En el último documental de Marilyn Solaya, la primera persona que tuvo acceso a una cirugía de reasignación sexual en Cuba abre las puertas de su casa y se confiesa ante la cámara
En 1993, Fresa y chocolate alcanzó una notable repercusión por ser la primera película realizada en la Isla en la que un homosexual no solo es protagonista, sino que además es presentado como un ser humano. Entre los personajes que no figuraban en el cuento de Senel Paz que sirvió de base al guión, estaba el de Vivian, la novia del militante de la Unión de Jóvenes Comunistas. Diecisiete años después, la joven que lo interpretó, Marilyn Solaya (Florida, Camagüey, 1970), se puso detrás de la cámara para rodar En el cuerpo equivocado (2010, 52 minutos), primer documental cubano en el cual se abordan las implicaciones de la transexualidad.
En algunas entrevistas, la propia cineasta se ha encargado de aclarar que, aunque después trabajó en Despabílate amor, del argentino Eliseo Subiela, y Omertá, de Pavel Giroud, en su caso la actuación fue algo circunstancial y que nunca le interesó como profesión. Lo que de veras le atraía era dirigir, y asumió esas oportunidades que se le presentaron como un modo de acercarse a los rodajes. Eso hizo que matriculase en el Instituto Superior de Arte, en la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual. Entre los años 1992 y 1993, trabajó como asistente de dirección para la televisión en series dramatizadas. Asimismo y a pesar de las dificultades que enfrentan las mujeres en ese campo, ha podido realizar, entre otros documentales, Show Room (1997), Alegrías (1999), Hasta que la muerte nos separe (2001) y Mírame, mi amor (2002). En cuanto al cine que prefiere hacer, ella lo define sucintamente en estas declaraciones suyas que reproduzco: “Me gusta comunicar, cuestionar la realidad, poner el dedo en la llaga. Me gusta escribir y dirigir historias de la vida, de los conflictos que se nos presentan a cada paso”.
Los puntos esenciales de esas concepciones cinematográficas y estéticas están plasmados en En el cuerpo equivocado. En el documental asistimos, en primer lugar, a la historia de una vida difícil, la de una persona sensible, optimista, batalladora, que se desnuda ante la cámara. A través de su testimonio y con intenciones cuestionadoras, Solaya propone reflexionar sobre lo que significa la construcción de la feminidad y la autoestima en un entorno hostil. Con eso hunde el dedo en una llaga que se resiste a cicatrizar, la de la heteronormatividad del machismo hegemónico, que establece e impone “una talla única de género” y margina a quienes no responden a esas normas.
En las primeras imágenes se ve a Mavi Susel, de 49 años, en sus actividades cotidianas: cocinar, lavar, planchar, atender a su madre, ocuparse del esposo. Confiesa que no luchó para verse convertida en una simple ama de casa, pero las demás personas, con sus incomprensiones e insensibilidad, le impidieron seguirse desarrollando. Sus problemas comenzaron en la infancia, cuando tenía que cohibirse de cosas naturales en ella (entonces él) como vestirse de niña y pintarse los labios. “Para mi padre yo era lo más grande del mundo, pero él no entendía lo que me estaba pasando”. Al nacer su hermana, el papá pasó a rechazarlo y hasta llegó a echarle de la casa. En el colegio fue objeto de los maltratos y las crueles burlas de sus compañeros, lo cual hizo que abandonase los estudios. Asimismo fue abusado sexualmente por un adulto, algo que por consejo de su madre ocultó. Fue además víctima del doble rechazo de los heterosexuales y los homosexuales. Ni unos ni otros lo aceptaban y le hicieron sentir como un bicho raro. Era, pues, prisionero de un cuerpo con el cual no se identificaba, y también de unas actitudes y unas prácticas sociales que eran empleadas como forma de coacción sicológica.
