Hubo una época en la que la gente se divertía asistiendo a ferias que mostraban curiosidades como mujeres barbudas, hombres elefantes, enanos o gigantes. La exhibición de estas anatomías no convencionales desencadenaba en el público cierto morbo por la deformidad, clave del éxito de estos espectáculos.
Sin profundizar demasiado, podríamos decir que la humanidad evolucionó un poco y que hoy en día ya no existen (al menos que sepamos) este tipo de ferias, como tampoco a nadie se le ocurre cobrar entrada para mostrar a un enano. Sin embargo, parece que el morbo es una condición tan humana como la estupidez, y ambos sobreviven intactos el paso del tiempo.
Hoy, el público hambriento de deformidades ha encontrado un nuevo tipo de ferias, los reality shows, y unos nuevos y magníficos monstruos para volcar su curiosidad insolente, su escándalo, su espanto, su incontenible atracción hacia aquello que le desagrada: las personas trans.
Detrás de la hipócrita máscara de la diversidad, los realities de la TV Argentina (por citar el caso que tenemos más a mano) están incluyendo entre sus concursantes a personas LGBT. Sin embargo, en este último tiempo, los personajes más atractivos han resultado ser Alejandro (Gran Hermano, TELEFE) y Julieta (Soñando por bailar, Canal 13). Alejandro es travesti masculino y dice haber entrado al programa con la esperanza de ganar y costearse la operación que terminará de configurar su cuerpo deseado. Julieta es transexual mujer, su cuerpo ya ha sido intervenido, y aspira a dejar atrás un pasado marcado por otra identidad.
El morbo al que nos estamos refiriendo puede apreciarse en Emiliano, el abrumado compañero de show de Alejandro, que en todo momento se encarga de comunicar a sus compañeros y a la audiencia su incapacidad para asimilar que Alejandro se sienta hombre, siendo mujer, sin ser homosexual. “Pero vos, ¿sos gay?”, repite y repite sin consuelo el pobre Emiliano. ¡Es que resulta demasiado! Es tan demasiado… que es seductoramente morboso.
Algo parecido sucede con Julieta, cuyo caso perecería ser más frecuente, en el sentido de que se trata de un cambio de identidad “de hombre a mujer”. Sin embargo, en su historia cobra valor otro ingrediente que despierta el apetito del escándalo. Julieta ha ejercido la prostitución y ha confesado haber salido “con conductores de televisión, gente del ambiente y hasta jugadores de fútbol”. El morbo no tardó en expresarse a través de las insistentes preguntas de Marcelo Polino, que quiso saber los nombres de estas celebridades.
Si instalar la diversidad en la opinión pública es el objetivo de la televisión argentina, puede que la manera de lograrlo no sea llevando a la pantalla el “caso más raro” o estableciendo entre los concursantes de un programa una competencia para ver quién tuvo la experiencia sexual más zarpada. Tal vez, los productores también deberían plantearse la posibilidad de convocar a algún especialista, ya sea un profesional de la salud o un militante de organizaciones vinculadas, como para tratar estas diferencias con el respeto que se merecen, y realmente formar a una audiencia que actualmente sólo está sobreexcitada con bizarreces de feria barata.
Y ya que hablamos de Marcelo Polino, él mejor que nadie ha definido al participante ideal para un reality: “A mí me gusta que la gente aparte de tener talento sea mediática”. El ser mediático es esa combinación de insolencia y transgresión, que algunos denominan carisma, y que ha logrado imponerse por sobre el talento que algunos ciclos dicen premiar. ¡Si no, no se explica que la Mole Moli haya ganado un concurso de baile!
¿Qué valora, hoy por hoy, la TV argentina? ¿El talento? ¿El carisma? ¿La inclusión? ¿La formación? La TV argentina, como la de todo el mundo, valora lo que siempre ha valorado: el rating; y es por este índice que trabaja permanentemente para estimular el voraz apetito de su cómplice audiencia, la mayoría de las veces con los mismos recursos con que aquellas antiguas ferias garantizaban el éxito de sus espectáculos.
A estas alturas podríamos concluir que tal vez lo que haya evolucionado en nuestra historia sea la tecnología, pero no la condición humana.
COMENTARIO. !!Que fuerte el artículo!! no?. Eso de comparar a las personas trans con la mujer barbuda....y sin embargo debe tomarse como una llamada de atención sobre la utilización de esta condición para el morbo y el lucro.
Yo estoy en Perú y no veo los programas de Argentina, pero en términos "conceptuales", si la identidad de género de Alejandro es de varón, pues efectivamente, es una persona travesti, pero ¿qué es eso de un "travesti masculino"?, ¿hay "travestis femeninos"? Bueno, sólo si una mujer tenga el placer de vestirse con prendas masculinas, pero mantiendo su identidad de mujer. Y sin embargo, es interesante el supuesto caso de Alejandro, ya que sería un varón travestista extremo ya que estaría buscando modificar su físico. ¿Eso lo convierte en una persona transgenero? En relación al concepto en "general" si, pero no en el sentido "específico", es decir, no es una mujer transgénero. Para ello, su identidad debería ser completamente el de una mujer. Si ella se ha autodefinido como un varon travesti, debemos creerle. En el caso de Julieta, la defición de "mujer transexual" es la correcta, ya que ella se reconoce así misma como mujer.
En ambos casos, en realidad no interesa mucho para la autodefición si Alejandro se viste de mujer, osea si es travesti, o si Julieta se realizó una cirugía de reasignación sexual, es decir, si es una "transexual" Lo que cuenta es su género. Alejandro es, efectivamente, Alejandro, osea un hombre. Julieta es Julieta, efectivamente una mujer. No necesitamos etiquetarlos: ellos mismos se autodefinen muy bien!!
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