNI y luego casarnos. Yo
estoy estudiando animación y Aylín está dedicada a la música trance.
Ambas vivimos de la renta de una casita que pudimos comprar en Guatemala
gracias a una herencia que recibió Aylín”, cuenta Irassema.
¿Por qué el énfasis en “una pareja de torta cis y torta trans”?
Aylín: Porque es un tema tabú tanto para las lesbianas como para las
travestis. Una identidad de la que ningún grupo se hace cargo. Antes de
transicionar y de conocer a Irass viví en la Ciudad de Guatemala, en la
Ciudad Antigua y en México. Tuve una banda alternativa llamada Daedra.
Escribía las canciones, programaba los sonidos electrónicos y cantaba.
Durante el tiempo en que mantuve una identidad masculina me vestía casi
exactamente igual a ahora, bastante neutral, pero en ese momento era
celebrada, me consideraban transgresora. Hasta que se me ocurrió
transicionar. Ahí “pasé una línea”. Y eso que me movía en un grupo
aparentemente progresista: había anarquistas, un artista que había
ganado la Bienal de Venecia, un doctor en Física. Cuando inicié mi
transición mis amigas me querían enseñar a pintarme las uñas, me
regalaron una peluca...
Pero tu identidad no encajaba con esa idea sobre la feminidad.
A.: No. Y por eso empecé a aislarme. Me fui a vivir a una especie de
cabaña en un bosque. Exagero: era una zona boscosa cerca de la ciudad,
podías pedir una pizza, por ejemplo. Así empieza mi “blues de la persona
trans”. Empecé a formarme exclusivamente por Internet. Soy muy geek,
así que bajaba todos los libros posibles. Fue en un foro donde conocí
por primera vez tortas trans. Una chica de la Universidad de Cambridge y
su pareja, que era del Circo del Sol. El primer contacto con un centro
lgtb lo tuve muchos años después. Entonces me fui a Antigua. Me quedé en
un hotel. Tenía una indemnización de una empresa en la que trabajé y la
ayuda de mi tía, que vivía en California, a la que ahora heredé. Por un
lado estaba aliviada, pero por otro lado empezó la transfobia. Empecé a
llamar la atención. Perdí los “privilegios masculinos”, por ejemplo, de
que nadie te moleste cuando circulas por la calle.
¿Cómo se conocieron?
Irassema: Aylín trabajaba en una tienda de artículos budistas y
seguía con su producción electrónica. Yo trabajaba en el canal de la
universidad – estudiaba Comunicación– y un amigo en común, músico y
vinculado con mi trabajo, nos presentó. Este chico quería algo conmigo.
El no sabía que yo era torta. De hecho yo había estado casada con un
hombre. Me casé porque quería salir de mi casa. En una sociedad tan
represiva como la guatemalteca era la única forma. Este amigo en común
que todavía no se había desalentado me invita a salir con él y con
Aylín. Fuimos a un concierto de reggae. De repente el amigo se fue a
buscar unas copas y nosotras nos quedamos platicando y bailando. él
regresa y para nosotras, como si no existiera.
¿Cómo entra la Argentina en esta historia?
I.: Estando en Guatemala nos empezamos a relacionar con grupos de
lesbianas. Pero terminaron expulsándonos porque ni yo era una “lesbiana
verdadera” por estar con Aylín, ni Aylín, siendo torta trans, era
aceptada. Lo curioso es que esas mismas personas se mostraban
tremendamente solidarias con las chicas travestis. Pero con cierta
imagen de travesti. A Aylín la sometían a un doble estándar. Por un
lado, si una trans se comporta de un modo estereotípicamente femenino,
la acusan de ser una caricatura artificial. Si muestra rasgos de
autonomía, fuerza, rasgos chongos que en una mujer cis sí serían
bienvenidos por el feminismo, ésa es la prueba de que no es
verdaderamente una mujer. No hay salida. Es una reacción que aquí
también encontramos pero no tanto como en nuestro país. A Aylín le surge
la posibilidad de venir a operarse aquí y vinimos. Nos encantó el
ambiente de Buenos Aires, así que enseguida volvimos a Guatemala para
cerrar nuestros asuntos y en 2014 nos mudamos acá.
¿En qué mejoró acá la cotidianidad para ustedes?
A.: En Guatemala como mujer trans te asignan dos estereotipos. La
timadora: la trans que “pasa por” mujer pero tarde o temprano se
descubre su terrible secreto, por lo cual recibe su merecido por tratar
de engañar a los pobres hombres. Y luego la patética, aquella que hace
lo que puede pero siempre se le va a notar que es un tipo. Hay que
compadecerla. En Dallas Buyer’s Club, con Jared Leto, está la patética. Y
en la película El juego de las lágrimas, la timadora: se descubre al
final y el tipo cuando se entera de que estuvo con una trans vomita.
Desde esa iconografía, con variantes, te ven. Cuando “te descubren”, una
pasa de objeto sexual a objeto sexual de segunda. Y objeto de
violencia, por ser una timadora. En ésas estaba en Guatemala, donde casi
no quería salir de mi casa. No digo que aquí hayan desaparecido esos
estereotipos, pero sin duda se respira otro aire.
¿Por qué es importante ir introduciendo el término cisexual?
A.: Hace años que estamos tratando de introducir la palabra cis (que
significa no transexual) en las redes sociales. Nos han contestado
cosas como “¿para qué más términos?”. Esa resistencia es en sí cisexista
(es decir, tiene que ver con la creencia de que los géneros de las
personas trans son menos legítimos que los de las personas cisexuales).
Los términos “cis” y “trans” siempre se utilizaron en pares a través de
la historia. Existía la Galia Cisalpina y la Galia Transalpina. La Galia
cisalpina se llamaba a la de los habitantes que habían vivido de un
lado de los Alpes, significaba “los de acá”. Y la Galia transalpina es
la de aquellos que atravesaron los Alpes, “los de allá”. Esto se repite
en muchos otros ejemplos geográficos. Cuando empezó a surgir la idea de
transexualidad se borró la idea de que podía existir un término
complementario u opuesto. En los ’90 cierto activismo trans lo rescata.
¿Y por qué tanta resistencia a introducirlo?
I.: Debe tener que ver con que quienes representan “lo normal” no
quieren un prefijo que los rebaje, perderían privilegios. Hay
resistencia incluso dentro del ambiente lgbti por parte de grupos
oprimidos que ejercen una opresión lateral sobre grupos más oprimidos
todavía. La gente con formación queer tenía como argumento el “¿para qué
seguir etiquetando a la gente?”. Sin embargo, todos coinciden en que a
la palabra “trans” sí hay que seguir usándola. Entonces, ¿en qué
quedamos?
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