Varios años después, un psicólogo la ayudó a entender lo que le ocurría. Es lo mismo que en el documental le escuchamos decir a Sissi, un amigo suyo que fue encarcelado durante seis meses en el Combinado del Este por sacarse las cejas: “Yo vine al mundo con genitales de macho, pero espiritualmente aquí dentro soy una mujer”. Mavi se enteró de que eso, sin embargo, podía solucionarse mediante una reasignación sexual, lo cual requería pasar por el quirófano. Dirigió entonces una carta a la Organización Mundial de la Salud, que a su vez la remitió al Gobierno cubano. Como resultado de la gestión y una vez que su madre lo autorizó, el 24 de mayo de 1988 pudo someterse a una operación, gracias a la cual pudo definir su sexo. Su caso desató una fuerte polémica en la Isla. La consecuencia inmediata fue que esas operaciones se interrumpieran de inmediato, y no vinieron a ser reanudadas hasta el año 2008.
Aquella cirugía marcó el inicio de una nueva etapa de la existencia de Mavi Susel: “A estas alturas de mi vida me estoy definiendo como persona”. No consiguió, sin embargo, que los prejuicios e incomprensiones cesaran. Ahora tuvo que afrontar, por ejemplo, la incomprensión de quienes piensan que la reasignación sexual es un lujo, como lo es, por ejemplo, hacerse una cirugía estética para eliminar las arrugas. Ella, no obstante, trata de ignorar tales actitudes: “Yo estoy bien conmigo, lo que diga la gente no me preocupa. Yo quiero ser yo, con mi defectos, con mi forma, pero yo”.
En lo que se refiere al aspecto sentimental, comenta: “Trabajo me costó encontrar pareja. Trabajo y miedo, porque yo tenía que estar segura de que esa pareja no sabía nada de mí. Yo he sido desconfiada porque necesitaba un hombre heterosexual que me viera como una mujer normal”. Desde que fue operada solo ha tenido dos maridos, pues según ella le gustan las relaciones estables. No es dada al cambio, porque tiene miedo de quedarse sola. Tampoco tiene reparos en admitir que alberga algunos prejuicios y afirma que nunca aceptaría como pareja a un bisexual. En ese sentido, es categórica: “Yo quiero saber que estoy con un hombre”. En otras palabras, alguien que cumpla con lo que las sociedades patriarcales definen como la masculinidad hegemónica y normativa.
Acercamiento respetuoso al tema
En el cuerpo equivocado se muestra a Mavi cuando asiste a los ensayos del coro comunitario del cual es miembro. También cuando va al policlínico donde colabora de forma voluntaria. Un trabajo que realiza como terapia ocupacional, ya que dice que siempre quiso ser enfermera. En otra escena es invitada a cantar a dúo por Beatriz Márquez, cuyas canciones tanto ayudaron a Mavi en los momentos de mayor infortunio. Todas esas actividades forman parte de su proceso de reinserción social, que como ella comenta no deja de ser difícil.
Marilyn Solaya presentó el proyecto de En el cuerpo equivocado en la segunda edición de DOCTV IB Latinoamérica, donde fue seleccionado junto a otros 13. Esa institución aportó la mayor parte de la financiación, mientras que el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos proporcionó la infraestructura. Para rodar su filme Solaya contó en el equipo con el director de fotografía Raúl Pérez Ureta, Premio Nacional de Cine 2010, el editor Manuel Iglesias y el músico Robertico Carcassés. El documental fue filmado en alta definición durante 18 días. Antes su directora y guionista había dedicado cerca de siete años a investigar sobre la transexualidad (según ella, cuando se trabaja sobre determinadas temáticas es necesario conocerlas a fondo), así como a establecer una comunicación intensa y fluida con Mavi, para de ese modo conseguir una plena identidad con ella. En esa etapa tuvo además la asistencia de reconocidos especialistas, quienes la ayudaron a entender los aspectos fundamentales del transgénero.
