martes, 11 de enero de 2011

Nati ya no quiere ser varoncito *

La dulce adolescente de Villa Dolores, Córdoba, arribó anteayer de la capital trasandina. Enfrentó las cámaras de televisión y a todo un país para contar su verdad. Está choqueada, exhausta, pero con todo, sabe que su lucha vale la pena: en noviembre podrá contarle al juez cómo es su pequeño calvario. Ese mundo lleno de fantasía y dolor que reveló, con un susurro casi imperceptible, a La Nación.

Por Carla Alonso de La Nación

Lina Milagros Gabriela -más conocida como Nati- relata su historia con una suavidad conmovedora. Natural, asumida, inocente. A ratos, su tono nos transporta a un lugar sin tiempo, cargado de pretensiones, miedos y deseos, como cualquier chica de quince años. Nati es detallista y adora las descripciones. Cuenta que tiene la estatura de una mujer mediana. Que es delgada y bastante blanca. Que el hecho de ser vegetariana la hizo más pálida aún. Que no come carne desde los diez años por amor a los animales. Además, “tengo el pelo rubiecito oscuro y ojos verdecitos. Soy sensible, abierta y extravertida”. Sus amigos le dicen que los divierte. Pero ella se apura en decir que no es alegre. “Hasta ahora la vida no me ha traído una alegría constante. No es fácil vivir como yo vivo. En este pueblo abundan los chismes y nadie entiende qué es un transexual”.

Nada, o casi nada en Nati, remite a ese muchacho retraído que tragaba bilis en silencio al sentirse mujer. Un chico que, asegura, “es como un hermano que ha muerto. Me da pena recordarlo. A Marcos no se le veía nunca una sonrisa. Lo que más odiaba era tener su físico”. Nati habla de él en tercera persona, como si se tratara de un extraño. Siempre lo sintió ajeno. Era un cuerpo robusto y adornado de vellos. El reflejo de sus propios temores. “Durante la pubertad tenía una obsesión. Me miraba a cada rato en el espejo. Y venía un hombre fuerte, grandote, cosa que no era así. Mi mente jugaba conmigo a través de mi vista”.

Falda larga

Hace dos años, Nati sacó fuerzas de flaqueza y le contó a sus padres que quería ser mujer. Desde ahí, comenzó la lucha familiar por otorgar a la adolescente la identidad sexual que le corresponde. Como preámbulo de la operación, sus progenitores piden permiso para iniciar el tratamiento hormonal, una solicitud hasta ahora denegada. El argumento judicial es que la patria potestad no es suficiente para semejante transformación. Aunque Nati se aflija, vuelva a llorar, y a nutrir mentalmente ese sueño.

El episodio de “revelación” de Nati pasó a los anales de su corta pero controvertida historia. Tenía escasos 13 años. Era una tarde como tantas otras en Villa Dolores. Nati, sin embargo, no daba más. Sentía que no podía seguir viviendo en ese cuerpo otorgado biológicamente. Menos aún, tapando con un dedo el hecho de sentirse como una mujer. Ella aprovechó que sus padres dormían la siesta y buscó un cóctel de pastillas que guardaba su padre. Como Javier es doctor, Nati podía regodearse. “Saqué tabletas para el corazón, de todo. Por suerte no agarré ningún tranquilizante, que son los peores. Eran como veinte pastillas”. La chica intentó suicidarse pero no pudo. El impulso de terminar con su Vía Crucis dio paso a un profundo sueño. Del que despertó convertida. “Me levanté con una fuerza divina. Sentía que tenía que decírselos. Fui a la pieza de mis padres y me puse a llorar. No podía parar, tardé como media hora. Mi papá me dijo ‘yo sé lo que te pasa, no te sentís varoncito’. Sí, le dije, moviendo la cabeza. Fui corriendo al clóset de mi mamá. Agarré un vestido de lino bien lindo y me presenté de vuelta. Le dije a mi papá ‘¿te gusta?’ Él me dijo ‘estás divina’”.

Sus padres comprendieron el secreto mejor guardado de Nati. Al día siguiente, la contactaron con sexólogos y sicoanalistas. El diagnóstico de ellos fue tajante: el nene era transexual.

La Villa del Dolor

Nati cuenta que para sus padres fue un shock, aunque ya tenían sospechas del tema. Desde pequeña, ella se diferenciaba del grupo de los varones. Era muy retraída y tenía la voz distinta. Le gustaba jugar a las muñecas y a las casitas.

A los catorce años, la chica cambió los pantalones por vestidos. Quería demostrarle al pueblo quién era realmente. En la escuela siguió con tenida unisex. Tenía un par de amigos que se enteraron de su historia. Recuerda que los varones siempre la trataban de forma especial. “No decían malas palabras delante mío. Cada vez que me caía venían y me levantaban de la mano”, dice Nati. En ese colegio, ella tenía un grupo de amigas que venían juntas del jardín. Cuando Nati les contó la verdad, ellas la apoyaron, pero pronto dejaron de visitarla. “De un día para otro, me quedé sola en la escuela”.

Al tiempo, se cambió a otro establecimiento donde asiste hoy. Allí le permitieron ir al baño de mujeres y tomar clases de gimnasia con las chicas. Comenta que todos han tomado bien el tema. Salvo un grupo que dice cosas a sus espaldas. “Que soy puto, prostituta, mil estupideces que inventan. No tienen por qué tratarme así. Yo soy buena compañera, no molesto a nadie y les presto todo”.

El derecho a ser feliz

Hoy la cordobesa amaneció más contenta. Sus abogados le dieron una buena noticia. En noviembre irá a conversar directamente con el juez. Para Nati, todo lo que acelere su proceso de conversión es positivo. No ve la hora de cumplir 18 años. A esa edad recién podrá realizarse una vasectomía. “Yo me operaría ahora mismo -asegura esperanzada-. Si me dicen te hacemos la vasectomía despierta, yo acepto. Aunque sea sin anestesia. Yo le pido a la justicia que sean rápidos. En mi caso el tiempo es oro. Me siento atrapada en un cuerpo que no es mío”.

Ella quiere someterse a un tratamiento hormonal. Busca adecuar el cuerpo a la operación. También impedir que salgan más vellos. “En cualquier momento puede venir la pubertad más fuerte -dice Nati algo alerta-. Por suerte, todavía no me ha salido barba. Si me aparece, será irreversible”.

Nati cumplió 15 años en junio. A diferencia de sus compañeras de colegio, no realizó una gran fiesta. “No estaba preparada. Pero me gustaría hacer una más adelante. Siempre me vi en un vestido turquesa junto a mis seres queridos”. Y no descarta, el día de mañana, encontrar un hombre que la ame y respete como mujer. Se casarían por el civil. Y si la medicina evoluciona, “me gustaría tener hijos o adoptar”. Por lo pronto, después de la operación, la chica sueña con irse a España. “Me iría a un lugar donde no conozcan mi pasado. En Villa Dolores todavía está Marcos”.


* Este es un artículo que data del año 2005, pero me gusto al leerlo. Ahora, Nati debe ser una bella mujer de 21 años.



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