El documental posee como núcleo central el testimonio de Mavi Susel, primera persona que tuvo acceso a una cirugía de reasignación de sexo en Cuba. Eso hace emerger a la luz pública el tema de la transexualidad, que resulta controversial y escabroso hasta en el campo de los estudios médicos (incluso ocurre con frecuencia que los transexuales femeninos no son comprendidos del todo por los propios transexuales masculinos). Un mérito que hay que reconocerle a la directora es el respeto con el cual se ha acercado a esa temática. La imagen de Mavi Susel que se da no es la de un fenómeno de feria o un ser deforme, sino la de un ser humano que, como bien sugiere el título, nació en un cuerpo equivocado. Asimismo, por parte de Mavi no hubo asomo de sensacionalismo al confesarse ante la cámara. Lo que la decidió a hacerlo fue, por un lado, el ánimo de denunciar la intolerancia y la falta de comprensión de la sociedad hacia los transexuales; y por otro, el deseo de “ayudar a muchas personas que están en la misma situación, no podemos dejarlas seguir sufriendo”.
Al registro documental y a lo estrictamente vivencial, la directora incorporó imágenes dramatizadas en las que unos actores (Armando Gallardo, como Mavi niño, Lyan Sarduy, como Mavi adolescente) recrean momentos de la vida de la testimoniante. Corresponden a vivencias de su infancia y adolescencia, muchas de las cuales posiblemente habrían resultado melodrámaticas y lacrimógenas, si hubiesen sido narradas por ella. A lo largo del documental Solaya utiliza además varios maniquíes andróginos, a manera de elementos simbólicos. Incluye asimismo un guiño a la película de Tomás Gutiérrez Alea: en una escena se ve a Mavi sentada ante una mesa de Coppelia, saboreando dos bolas helado, una de fresa y otra de chocolate, y al fondo, en la marquesina del Cine Yara, se puede leer el título de ese famoso filme. Son, en fin, recursos que forman parte de la puesta en escena, y a través de los cuales Solaya busca dar a En el cuerpo equivocado un tratamiento más imaginativo. En ese sentido, reconoce que no hace más que continuar una línea de la documentalística cubana, de la cual son ejemplos representativos obras como Muerte y vida en el Morrillo, Hombres de Mal Tiempo y Escenas de los muelles.
Pero aparte de sus valores estéticos y cinematográficos, En el cuerpo equivocado tiene otro mérito. Cuando en 2009 obtuvo el premio de DOCTVE IB Latinoamérica, Marilyn Solaya declaró que el proyecto le serviría de pretexto para hacer un análisis sobre el “cuerpo” sexual/social de la nación cubana. La cineasta, sin embargo, no se limita a proponer una reflexión sobre el modo como la sociedad discrimina, margina y excluye a quienes considera “los otros”, en este caso, los transexuales. Va un poco más allá y en su documental incita al debate sobre la influencia que han tenido las representaciones tradicionales en la masculinidad y en la construcción de lo femenino.
Eso lo pone en evidencia la propia Mavi. La persona que tuvo el coraje de luchar por su definición como ser humano ha pasado, una vez operada, a asumir el modelo estereotipado y sexista de mujer sumisa y consagrada a las labores hogareñas. De igual modo, aplica similares patrones y clichés a su idea del hombre, que de acuerdo a ella tiene que ser heterosexual y bien macho. Eso demuestra que, operaciones quirúrgicas aparte, también es necesario reinterpretar y reescribir el cuerpo sexual/social de la Isla de un modo distinto al hecho por el discurso patriarcal que aún subsiste.
El próximo proyecto de Marilyn Solaya será Vestido de novia, un guión que fue premiado en el 2006 por CINERGIA, Fondo Centroamericano para el Desarrollo de Proyectos Cinematográficos, con sede en Costa Rica. Será además su primera incursión en el largometraje. En el mismo volverá a abordar la temática del rechazo social y la discriminación de los transexuales, ahora desde el campo de la ficción. Según ella, se trata de “una película necesaria, muy a tono con los tiempos que vivimos, con esta nueva etapa cubana de buscar y poner en tela de juicio los prejuicios que tanto han obstaculizado las libertades esenciales de las personas, las ventajas de la diversidad”. Será, por tanto, su nueva aportación para ampliar el espectro de las expresiones identatarias.
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